lunes, 2 de abril de 2012

COLUMNA

Chapulines


Tino Gatica


Las mujeres sí están recibiendo los resultados de sus pares feministas, pero que en el asunto de la política las recipiendarias de este conocimiento no saben utilizar con dignidad, decoro y sensatez. Tampoco son precisamente éstas, quienes han asumido una defensa a ultranza de las situaciones de agresión, discriminación y prejuicios en contra de las mujeres en general. Al menos en lo personal no tengo información de que mujeres que están exigiendo su reparto proporcional en cuestión de equidad y género ocupen los pocos espacios de que disponen para defender a mujeres violentadas en sus más elementales derechos e incluso asesinatos.
En el restaurante El Toronjil que está en el centro de la ciudad capital, suele usarse para conferencias porque ofrece diversos servicios en alimentos y bebidas, sirvió de reunión para que aproximadamente 15 mujeres que se auto-victimizaron porque, dijeron, fueron relegadas de candidaturas para diputaciones federales, locales y alcaldías de parte de los varones.
Además de lo insólito que significó reconocer que esa reunión tuvo diversos puntos de análisis, pues estuvieron juntas mujeres con credos e ideologías «diversas» la nota fueron las acusaciones de que los espacios políticos partidistas son ocupados por familias completas, por borrachos y mujeriegos; bueno esto sería la nota, porque aunque a mí se me pasó, pude constatar que igual lapsus «burris» tuvieron otros colegas, que hasta tienen premios nacionales de periodismo y se siente lumbreras del ídem. También no todos los reporteros se interesaron en esa reunión, que pasó casi desapercibida.
Encabezadas por la ex síndica de la administración «astudillista» y presuntamente ex priísta María del Socorro Mondragón Castro y la ex candidata perredista a una diputación local Yamileth Payán y nuevamente ex aspirante por la diputación del VII Distrito electoral, estas aproximadamente 15 mujeres se inconformaron porque no se respetó la cuota de género y que no hubo equidad.
Debido a que ambas son bastante bien identificadas en el municipio de Chilpancingo, de la primera se sabe que tiene un bajo perfil, tanto como promotora y de la militancia del Partido Revolucionario Institucional (PRI), es decir no tiene trabajo consistente. Pero que al sumarse al proyecto de Héctor Antonio Astudillo Flores y quedar como síndica es la única forma en que pudo catapultarse; sin embargo, perdió piso y solamente en situación de coyuntura trató de despuntar, pero nunca o quizá poquísimas ocasiones se refirió a temas de género y de equidad.
Por lo que corresponde a Yamileth Payán, primero integrante del Partido de Convergencia (ahora Movimiento Ciudadano) quien se registró como aspirante al VII Distrito electoral, no se tiene más información de su activismo que ser la hija de un empresario ferretero cuyos comportamientos los prefiguran como de élite, que han tenido problemas con sus vecinos y usan la política para negociar puestos públicos. Y que les gusta evitar gastos en publicidad, pues hasta regatean los costos de las fotografías que les toman o se hacen los occisos para no pagarlas.
Se sabe de Yamileth Payán que le organizó un desayuno a la señora Laura del Rocío Herrera de Aguirre en donde fue engañada de que sería cobijada por colonos de la «Benito Juárez», pero solamente acudieron sus familiares. El desayuno lo ofreció en el restaurante «Café Green» de un hotel al parecer patrimonio familiar, pero no acudió el vecindario sino en efecto, pura familia.
De las otras mujeres inconformes, honestamente muy poco puedo referir, pues ignoro sus compromisos partidistas, y en qué fueron afectadas, pero prejuiciosamente considero que manejan el asunto de equidad y género como una bandera política, recordándoles que esto va más allá. Y es que lo denotan en el lenguaje que manejaron estas dos mujeres, que en este caso en particular enjuician a los varones de relegarlas.
En algunos talleres sobre esos temas que he tomado, una de las especialistas mencionó que el asunto de género es como «ponerse unas gafas y mirar la realidad que nos rodea, ofreciendo un aspecto distinto, diferente», al que se nos ha acostumbrado, educado y reforzado por los sistemas tradicionalistas que tenemos estructurados.
Y sí, es cierto lo anterior, se entiende como una programación, y empieza desde el seno familiar con el lenguaje, hacia afuera del hogar, pasando por la escuela, la religión y los medios informativos. También estos modelos tradicionalistas se imponen en otras esferas institucionalizadas, como por ejemplo, el Congreso Legislativo o Ministerios Públicos.
Es por eso que, cuando en ese cónclave las 15 mujeres relegadas de los espacios de los partidos políticos expresaron su deseo de ser chapulines, demostraron que todavía no están bien empoderadas ni sensibilizadas en género y equidad, denotándolo en su lenguaje. También aprovecharon las luchas de otras mujeres que sí han estado acordes a su momento y que dejaron todo un legado que debe ser potencializado en todos los ámbitos.
Así es que, las mujeres no son chapulines, son chapulinas y como tal deben de brincar; sí se merecen esos puestos, pero deben continuar esforzándose, lo dice alguien que reconoce, admira y considera que si todas las mujeres se sumaran en un solo frente, ellas ganarían más espacios públicos. El exhorto es a llevar esas luchas y reinvindicarlas en todos los espacios públicos posibles. Y entonces, con esa odisea tendrían la sartén por el mango y otro gallo cantaría ¿O sería gallina?
no, chapulinas

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