lunes, 16 de abril de 2012

COLUMNA

La Jaula de Dios


Jesús Pintor Alegre


El día de nuestro juicio final se acerca
Este día de retorno a clases, con chamacos modorros, que dieron tres pasos y un bostezo mientras la mochila se bamboleaba camino a la escuela, se dice que hacen falta 76 días para que de los 2 mil 438 municipios que hay en el país, se habrán de elegir a 582 próceres iluminados, de los 81 son de Guerrero; 6 pares de nuestro ángel, que nos hace el favor de gobernarnos.
Un día del juicio final, que nuestros sabios mayas o no, de una entidad divina llamada Instituto Federal Electoral, nos regañan y nos dicen que si no votamos este primero de julio, día del holocausto, nos iremos al infierno, allí donde arderemos por el gran pecado de no haber aplicado nuestro derecho ciudadano que se llama votar, blasfemia inmisericorde en esta torre de Babel.
Ya tenemos a la mano las firmas ante notario en tres colores, con copete preferentemente, una lucha fragorosa contra esos grupos que parecen formar parte de una bandera alucinógena; también la mujer de muchas faldas que son pantalones o pantalones que son faldas, da lo mismo, y el hombre poseedor de las santas escrituras.
Previo al día del juicio final, habremos de analizar todas las propuestas, aquí en Guerrero y eructado desde esta región calentana, como el documento de los fundamentos de una república amorosa, sin Jaime Sabines, que arranca de manera epistolar, en medio de esta decadencia que padecemos.
Y refiere a la honestidad, un concepto totalmente extraño para nuestros próceres; o el tema de la justicia, imbuido en la frase bíblica de que hay en México «hambre y sed de justicia»; el combate de la inseguridad que para Andrés Manuel López Obrador, se acabará en seis meses, como refirió Armando Ríos Piter; o el amor como eje fundamental.
Y la felicidad como objetivo puntalanza, en amasiato con una constitución moral. ¿Dónde tenemos la fórmula?, enredada en sus propios apéndices, múltiples. Ya tenemos a la vuelta este dolor que nos carcome, que nos encierra en su propio marasmo y aturde las entendederas.
Es hora de poner nuestros pecados en las mesas, valorarlas para poder ser medidos en 76 días, juzgar y romper sueños o levantar unos pocos, para el mesías de cartón, de cuatro, uno, sólo uno el iluminado, hijo del dios babélico, que se muerde con las propias fauces de las tres cabezas prestadas del Cerbero.
El día de juicio final se juega así, sicodélico, bizarro, entretejido con sus uñas y las muescas propias del infierno previo, o el diablo mayor que se trajea como un angelito, y nos zambulle en sus propios juegos de la mentira, en un ritmo inacabable e inacabado, con sus múltiples senderos que no hacen de ninguna manera llegar a Roma, y mucho menos al Vaticano.
Son 76 días los que nos restan, y nos obligan a contar nuestras hostias y los domingos para comulgar, nuestras limosnas y nuestras flores, para ser llevados, entre las patas, perdón, en la carreta de la salvación, con su Res Pública que la jala, para ser levantados en lo alto mientras los demás arden en el infierno…
O al menos, creídos en va a suceder, más si se firma ante notario público, o se desmayan ante la presión blanquiazulita, o el amor sin santas escrituras.
. A esta fecha, lunes 16 de abril, nos restan exactamente 76 días para que reviente la bomba popular y se deshagan los sueños uno a uno de los que buscan los beneficios, las prebendas, jugosas dietas y la impunidad de las 500 plazas que se harán en el bajo sanedrín; 128 en la cámara superior; el de un mesías de lo que se cree una eternidad divina que dura seis años, legítimo o no.

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