martes, 11 de marzo de 2014

COLUMNA

Cosmos
Héctor Contreras Organista

 Hace unos días saludamos al estimado amigo Julio César Portillo López quien es un apreciado y destacado profesor normalista egresado de Ayotzinapa y quien nació en Xochipala, municipio de “Eduardo Neri”, Guerrero, el  domingo 6 de junio de 1948.


Su infancia transcurrió en la población donde nació al lado de sus abuelitos, en el ámbito rural donde aprendió muchas cosas que le sirvieron para abrirse paso en la vida y sobre todo, afirma, que esos años los vivió muy contento.
“De repente en la Primaria encontré a un gran maestro que me ayudó para solicitar una beca en Ayotzinapa, y como en aquél tiempo se entraba a Ayotzinapa sólo teniendo la instrucción primaria, me contestaron de la escuela que podía ir al examen.
“Fui, y me quedé. De mil aspirantes tengo el orgullo de decir que fui el número 7 en la lista de quienes salimos becados. Me quedé siete años. Entré niño, salí hombre, pero a trabajarle a mi patria, no al gobierno, que quede bien claro, siempre a mi patria, con mucha dedicación y con deseos de prepararme para enseñar y enseñar bien; a mí siempre me mortificó eso: saber qué iba a enseñar”.
El maestro Julio César ingresó a la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, localizada en Ayotzinapa, municipio de Tixtla, en 1964, habiendo egresado en 1971. Relata que en esos años a los nuevos maestros les llegaba por telégrafo el aviso de que se tenían que presentar a tal lugar, el estado no importaba, “lo que importaba era el trabajo. Muchos se fueron a Chihuahua, a Coahuila, al sureste y a mí por suerte me tocó Guerrero, sería tal vez por las calificaciones y fui a trabajar a mi primera plaza de maestro en Acapetlahuaya, Guerrero.
“Ahí me mandaron para cubrir un faltante hasta que llegara el titular, porque no tenía derecho sindical. Estuve por unos meses y después me mandaron a la montaña por el lado que se llama Ixcatepec, municipio de Teloloapan y de Arcelia, porque ahí está dividido. El primer pueblo que me tocó fue Lagunita, que de Lagunita no tenía nada, y luego Zumpango, hacia el lado de Arcelia. Son pueblos hermosos, maravillosos, no sabes cómo tratan al maestro ahí: muy, muy bien, de tal manera que cuando me salía de esos pueblos ni les avisaba porque no me iban a dejar salir.
“Tres años trabajé en esos pueblos, pedí mi cambio y me lo dieron, y para mi fortuna me mandaron a Xochipala, mi pueblo y fuimos a hacer labor. En ese tiempo estaba en Chilpancingo la Normal Superior, todos éramos maestros de la Normal Superior, y nos dijimos: ¿Por qué no fundamos una Secundaria? ¡Pues la formamos!, tú te agarras Sociales, tú Química, tú la Danza, bueno todos nos repartimos el trabajo y la hicimos, ahora ya es una Secundaria Federal, pero en 1975, cuando se fundó, era particular y tenemos muchos profesionistas bien preparados, pero actualmente Xochipala ya no produce profesionistas, produce puro esclavo asalariado en los Estados Unidos. Nada más esperan terminar la Secundaria o Bachilleres, y se van a Estados Unidos, pero profesionistas ya no tenemos. De cien, serán unos dos”.
El maestro Julio César estuvo siete años trabajando en Xochipala y ahí se casó “con una hermosa xochipalteca que tiene tres hermosos hijos míos, bellísimos mis hijos; uno es contador, la otra es doctora, el otro es abogado y tengo la fortuna de ser bendecido por Dios en todo, en el trabajo sobre todo, y de ahí me vine a Chilpancingo en el año 80 y tuve la fortuna de llegar a Mazatlán, turno vespertino y digo: ¿qué hago? Me metí de taxista porque al llegar a Chilpancingo ya tenía la pensión alimenticia de mis hijos y leo en el periódico que en el Centro Escolar Chilpancingo solicitaban un maestro de Sociales, y ese era yo, y voy y me pregunta la directora: ¿Quién lo recomienda? Le digo: Me recomiendo yo solo. Me dice: Así no puede entrar. Le pedí que me dejara entrar un mes, si le parece mi trabajo me quedo y si no, no me debe nada. Y no me quedé un mes, me quedé diez años trabajando en el Centro Escolar Chilpancingo.
“De Mazatlán me mandaron a Petaquillas y de Petaquillas a Chilpancingo y sin necesidad de hacer menesteres sindicales llegué bien y me mandaron a la escuela ‘Nicolás Bravo’ y ahí estuve trabajando veinte años, y para cerrar mi círculo, dije: voy a cerrarlo como empecé, con los campesinos, y entonces hice una permuta hasta Tlacotepec y me fui dos años, y terminando ese ciclo me jubilé, en 2005. 
“A partir de entonces me he dedicado a estar en la casa. Desgraciadamente murió mi esposa y desde ahí no rehice mi vida, tal vez la rehaga. Tengo el temor de estar enfermo y sólo, entonces necesito de una compañera y la voy a buscar, si la encuentro, bien, y si no: también”.
De su paso como alumno por Ayotzinapa, nos dijo: “Ser ingresado en Ayotzinapa era padecer tres  cosas: Hambre, sueño y frío, porque antes hacía mucho frío, nos levantaban a las cinco y media de la mañana y a las seis de la mañana ya estábamos en clases, era la Ayotzinapa de oro. Tuvimos maestros muy entregados, valiosos, que nos enseñaron todos los valores que ahora se han ido perdiendo poco a poco. Éramos quinientos, conocí a mucha gente, entre ellos no quiero nombrar a nadie porque se me vayan a olvidar, pero muy buena convivencia con el motivo de ser alguien en la vida, y teniendo la beca cuidarla, porque teníamos disciplina muy estricta.
“Sobre el comportamiento; le iban bajando puntos al que no cumpliera y por la conducta te iban bajando puntos y también por las calificaciones. Si llegabas a cincuenta puntos, te quitaban la beca y si en calificaciones llegabas al seis, perdías la beca. De mi generación entramos 86 y salimos 43, la mitad exactamente, con todos los compañeros ahora que estamos jubilados, nos llevamos bien.
“Mis maestros, los que me dejaron huella un señor de apellido Carballo, otro Basilio, varios maestros, otros de Iguala que en aquél tiempo nosotros como que los odiábamos, pero ya con el tiempo, qué hermosos maestros, porque nos exigían demasiado, y qué bueno, por eso yo estoy a favor de la disciplina férrea porque así el hombre aprende y la mujer guarda sus valores.
“Teníamos un maestro que todo lo que es didáctico nos lo hacía escribir con tinta china, con manguillo. Imagínate, era muy delicado escribir con manguillo y eso nos enseñó a ser muy entregados y cuidadosos de lo que estábamos haciendo, muy limpios”. 
 Nos despedimos del gran maestro Julio César Portillo López, agradeciendo sus remembranzas. 

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