miércoles, 29 de agosto de 2012

COLUMNA

Cosmos



Héctor Contreras Organista


Esta mañana esperaba la llegada de la urvan que me traería a la parada próxima a las oficinas de redacción cuando sin querer escuché la charla de dos jóvenes, hombre mujer, novios tal vez o matrimonio reciente.
Ella decía: Mira, ayer fue día del anciano. El respondió: ha de ser feo llegar a viejo. Ella rápidamente contestó: Ah de ser más feo no llegar. El joven guardó silencio y se quedó como reflexionando… y yo también.
Hace tiempo hice un reportaje relacionado con el tema, fui a la Casa del Anciano, la que se localiza por la colonia «Margarita Viguri» y me llevé varias sorpresas, de esas que parten el alma, de esas que cimbran al más pintado cuando se topa de frente con la realidad de la vida en la ancianidad.
Llegué en diciembre, una mañanita gélida a más no poder. Amablemente fui recibido en ese entonces por el muy humanitario médico Aparicio quien me llevó a hacer un recorrido por las instalaciones del albergue y me detalló cómo viven ahí hombres y mujeres en la senectud.
La mayoría de ellos, por no decir que todos, son ancianos –había una mujer de sesenta y dos años que era la más joven- que ya no cuentan con alguien cercano que los apoye. A la gente mayor que tiene hijos, hermanos, sobrinos o algún familiar, no los reciben y me pareció eso muy bueno.
Porque la deshumanización, la falta de conciencia, de reflexión de los mismos familiares que ven a los viejos en casa como estorbo, antes los iban a enclaustrar a ese lugar para que ahí pasaran sus últimos días, que en muchas ocasiones se convertían en años y de ahí a la tumba.
Por eso tal vez, las autoridades que administran la institución reciben solamente a quienes no tienen a nadie que los ayude, que los proteja. Y conste que hay uno que otro anciano que cuenta con bienes, con propiedades, con dinero, pero no con familia, ni con perro que les ladre.
Alguien pensó hace tiempo que tenía que crearse un programa de atención a los ancianos, y se hizo. Pero luego comenzaron las torpezas de la modernización y el título de alta dignidad para un viejo que es de hecho anciano pasó a calificarse como «adulto mayor»… bonita pendejada.
¿Por qué no llamarle al pan pan y al vino vino? ¿Por qué la estupidez de pretender «disfrazar» lo «indisfrazable»? A la vieja los abuelos siempre la llamaron así: ¡Esta es mi vieja!, o ellas, muy orgullosas: ¡Este cabrón es mi viejo! Y todo mundo contento y feliz. Al fin mundo, ahí te quedas…
Ignoro porqué se seleccionó el día del «Águila de Hipona», es decir de san Agustín como día del anciano. El autor de «La Ciudad de Dios» cuando daba un pergamino a sus discípulos les decía: «Toma y lee, lee y aprende, aprende y practica», y edificó cultura, mucha cultura al norte de África.
No comulgo con la estupidez de «como te ves me vi y como me ves te verás». En sentido contrario: los que tengan, que le pidan a Dios que a los ancianos les permita vivir la felicidad de la fe y las bendiciones. Y como dijo la muchacha esta mañana, llegar a viejo no es feo, más feo en no llegar.

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