martes, 12 de marzo de 2013

COLUMNA


Jotos, caballo y rey 

  Apolinar Castrejón Marino 


En México tenemos pocas libertades, pero una de las que podemos darnos gratuitamente, es hablar. Como la lengua no tiene hueso, y como hasta el momento no conocemos autoridad alguna que pueda andar detrás de nosotros cuidando como hablamos o qué decimos, pues decimos cada barbaridad.

Como en el caso más reciente de la Suprema Corte de Justicia que intenta amordazarnos para que a los homosexuales deje de llamárseles «maricones» y «puñales»; según ellos porque son «expresiones homofóbicas».
El yerro principal de tan sabios señores de la justicia es que nadie quiere ocasionar «daño moral» a los homosexuales llamándolos con esos epítetos. La gente únicamente trata de mostrar su rechazo hacia esos «hombres» que prefieren juntar sus labios en público con los de otro hombre, ocasionalmente bigotón y trompudo, en lugar de besar una boquita pulposa, suave y roja de mujer.
Otro equívoco de los ministros es que en ciertas regiones del país, hay los más floridos calificativos para los homosexuales. Porque mire usted, uno no va a casa de los homosexuales a preguntarles acerca de sus preferencias sexuales, sino que son ellos quienes se esmeran por mostrar públicamente sus diferencias.
Lo más notable es que les agradan llamar la atención con colores rosáceos, chillones y pastel. Prefieren las prendas ajustadas y con rellenos. No les preocupa andar en la calle con «chanclas» de baño, mostrando sus callosidades y «juanetes» ¿Los ministros creerán que nos importan estas cosas?
También es fácil advertir que son ellos mismos quienes se llaman putos, jotos, maricones y puñales. Ellos saben por qué caminan y hablan «rarito» y gustan de hacer escarnio de las mujeres, a quienes critican ferozmente. Es bien sabido que gustan de hablar mal de la vida sexual de las mujeres, y a la menor provocación cuentan la historia sentimental de sus vecinas, o compañeras de trabajo.
En México, a los homosexuales y afeminados se les llama joto. Pero también se le llama así a una de las cartas de la baraja española, que representa a un joven completamente afeminado, el cual tiene el nombre de «sota» y le corresponde el número 10. Según referencias históricas, era un paje que se vestía con mallones, falda corta y zapatillas sin tacón, que en su tiempo eran consideradas varoniles.
Otra versión, asegura que la expresión jotos nació en la cárcel llamada Lecumberri, en la cual las crujías se encontraban marcadas con las letras del abecedario. Y sucedió que por extraña coincidencia, en la crujía marcada con la letra j encerraron varias veces a unos homosexuales, en ese tiempo, gente dada a escandalizar y armar alboroto. 
El celador en turno, harto del desorden, pero con demasiada flojera para acabar con el caos, solo se concretó a gritar desde su oficina «¡callen a los de la jota!» Pero como la situación se repetía, la expresión se abrevió según usos muy mexicanos «¡Callen a los jotos!»
Es necesario recordar que hace 10 años, la Real Academia Española oficializó el uso de 28 mil nuevos términos (neologismos), muchos de ellos provenientes de México. Debido a que un alto porcentaje de hispanohablantes son mexicanos, y a que aquí el lenguaje evoluciona más rápidamente, comparado con Argentina, Venezuela y España, la actualización del diccionario en el año 2003 tuvo un fuerte acento mexicano.
Uno de los términos aceptados por la Academia es «putazo» como sinónimo de golpe (golpazo), pero por lo visto los ministros no lo saben. Y mire usted, por adjetivos no paramos, si a los mexicanos les prohíben utilizar «puñal» o «maricón», el ingenio creará otros diez que los sustituyan.

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