miércoles, 30 de septiembre de 2015

COLUMNA

Muerte del “Ché Guevara”
Apolinar Castrejón Marino


Seguramente sabe usted que el doctor Ernesto Guevara de la Serna, es el legendario guerrillero llamado “El Ché”, cuya fotografía sirve de b
andera a todos los movimientos sociales y de protesta de todo el mundo.
 El imaginario colectivo identifica de inmediato a ese símbolo de un hombre barbado, de melena ensortijada, medio cubierta por una boina con una estrella solitaria sobre la frente. Y la gente piensa que es una especie de mártir de las causas más nobles de los jóvenes, de los rebeldes y de los explotados. Veamos:

 Ernesto Guevara nació el 14 de mayo en Rosario (Argentina). En 1947 ingresa a la Facultad de Medicina, y en 1951 inicia su vida de aventurero, con un viaje en motocicleta comenzando en Argentina, pasando por Chile, Bolivia, Perú, Colombia y Venezuela. Terminó la carrera de medicina en 1953 con una tesis sobre las alergias.
En México, en 1955 se casó con la exiliada peruana Hilda Gadea, y conoció a Raúl Castro, con quien participó en la revolución  cubana. Al triunfo de la revolución el Che Guevara impulsó la instalación de focos guerrilleros en varios países de América Latina. En 1967 fue capturado y ejecutado en Bolivia, por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), apoyada por el Ejército Boliviano.
El “Ché” Guevara fue herido en una pierna en el enfrentamiento de “El Yuro”, mientras que sus compañeros Rene Martínez Tamayo, Orlando Pantoja (Olo) y Aniceto Reinaga, resultaron muertos. Los “rangers” bolivianos persiguieron ese día y el siguiente a los otros 9 guerrilleros que se dieron a la fuga, y los asesinaron a mansalva. 
Se llevaron al Ché a la pequeña población de La Higuera, y lo encerraron en un salón  de la escuela. Al lugar llegaron el coronel Joaquín Zenteno Anaya, y el agente de la CIA Félix Rodríguez. Con la orden expresa del presidente Barrientos, de ejecutar al Che Guevara.
Como a la una de la tarde, Félix Rodríguez interrogó al Ché y lo sacó del aula para tomarle varias fotografías. Se dirigió al sargento Mario Terán, para ordenarle que ejecutara al prisionero. Poniéndose la mano a la altura de la barbilla, le dijo: “Dispárele de aquí para abajo, pues se supone que este hombre haya muerto de heridas en combate”. 
Cuando llegó al aula donde estaba el Che, estaba sentado en un banco. Al verlo le dijo: “Usted ha venido a matarme”. Preguntó por sus compañeros: 
¿Qué han dicho los otros?
El sargento respondió que no habían dicho nada y él Ché dij: 
¡Eran unos valientes!
Los ojos del Ché brillaban intensamente, y en un alarde de valor le dijo a su verdugo:
¡Póngase sereno y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre!
Mario Terán dio un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerró los ojos y disparó la primera ráfaga. Como no había subido bien el rifle, solo le había destrozado las piernas. Cayó al suelo y se empezó a contorsionar y regar mucha sangre. Disparó la segunda ráfaga, y lo alcanzó en un brazo, en el hombro y en el corazón. 
Como sucede con los crímenes perpetrados desde las más altas esferas del poder, se propalaron varias versiones sobre el destino del cadáver. El General Juan José Torres declaró que el cuerpo había sido cremado, mientras que el General Alfredo Ovando afirmó que había sido enterrado en la madrugada del 11 de octubre, pero en una fosa diferente de los otros seis guerrilleros.
El general Federico Arana Serrudo, Jefe de la G2, de  la Inteligencia Militar del Estado Mayor boliviano, y el agente de la CIA, Félix Rodríguez, ordenar el traslado del cadáver del Ché de La Higuera a Valle Grande, fue amarrado al patín del helicóptero, y como no se sostenía terminó colgado de manera macabra y grotesca, lo cual pareció divertir a los militares.
Cientos de personas, pobladores, curiosos, y periodistas, asistieron a ver el cuerpo. Las monjas del hospital y las mujeres de la villa señalaban su parecido con Jesucristo. Muchas mujeres le cortaron mechones de su pelo para preservarlos como recuerdo. Los soldados y funcionarios locales, se apoderaron de las cosas que llevaba el Che. Debido a que ya estaba decidido que se haría desaparecer el cuerpo, la noche del 10 de octubre le cortaron las manos, para conservarlas como prueba de la muerte.

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