miércoles, 20 de julio de 2016

COLUMNA

Cosmos
Héctor Contreras Organista

Olvidada de los amigos del famoso guerrillero, la modesta mujer recuerda aquellos aciagos días
-Artículo publicado el viernes 4 de febrero de 1984-
SAN MARTÍN DE LAS FLORES, municipio de Atoyac de Álvarez, Gro.-A unos doce kilómetros al noreste de Atoyac, prácticamente copadas por la abundante vegetación de las estribaciones de la sierra de Guerrero, se localiza este pequeño poblado de casas dispersas, la mayoría de adobe con techos de lámina y algunas de teja, su condición es por demás humilde. La flora es abundante, el clima del trópico se siente y el sol quema cuando se camina por los polvosos caminos y veredas que conducen a este sitio.


Por el rumbo de la Costa Grande, llegamos hasta Alcholoa, de ahí una desviación al norte, y kilómetros más adelante una péquela cuadrilla: La Vainilla. Siguiendo por vados y curvas  se llega a otro paraje: Ixtla. Ahí conseguimos información para luego enfilar hacia el oriente y después de una muy prolongada subida llegamos a San Martín.
Entre tamarindos, almendros, palmas de coco, copadas bugambilias y un cerco con troncos de árboles viejos que alguna vez tuvieron figura firme, localizamos la casa a la que queríamos llegar, a la de doña Rafaela Gervasio Barrientos, madre del famoso guerrillero Lucio Cabañas Barrientos, quien muchas veces estuvo en este sitio, en esta casa humilde a visitar a su señora madre.
Ella es bajita de estatura pero de caminar firme. Una mujer menudita, espigada; su rostro, surcado por el tiempo, pelo cano y de mirada dulce pero de hablar fuerte, decidido. Buenas tardes, ¿se puede?
¡Pásenle, muchachos, ¿qué andan haciendo?
Pues, aquí, molestándola, saludándola. Nos da mucho gusto verla y le agradecemos que nos reciba…
Pasen, siéntense, están en su casa.
Nos ofrece con amabilidad la comodidad de un asiento que consiste en una tabla montada en dos bancos diminutos, y ella, con interés toma una pequeña silla tejida con palma y se sienta frente a nosotros (Juan Cervantes Gómez corresponsal del periódico El Universal y su hijo, quien condujo la camioneta de su propiedad hasta este lugar). En una de las paredes de su casa observamos un cartel con algunos retratos de guerrilleros latinoamericanos, entre ellos la famosa fotografía de Lucio Cabañas, sentado, apoyado en su fusil. La señora, descalsa, acomoda los codos en las rodillas y con paciencia nos mira y se sorprende del interés que tenemos or entrevistarla.
Le explicamos el motivo y accede con gusto:
-¿Cómo está de salud?
“Pues, yo, enferma; ya ven como estoy de flaca que cualquier ratito nomás voy a estirar la pata; ya nomás me acostaré”.
Su voz es grave pero a la ve dulce, firme, voz típica del modo de hablar de la gente de la costa.
-¿Qué edad tiene usted, doña Rafaela?
“Ya como setenta y siente, por ahí en eso. Nací el 24 de septiembre de 1915”. (En septiembre pasado había cumplido 78 años de edad).
-¿Cuándos e casó usted, doña Rafaela?
“Pos, tendría yo unos diecisiete años, con Cesáreo Cabañas Iturio, el padre de mis hijos, los Cabañas. Yo nací en Atoyac, mi esposo en El Porvenir, tuvimos nuestros hijos: Facunda, Lucio y Pablo Cabañas”.
-¿Cómo hizo para educar a sus hijos?
“Mis hijos, no los eduqué yo; los educó su padre, porque nos dejamos; se le quedaron; me quitó mis hijos y se criaron con él, con sus hermanas de él y su abuela; ellos los criaron en El Porvenir y yo me vine con mi mamá, pero cuando Lucio ya fue grande, me visitaba; me visitaban los tres ya que ellos se mandaban como grandes, cuando eran chiquitos, las tías no los dejaban ni que me regresaran a ver”.
-¿Desde cuándo se vino a vivir aquí, a San Martín de las Flores?
“Ya tengo unos treinta y ocho años que estoy por acá”.
-Cuando Lucio comenzó a ser famoso como guerrillero, ¿siguió usted, viviendo aquí?
“Sí, aquí vivía, y cuando él se levantó al monte entonces aquí vivía y de vez en cuando él me veía aquí. El venía a este lugar, me venía a visitar cuando todavía no lo apresuraba el gobierno, se salía él para acá; ya después no vino porque ya no podía él salir a los barrios, a las casas ya no podía asistir”.
-¿Desde cuándo dejó de verlo?
“Pues, ya tiene muchos años. Usted cree, desde el 2 de diciembre del setenta y cuatro que dicen que lo mataron, que dicen que lo mató el gobierno, desde entonces no lo veo. Yo estaba en la cárcel, yo estaba presa. Me agarraron. Me agarró el gobierno. Yo andaba huyendo ya, me agarraron por ahí, por Tixtla”.
-Allá, ¿con quién se fue usted?
“Con la muchacha esta con la que andaba Lucio; iba a dar a luz una niña y la fui a interhar allá, en el hospital de Tixtla y allá estábamos cuando nos agarraron”.
-¿A dónde se la llevaron?
“A Pie de la Cuesta el día veintiséis de noviembre, a amanecer el veintisiete. Amanecí en el Campo Militar número uno, a México”.
-¿Quién la llevó?
“El gobierno desgraciado, por sí, la judicial sería, sepa el demonio quién sería “.
-¿Qué le decían?
“No, nomás. Ni me decían nada”.
-¿Qué tiempo estuvo usted presa?
“Ah, por los dos meses no fueron los dos años. Sí, por los dos meses no cumplí los dos años allá”.
-¿Cómo fue su cautiverio?
“Nada, nomás por tenerme ahí los bandidos, pero no me maltrataron, a ninguno de nosotros. Mal miraban a la mujer que anduvo con Lucio, la atemorizaban, la maltrataban, como a ella solita la pusieron en un celda aparte, a ella solita y a la niña. Y a ella entraba el desgraciado general a decirle cosas, que le iban a quitar a la niña y que la iban a desaparecer, que si no decpia dónde andaba Lucio. Pero a mí, a mi hija y a la que estaba casada no nos mal miraron, a mí no me preguntaban nada”.
Finalmente, ¿qué fue de su nuera y de su nieta?
“Pues, se fueron para su tierra”.
-¿A usted cómo fue que la pusieron en libertad?
“Fue el gobernador Figueroa, él fue el que me fue a sacar del Campo Militar y hablamos, me dijo que ya me iba a dejar libre por un pacto que dijo que yo había hecho con mi hijo, que por eso me iba a dejar libre”.
-¿Qué hizo usted después de que salió libre?
“Nos quedamos en México (ciudad de México) como unos diez años; ya de ahí me vine”.
-¿Ha vivido aquí, tranquila?
“Pues, no muy tranquila, porque estoy sola; yo y mi hija, nada más”.
En ese momento saludamos a una muchacha que sentada junto a doña Rafaela, nos da su nombre: Juana Serafín, hija de un segundo matrimonio  de doña Rafaela, con evidentes problemas de capacidades diferentes.
“A Lucio ya no lo veo desde que dicen que lo mataron. Yo creo que lo mataron porque si estuviera vivo, aunque sea alguna razón, alguna carta recibiría yo de él, pero no, ya no sé de él”, doña Rafaela agregó un comentario en el sentido de que los amigos de su Lucio jamás le dieron una noticia de su hijo, “jamás volví a saber de él”.
-¿Cuándo Lucio la visitaba, le traía dinero?
“No, casi no, casi no alcanzaba, a él no le alcanzaba el dinero. A veces, que tenía unos diez pesos, me daba él. Me platicaba de su lucha que cargaba; no nunca estuve de acuerdo con eso. No, porque ya sabía a lo que iba, por eso nunca estuve de acuerdo. Yo siempre le evité eso, pero desde que él se puso a andar con sus acuerdos, ya nunca le pude quitar la idea”.
-¿Cómo se siente de ser la mamá de un personaje como Lucio Cabañas Barrientos?
“Pues, fíjese que para mí so n puras tristezas. Dicen algunas gentes ue estoy muy orgullosa; no, les digo yo. Siento que no, siento que no es un orgullo para mí porque estoy sufriendo mucho; sufro por la ausencia de todos mis hijos”.
-¿De qué vive aquí?
“Pues, nada más aquí, criando a mis gallinitas, mis marranos, mis platanitos y los vendo”.
-¿Sale a vender a Atoyac?
“No. Aquí los vendo, vendo huevos, un paquetito de cigarros es lo que estoy vendiendo, porque no tengo qué vender”.
Nos explicó que una muchacha que vive con uno de sus nietos y que trabaja en la Comisión de los Derechos Humanos, le ayudó para echarle teja a su modesta vivienda.
“Ahorita he estado enferma y estoy viviendo de un dinero que le pedí prestado a mis vecinos, y a ellos se los debo”.
-¿La visitan?
“Sí. A veces vienen de Atoyac amigos de mis hijos, me vienen a ver”.
¿Es usted católica?
“Sí. En mis oraciones le pido a Dios que me de permiso verlo antes que me muera, porque yo siento que ya no voy a dilatar. Me siento débil, estoy sufriendo mucho la soledad, aunque me ven aquí y me siento feliz, pero estoy sola, sola sin mis hijos, me siento mal yo”.
-¿Cree usted que Lucio Cabañas Barrientos luchó por una causa justa?
“Sí, por los mexicanos, porque yo digo que sí, porque oigo decir que fue su causa muy justa al luchar por nosotros los pobres, pero como no toda la gente tiene confianza en lo que él hizo, hay quienes lo odian, mismos aquí, del barrio; dicen que fue un roba vacas, que fue un asaltante, y eso a mí me duele”.
-¿A usted la mal ven, la insultan?
“No, porque yo no les digo nada, aunque oiga yo que dicen algo malo de mi hijo, yo no les digo nada”.
-Para usted, ¿Lucio Cabañas Barrientos, es un  héroe?
“Sí. Mi hijo es un héroe, y les digo que hablan de ardor porque mi hijo es un héroe y los que no lo comprenden pues, no son nada”.
-¿Cómo le gustaría a usted vivir?
“Pues, aquí, en San Martín. Yo, ya no quiero nada, al fin ya no voy a dilatar”.
Nos comentó que hace tiempo no la molesta nadie, excepto hace poco que llegó un “censor” a preguntarle muchas cosas, pero una de sus nietas le dijo, al ver un papel que el “censor” dejó, que ese papel no era nada, que no significaba nada.
“Me preguntó si tenías huertas de café, y en vez de que le contestara bien, me dio coraje”.
Alguien le obsequió un pequeño televisor y por medio de un radio portátil escucha los noticieros. Está informada de lo que ocurre en Chiapas y a pregunta específica sugiere a las familias de los guerrilleros de aquel estado que “mejor se vayan de ahí, que salgan de sus casas”.
Casi al concluir la entrevista se vuelve a llenar de tristeza cuando recuerda que su hijo Alejandro Serafín Barrientos está preso desde hace años en el reclusorio oriente de la ciudad de México y pide que sea puesto en libertad.
La tranquilidad del caserío a veces se ve interrumpido por los asaltos que suceden a plena luz del día en el camino de terracería que conduce a Atoyac.
Al comenzar a bajar la empinada cuesta, se observa cómo se tiende el panorama verdeazul de un gran valle tranquilo. Verde por la alfombra inmensa de palmeras. Al fondo el azul del Pacífico de esta costa grande de Guerrero…  y hacia el norponiente, la sierra, la historia, la leyenda de la guerrilla, la de Lucio Cabañas y la de Genaro Vázquez.
Juan Cervantes Gómez, corresponsal del periódico El Universal, y quien días antes había estado en este lugar para realizar la entrevista que publicó en el periódico de circulación nacional, cuando nos despedimos de doña Rafaela, él, al último, discreto, se regresó unos pasos y en silencio entregó un pequeño rollo de billetes a la señora Rafaela. Gran gesto de un gran Periodista.

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