martes, 27 de octubre de 2015

COLUMNA

Elogio de la locura 

Apolinar Castrejón Marino
“Yo soy la locura, y no me importa lo que digan de mí, porque soy  tan poderosa que puedo divertir, tanto a los a los Dioses como a los hombres”.
“Ustedes han visto, que apenas me han presentado para hablar ante ustedes, todos los semblantes se han relajado, y me han aplaudid
o solo por mi aspecto. Una insólita alegría, los ha invadido en sus corazones”.

Este es un fragmento del “Elogio de la Locura”, una obra genial del humanista, filósofo, filólogo, y teólogo neerlandés (actual Holanda), Erasmo de Rotterdam. Aparentemente es un monólogo, en el cual se ponderan las características de la locura, al mismo tiempo que se desacredita, a quienes se consideran muy inteligentes.
“No quisiera ser presuntuosa, pero mi sola presencia ha podido conseguir, lo que apenas logran los grandes oradores con un discurso bien meditado, aunque nunca logran disipar el malhumor completamente, ni levantar los ánimos”.
“El motivo de mi presencia aquí es que hoy me he levantado un poco con filosofía, y quiero que me oigan, pero no como oyen a los predicadores y a los mentores, sino como oyen a los charlatanes y bufones”.
“Yo pienso que alabarse a sí mismo no es una tontería, sino que es la mayor de las tonterías. Ustedes conocen a gobernantes y sabios que, una vez que han perdido el pudor, suelen sobornar a un orador, o a un poeta, para que les canten alabanzas, que casi siempre son mentiras”.
“Y entonces, el elogiado finge rubor, pero yergue la cresta, como el pavo real, mientras el desvergonzado adulador equipara con los Dioses a aquel hombre, presentándolo como ejemplar de toda virtud. Como aquel viejo proverbio del vulgo que dice que “hace bien en alabarse a sí mismo, el que no encuentra a otro que lo haga”.
Aclaramos que en esta ocasión no nos estamos refiriendo al Presidente de México, ni a ninguno de los “políticos”, pues don Erasmo, ni siquiera “tenía el gusto”. Aunque es inevitable deducir que en todos los tiempos ha sido igual con los “personajes públicos”, aunque hay algunos que de veras creen que la Virgen les habla ¿No?
“La cara es sincero espejo del alma, y en mí no hay lugar para el engaño, ni puedo disimular con el rostro una cosa, cuando abrigo otra en el pecho. Soy en todas partes absolutamente igual, de suerte que no pueden encubrirme esos que reclaman título y apariencias de sabios y se pasean como monas vestidas de púrpura”.
“Estoy queriendo imitar a algunos oradores de nuestro tiempo que se adornan intercalando en sus discursos, a modo de mosaico, algunas palabritas griegas, aunque no vengan a cuento. Y si les faltan palabras de lenguas extranjeras, arrancan de pergaminos podridos cuatro o cinco palabras anticuadas con las cuales cubren de tinieblas al público, para que no se enteren de nada”.
“Esos hombres son ingratos conmigo, porque aun perteneciendo a mi tropa de locos, se avergüenzan de nuestro nombre ante el pueblo, y llegan a considerar a la locura como grave oprobio. Y en sus reuniones, se ríen y aplaudan, según el ejemplo de los asnos, muevan las orejas, a fin de que parezca a los demás que lo comprenden todo”.
Desiderius Erasmus Rotterodamus nació el 28 de octubre de 1466 en Basilea. Fue hijo bastardo de un sacerdote de Gouda y su sirvienta Margaretha Rogerius. Estudió en la escuela de Deventer de los Hermanos de la Vida Común, donde tuvo sus primeros contactos con el movimiento espiritual de la devotio moderna. 
A los dieciocho años ingresó al monasterio de Emmaus de Steyn de los Canónigos Regulares de San Agustín. En 1592 fue ordenado sacerdote. Enrique de Bergein, le dio una beca, para estudiar teología en la Universidad de París. Posiblemente en esta etapa se encuentren los comienzos de su pensamiento humanista.

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