jueves, 21 de mayo de 2015

COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista

La Rata: Miguel Aguilar Vega -Montador de toros-
 “Al principio, cuando empecé a montarle a los becerros, ahí por donde ahora está la colonia INDECO, sí tenía un poco de miedo. Después, cuando le monté a los toros, ya no. Era sólo precaución, pero aún así, ellos fueron los que me retiraron de la montada y de milagro sigo vivo.

“Mis amigos de ese esa época fueron Mateo; El Chulo; La Camelia; Chano; La Gallina; El Marro; Malle; El Cheque, La Bola y otros. La primera vez que le monté a un becerro ante público fue donde está la plaza ‘Belizario Arteaga’. Eran tres becerros los que sacaron. Y uno de ellos, uno tras otros tiró a tres montadores. Y que me le monto yo, y a mí ya no me tumbó, me le quedé.
“Después empecé a montar toros, porque me fue gustando; recuerdo que al tercer toro que le monté, me descalabró, aunque en los reparos me le quedé. Después me tumbó. Era un toro muy bravo, porque cuando estaba yo en el suelo y no podía cornearme, me mordía. Me mordió en la pierna, aquí traigo la cicatriz, en la pierna derecha”.
La vida de Miguel Aguilar Vega, mejor conocido entre la palomilla de montadores de toros como “La Rata”, y reconocido como uno de los mejores que ha habido por los rumbos de Guerrero y Morelos, no es sólo un resumen de anécdotas, es también una tragedia. Sus padres, de quienes no conoció sus nombres o no quiere recordarlos, “cuando tenía un año de nacido me regalaron con mi tía, doña Panchita y con su esposo José Aguilar Feliciano a quienes reconozco como padres”.
Miguel, fue alumno de la Escuela “Antonio A. Guerrero”, hasta el quinto año escolar, aclara. Tiene un medio hermano, Celso, y a su hermana Alicia con quienes vive en la colonia prolongación Reforma, al sureste de Chilpancingo. Después de aquella anécdota donde lo mordió el toro, “como a los quince días volví a montar y conocí al ‘Cantinflas’, un montador venido de Morelos quien me llevó a Puente de Ixtla, y allá me enseñaron a montar mejor y anduve por todo Morelos y por el norte del estado y la tierra caliente”.
La vez que estuvo a punto de morir fue cuando en Taxco lo tiró un toro, “me quise parar pero me desmayé. Cuando desperté, la enfermera me dijo que estaba en un hospital de Toluca, que me había llevado ahí el ganadero Guillermo Ocampo, de El Cedrito, de Taxco y que había estado cinco días inconsciente. Ya me daban por muerto. Tres meses después volví a montar, pero como te digo, los toros fueron los que me retiraron; yo no me retiré por mi voluntad”.
Hoy, aquél famoso montador de toros, “La Rata”, que fue ovacionado, admirado y ganador de buen dinero en los redondeles de Morelos y Guerrero, vaga por las calles de Chilpancingo con acentuada dificultad para caminar, limpiando parabrisas de automóviles en las esquinas de las calles. 
Jamás nadie podría imaginar que esa persona que como sombra vaga por las calles arrastrando los pies, andrajoso y con ropas llenas de mugre, sosteniendo una franela y hablando con dificultad, fue una celebridad. 
Él, de algún modo triunfó. Porque de otros como él, ni el recuerdo dejaron. 
Por ahí deben andar, dice, algunas muchachas que recuerda con nostalgia y que fueron sus novias. Al verlo, recordarán tal vez su pasado de gloria. 
Es difícil suponer lo que ellas pensarán de su ex galán, al verlo solitario, vagando, enfermo y siendo ahora apenas alguna pincelada de evocación: Todo lo contrario de la gloria de un gran montador de toros cuya fama, juventud e intrepidez acabaron en los de hospitales, en el olvido y en  la soledad.  
Lección de vida para los osados, los que piensan con soberbia que el mundo, la vida y la suerte son sólo de ellos.  

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