viernes, 12 de noviembre de 2010

REPORTAJE


Cultura yope hereda
ruinas de Tehuacalco
Tino Gatica/Colaboración Especial.TEHUACALCO, Chilpancingo.- El esplendor y cultura de los yopes, así como misterios que rodean su extinción, forman parte de la herencia que nos dejaron a esta sociedad contemporánea. Muestra de su cúspide, ahora, son vestigios de unas ruinas arqueológicas que se encuentran en este solar, semejando a un valle protegido por los cuatro cerros más importantes con los nombres de El Capulín, Tierra Colorada o Tlacotepec, La Compuerta y El Gavilán.
También, quienes visitan las ruinas y se envuelven por la curiosidad de saber un poco más acerca de la cultura de los yopes, pueden hacerlo con el museo exprofeso.
Hace años que estas ruinas son descubierta e invadidas, y podría decirse que saqueada por aventureros, coleccionistas privados y delincuentes profesionales, las ruinas de Tehuacalco se encuentran hoy protegidas mediante el reconocimiento oficial amparado bajo las siglas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Y tiene un respaldo decidido de parte de esta administración gubernamental, siendo quizá uno de los contadísimos aciertos de mediano interés por la conservación de la cultura. De hecho, una placa con el nombre del gobernador Carlos Zeferino Torreblanca Galindo confirma fecha de su inauguración.
El compromiso en estos días, está delegado en los ocho trabajadores y trabajadoras así como de los 12 guías que voluntariamente orientan a las visitas.
A continuación, una pequeña pincelada de la majestuosidad de la cultura yope:
Los vestigios de esa cultura, se localizan en un perímetro de 80 hectáreas, y se llega a media hora en vehículo de la ciudad capital, con velocidad moderada.
La majestuosidad de esas ruinas, ocasionan que la mente del asombrado visitante se remonte e intente darle forma a esos habitantes, que según uno de los guías ejercieron su influencia a varios kilómetros a la redonda. En un periodo de 650 Antes de Cristo y 900 años después, con la invasión de los parásitos españoles, esos habitantes originarios fueron desplazados y se fueron perdiendo en la inmensidad del tiempo.
De acuerdo a los estudiosos que tienen avanzados detalles de la forma de vida de esos antepasados, se considera que habitaron en una enorme extensión, entre los territorios que ahora son los municipios de Zumpango, Chilapa, Tixtla, Chilpancingo, la sierra y todo el valle de El Ocotito y en su desplazamiento y destino final se afirma que se asentaron en lo que ahora es Azoyú (en Costa Chica) y Tlapa ( de La Montaña). Precisamente una de las manifestaciones tradicionales y que entraña parte del pasado ancestral de los yopes se registra en una danza vigente: los tiznados, jóvenes danzantes que con solamente un taparrabo (hoy un short o calzoncillos) y un penacho portan lanzas y simulan la caza.
Como parte de la forma de vida de las y los habitantes yopes, se indica en uno de los datos del museo instalado ahí, que tenían muy arraigada la unidad familiar; que tenían como dioses a los representativos y representativas de las fuerzas de la naturaleza: viento, agua, fuego, sol y luna, etc. Uno de los códices registra que la fidelidad era una de las exigencias de esa cultura, pues hombre o mujer que eran sorprendidos cometiendo adulterio eran juzgados públicamente y teniendo como castigo que sus narices fueran arrancadas a mordidas. Otra persona refiere que también se le mutilaban los genitales.
Asentados en las márgenes del kilométrico río que va tomando distintos nombres y cruza en varios poblados de los municipios de la Región Centro y que desembocan en la zona costera de Guerrero, esa cultura dejó registros de que eran sedentarios, practicaban la agricultura, la pesca y la caza. Una de las imágenes de un códice europeo describe a un indio yope con lanza y flechas en mano, al parecer una especie de carcaj y con solamente taparrabo; delgado y sin un «gordito» en su cuerpo.
Y como todo ser humano que tiene el temor de lo ignoto, dejaron huellas de manos y pies en varias rocas así como la construcción de «relojes» solares, mediciones arquitectónicas y matemáticas
En esas ruinas, en escala a los cerros circundantes, los yopes dejaron reminiscencias de un pasado que inquieta, ocasiona curiosidad y admiración. De hecho tenían bien definido el linaje de los jefes delimitado con el pueblo.
Con una enorme carga de energía, obra de esa cultura, de la que indudablemente formamos parte, todo aquel o aquella visitante, se nutre con sus cinco sentidos. E incluso parecen despertarse lo que se denomina como el sexto sentido o esa sensación de considerar que somos algo más que materia. Es indispensable la orientación de los guías, que voluntariamente ofrecen la visita y se mantienen de las aportaciones. No existe cuota alguna para la entrada, tampoco para la guía que orienta en ese recorrido, solamente se pide lo elemental: respeto a todas esas ruinas, a la flora y la fauna, así como evitar dañar los árboles nativos, «pues ha ocurrido que algún enamorado desee rayar un árbol y eso francamente es terrible», confía el orientador.
Cabe mencionar que aunque las visitas son en cualquier día, desde las 9 de la mañana a las cinco de la tarde. Uno de esos días especiales es el 21 de marzo, que guarda mucho simbolismo con la primavera, el renacimiento, el flujo y concentración de la energía solar. Y que en la base de una pirámide ceremonial se pueda literalmente estar sintiendo la energía solar, eólica y hasta de los cuatro puntos cardinales. Al término de esa visita, con la experiencia individual aleccionadora, se hace la invitación a que acudan a las ruinas de Tehuacalco, y no se arrepentirán, a no ser que sea porque la carretera para llegar a ese sitio se encuentra bastante deteriorada, pero esa es otra historia.

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