martes, 20 de enero de 2015

COLUMNA

¿Maestros, o licenciados?


Apolinar Castrejón Marino
 Hoy vamos a contarles una historia muy bonita de la maestra Rabya Al Basry, quien impartía clases en una escuela de México. Era de origen árabe, y por ese solo hecho, algunos la consideraban un tanto despistada, como quien dice, loca.
Una tarde la miraron en la calle, agachada, como buscando algo en el suelo. Unos vecinos, muy comprensivos se acercaron a preguntarle qué estaba buscando, para que la pudieran ayudar. 
--Perdí una aguja, contestó.
Y los vecinos se pusieron a buscar, y al poco rato llegaron unos jóvenes que eran sus alumnos, y también se unieron a la búsqueda. Entre los chicos que buscaban la aguja de Rabya, estaba uno que era el más inquieto de su clase, y fue el que le preguntó: 

Rabya ¿Tienes de casualidad una remota idea de dónde puedes haberla perdido?
La maestra Rabia contestó con tono muy seguro:
Si, la perdí en mi casa.
¿En tu casa? 
El chico hubiera querido decirle: Vieja loca ¿Cómo quieres que encontremos en la calle, algo que perdiste en tu casa? Pero debido a las reglas de la decencia solo pudo decirle:
Disculpa Rabya, si la perdiste en tu casa ¿por qué la estás buscando en la calle?
Y la anciana mujer volvió a utilizar su tono inocente para responder:
Porque en mi casa está un poco oscuro, y aquí hay buena luz.
Pero Rabya, disculpa. Si la perdiste en tu casa ¿Cómo podría estar aquí?
Ah. Bribón eso sí lo entiendes ¿verdad? ¿Y por qué cuando yo te enseño algo que está en la sabiduría, no me haces caso, y crees que ya está en tu cerebro?
Es muy ardua e ingrata la labor de enseñar de los maestros. Por eso deben estar bien preparados, pues ya no es cuestión de golpear con la vara o el borrador a los alumnos, sino de tener buenas estrategias para mantener el control a través de acciones que cautiven su interés. 
Algo e pasaría al maestro José Ortega y Gasset, que escribió la siguiente reflexión, en la cual se nota algo de amargura: “Siempre que uno dice la verdad a los jóvenes se indispone con ellos. Después, cuando lo han aprendido duramente y a sus expensas, creen haberlo inventado; de cualquier forma, para ellos, el maestro es un imbécil”. 
Una anécdota contenida en el libro “Diálogos” de Platón, narra la conversación que tenía Sócrates con su amigo Fedro, a quien le decía categóricamente: “… la escritura es un simulacro del habla, que puede ser muy útil para la enseñanza, pero que a la postre resulta contraproducente para el razonamiento, pues la gente se confía y no desarrolla su memoria, ni su saber, ni su imaginación. Peor aún, llega a creer que sabe, porque tiene libros”.
Es muy grande el descrédito en que han caído los maestros… pero quizá lo tengan merecido, pues además que se han estancado en su evolución intelectual, y además se han involucrado en “luchas” gremiales para defender privilegios surgidos al amparo de la corrupción.
Hace 50 años, el número de maestros normalistas titulados era muy bajo, luego la gente se preocupó por completar su formación académica para trabajar en las escuelas. Y más tarde las autoridades educativas quisieron sacar provecho de la situación, y se dedicaron a expedir títulos de “licenciados en educación”, sin haber modificado los programas de estudio, ni cambiar la plantilla académica de las escuelas normales.
De manera despectiva, la gente acuñó la expresión “licenciados disel”, una contracción de la frase: “dice él que es licenciado”. Vale recordar que la licenciatura es el grado académico obtenido al terminar una carrera universitaria de 5 años. En general, las licenciaturas se otorgan en áreas del saber, como derecho, literatura, ciencias sociales y computación, y significa que tienen una licencia para ejercer tales profesiones.
Las licenciaturas se imparten en las facultades, y para concluir los estudios y obtener el título de Licenciado, se requiere realizar un trabajo de investigación llamado tesis. Los estudiantes normalistas, solo realizan una especie de tesina o trabajo de titulación, para conseguir el permiso profesional (cédula) para ejercer la enseñanza.
Pero los estudiantes normalistas, lo mismo que los universitarios están obligados a realizar un determinado número de horas de servicio social. Y por conveniencia de ellos mismos, también realizan un determinado número de horas de trabajo social, durante el cual empiezan a integrarse al área en la que se incorporarán a trabajar. Pero ni el servicio social, ni el trabajo social deben ser remunerados, ni podrán ser reemplazados por otras acciones.

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