martes, 27 de septiembre de 2011

COLUMNA

La Jaula de Dios

Jesús Pintor Alegre

Todo en manos del pueblo. Una expresión que se cuelga de todo, y que utilizan todos, pero que se abre en varias aristas: no es nuevo escuchar que la solución de los problemas que vive la entidad está en todos, que todos somos la solución. Una salida muy fácil de nuestros ejemplares de la Res Pública.
Es muy recurrente el enredijo verbal, y muy socorrido para adornar discursos y para peinarse y vestirse de pueblo. Se ha escuchado en labios del gobernador, Ángel Aguirre Rivero, quien habla de unidad y de trabajo social que amarra y completa su esposa, Laura del Rocío Herrera.
Lo ha dicho el secretario de Seguridad Pública, Ramón Almonte Borja, quien se ha quejado que en la Tierra Caliente la gente no denuncia y que por eso, en gran parte, la «poquita» violencia que se vive como asegura el mandatario estatal se tiene, —pues va a la baja, cuando menos en sus estadísticas—, la inseguridad se mantiene.
Hay razones de peso para mandar por un tubo las sugerencias del gobierno, por supuesto, y en ese tono se entiende a los maestros de Acapulco, a los profesores de Conafe, a los campesinos desplazados, a los estudiantes rechazados de la universidad. Es fácil hablar, el problema es aplicar las soluciones, que por ahora, es un hecho que no existen ni se avizoran.
Decir que «la solución está en todos», es una frase barata y con tanta imprecisión, que se pierde el sentido de la responsabilidad que debería tener el gobierno, los secretarios de despacho, los maiceados diputados, los magistrados, los directores de área, los presidentes municipales, los improductivos regidores, los responsables de cada departamento. Un sentido responsable que deberían tener ellos: los que cobran.
El pueblo apenas intenta sobrevivir como Dios le da a entender. No se trata de echarle la culpa a «todos», cuando ese concepto se difumina en el ente informe que es la sociedad. Y que por tradición, desde tiempos remotos, los gobiernos de cualquier partido político, le han cargado todas las culpas.
Allí los ejemplos oprobiosos: el mal recordado rescate bancario, en donde el Congreso de la Unión obligó al pueblo a rescatar a los banqueros, es decir, los hambrientos ciudadanos, salvaron a los millonarios.
Y recordaron el retrato del pueblo en los tiempos de «Tata» Lázaro, que llevó su gallinita, sus lechones, sus tres litros de maíz, sus moneditas, sus dos billetes de baja denominación, para entregarlo al gobierno y pudiera nacionalizar de nuevo, el petróleo. El pueblo, siempre el pueblo.
El pueblo ha pagado su cuota de sangre, con sus muertos y sus heridos, ha sido conejillo de Indias y justificación para pruebas vergonzosas, como la mal recordada «Influencia a hache ele ene ele» de Elba Esther Gordillo y nuestro Napoleón Bonaparte; los militares que han sitiado a la entidad y al país, y que han hecho pagar su respectiva costo, a esa sociedad inerme.
No olvidemos la masacre de Aguas Blancas, donde un grupo de facinerosos vestidos de policías con la «F» de Figueroa en la frente, asesinó a 17 campesinos desarmados, pero que ahora Rubén Figueroa Alcocer, presume que es un hecho cotidiano, y que eso se ve en todos lados, en un cuadro pintado que nos dice que gobierno y delincuencia son lo mismo, o al menos es la lectura que dejó el ex gobernador.
No olvidemos el caso de El Charco, tiempo en que fungía como gobernador Ángel Aguirre Rivero. Y más allá atrás, no olvidemos a los mártires del 60 y los estudiantes del 68; las persecuciones, el ignominioso pozo Meléndez; la bota militar y policiaca… y allí, el que siempre ha perdido, es el pueblo, siempre el pueblo.
Entonces, ahora que no nos salgan con que la solución está en todos, pues si se trata de reaccionar, el pueblo, inclusive por propia inercia, se levantaría contra el gobierno y todas sus lacras y todos sus parásitos, aquellos que quieren seguir en el nivel jamás concebido por el hambriento y apanicado pueblo, allá donde se come con manteca todos los días y a cada ratito.
Allá donde los políticos saltan como chapulines. Y así, saltando entre las nubes, jamás hacen tierra, y jamás se dan cuenta de lo que sucede abajo, donde los mortales se engullen unos a otros. Pero cuando surge un problema insalvable, entonces se eructa la frase: «la solución está en todos», y «nada se resolverá sin la participación de todos», como si todos cobraran y tuvieran las canonjías de aquellos sátrapas.
Lo que el pueblo puede hacer para salvar a este mundo decandente, es luchar por su familia, preocuparse por ser mejor ciudadano, pero el trabajo rudo, el real, está en aquellos que manejan los dineros y tienen poder de decisión, por lo tanto, que se dejen de ambigüedades y de frases baratas.

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