lunes, 21 de septiembre de 2015

COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista


Recordando a Javier Flores Leyva,
en el aniversario de su fallecimiento
Chilpancingo… 
¡Ahhh, nuestro querido Chilpancingo! 
Es un lugar lleno de luz y de colores hermos
os. Tiene sus días felices, alegres, aunque llueva… y sus fiestas, como la de hoy, 21 de septiembre en que se celebra a San Mateo, el santo Patrón de uno de los hermosos barrios pozoleros de nuestro pueblo, lleno de tradición, de amor, de recuerdos, de vivencias, de fiesta y cuna de la Feria de Chilpancingo. Hospitalario a más no poder.

Pero también tiene sus días tristes, grises, dolorosos y difíciles cuando como hoy, en medio del jolgorio popular, hace cinco años nos llegó la infausta noticia del fallecimiento de un buen amigo, en este caso de don Javier Flores Leyva, muy popular entre la palomilla con el apodo del “Poquechí”, estimado por incontables paisanos y quien debido a un malhadado accidente ocurrido  en la madrugada del día 20, en la autopista México-Querétaro, a la altura de Jilotepec, un pueblo muy cercano a Tepeji del Río, Hidalgo, perdió la vida.
Hace cinco años por la tarde, al acudir a dar el sentido pésame a sus familiares, en la calle de Allende número 29 (Barrio de San Antonio), nos comentaron que Javier, desde el martes 14 se había trasladado a León, Guanajuato donde gustaba de ir. 
Cultivó magnífica amistad con el señor don Luis, un muy popular vendedor de tacos de carnitas en la tierra donde “la vida no vale nada” -¡Pero se respeta al que gana!- (recuerdo grato de Lucesita), y a la menor oportunidad, nuestro buen amigo Javier se iba a aquella progresista perla del Bajío a descansar. 
Con Javier y muchos magníficos paisanos nos conocimos, jugamos, corrimos e hicimos diabluras cuando fuimos alumnos de la Escuela Primaria “Fray Bartolomé de las Casas”, cuando el edificio era de adobe y teja, ¡imagínese cuántos siglos han pasado!, y desde entonces hubo estimación y afecto. 
Javier, siendo muy joven se trasladó a la ciudad de México. y al paso de los años supimos que trabajaba, gracias al apoyo de uno de los apreciados y siempre muy queridos “Cuates Montaño”, en la “Aseguradora Hidalgo”, de donde se jubiló y regresó a su tierra.
Su don de gentes, su increíble facilidad para hacer amigos lo llevó a sostener una buena amistad con el entonces estudiante Ángel Heladio Aguirre Rivero y otros paisanos a quienes en lo económico apoyó, y Ángel, a su vez, siendo gobernador apoyó a Javier para que regresara a Chilpancingo a ejercer un empleo modesto, en el Departamento de Correspondencia en la Secretaría de Educación Pública, en Chilpancingo, en la llamada “Casa Blanca”, convertida después en cueva, y ya no tan blanca.
Javier siempre que comentaba ese detalle expresaba su agradecimiento a Aguirre Rivero. Su papá fue don Gregorio Flores Leyva, don “Goyo” Flores, uno de los muchos y muy bien recordados viejos taxistas de Chilpancingo quien por muchos años condujo el taxi número 40, pero años atrás, y también por mucho tiempo trabajó en “los coches del Sitio Bravos”, donde le tocó trabajar el número 9, que era propiedad del tío de Javier, don Joaquín Flores Leyva, hermano de don “Goyo” Flores.
“Don Goyo” fue a su vez hermano de la mamá de Héctor Antonio Astudillo Flores, de doña Carmen. Y los amigos hacían bromas a Javier, recordándole que en el trabajo lo tenían en el rincón de alguna oscura oficina de la “Casa Blanca”, dependiente de la SEP, al sur de la ciudad, 
Pero aquella vez, cuando “destaparon” a Astudillo como candidato a gobernador, los jefes de Javier, al saber que eran primos con Héctor, el candidato, de inmediato sacaron del rincón oscuro de la oficina de Correspondencia de la “Casa Blanca” a Javier y lo instalaron en la planta baja de ese edificio, a la entrada.
Le colocaron un gran escritorio de madera a todo lujo, un sillón amplio y cómodo de jefe ejecutivo y ahí Javier hacía su trabajo. Para su desgracia, su primo perdió las elecciones, no fue gobernador y al saberse la terrible noticia, sus oportunistas y lambiscones jefes lo regresaron al rincón oscuro de siempre. Y Javier se reía del detalle que parecía broma, pero fue cierto. Le causaban risa los lambiscones de su primo hermano. 
Fumaba, es verdad, y mucho. Sus cajetillas de cigarros eran de marcas no caras. Gustaba hacer bromas a sus conocidos. Les hablaba fuerte y a veces con palabras gruesas, pero como era su forma de ser bromista, en todas partes era bienvenido. 
Le gustaba guisar y tenía buen sazón. Compraba carnes, condimentos aromáticos, verduras y se preparaba para organizar algunas comidas con gente que él seleccionaba para que dieran cuenta de sus platillos y criticaran su arte culinario. 
También gustaba mucho de la música de tríos e iba por las mañanas al mercado, a degustar el delicioso “Café Ley”, en la cafetería del excelente amigo don Fernando Leyva y su familia, pero Javier, la mayor parte de las veces, se apartaba de los contertulios y prefería estar sólo tomando el café y fumando.
Nadie sabe si las penas de un hombre de sesenta y tres años de edad eran muchas, pocas, grandes o pequeñas, pero por algo gustaba de la soledad. Cuando con algunos de sus viejos y queridos amigos hablaba de lo que más amaba, se refería a sus hijos. José Roberto Flores Leyva, quien era director de Radio Guerrero, hijo de nuestro amigo Javier. 
Este 20 de septiembre de 2015 se cumplieron 5 años que Javier Flores Leyva, nos abandonó para siempre. Ayer dialogamos con Chuy, una de sus hermanas y el dolor de su ausencia sigue latente.

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