viernes, 3 de septiembre de 2010

Columna



Entre la verdad y la ficción


Saramago, como Nietzsche, se enfrentó a Dios
«Sólo los cobardes y miedosos, tienen necesidad de un Dios» –Federico Nietzsche-
«El evangelio según Jesucristo, Cristo dura de sí, Saramago solo recrea por el libre derecho que le otorga la patente de escribir novelas. Librepensador nacido en el pueblo de Azinhaga, cerca de Lisboa en Portugal; donde Luís de Camoes y «Las Luisiadas» tuvieron también su parte literaria, plasmó en sus relatos las maneras de una sociedad cuyas desigualdades, no se fatigó de denunciar.
La metáfora, figura recurrente en sus bondadosos escritos. Una forma existencial de buscar una renovación moral del mundo, quizás, de una izquierda para crear un nuevo orden mundial justo en derechos y obligaciones. Su bravura interna, es fiereza contenida lo obligaba a retar bajo sus conceptos retóricos y de literatura la visión irónica y cáustica de las religiones, a Dios y las sociedades.
El guía literato de generaciones pensantes y analfabetas pero ávidas de sus letras. El Caronte académico que nos condujo por los oscuros derroteros de la libre sapiencia, para abrevar en la claridad de sus ideas y frases, como aquella: «No soy un pesimista, sino un optimista bien informado». Porque decía que en cada piedra levantada, sin culpa, los monstruos pudieran salir, no había responsabilidad tutorial.
Saramago buscó dentro de las oscuras gavetas de su alma, para iluminarnos ante el espejo de nuestra existencia para observar el verdugo personal de nuestras desgracias.
El fallecido escritor nos entrega en «Caín», al autor intelectual de la muerte de Abel. Vuelve humano a Dios y lo juzga por voluble y autócrata, ante una visión destructiva y trágica del ser humano que lo inventó. De esa manera, José, recrea su propio proceso y con averiguación previa, en expedientes dados y otorgados por la propia Biblia, juzga y condena a Dios. Nada inventa. Todos los pecados están allí, ahí están. Integrados en cada página del libro más confuso e incoherente que se haya traducido en la antigua Grecia. Saramago solo expone.
El escritor no muere. Saramago como Nietzsche, como Mirabeau, como Marx, se enfrentaron cara a cara a Dios, La filosofía del portugués trasciende en sus palabras, y cada letra como sus cenizas debieran ser esparcidas sobre el mundo, para llevar impregnado en cualquier parte de nuestra humanidad, el legado intelectual del Premio Nobel de Literatura, del viejo rebelde.

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