martes, 12 de julio de 2016

COLUMNA

Mundo de princesas

Apolinar Castrejón Marino
¿Qué te pasa compadre, te veo muy pensativo? 
-Pues fíjese compadre que ante la proximidad de las vacaciones, discutimos con su comadre a donde iremos con la familia. 
-¿Y cuál es el problema compadre? 
-Pues que ella quiere ir a la costa, y yo y los niños queremos visitar los balnearios de “Los Manantiales”, o “El Rollo” o “Six Flags”. 
-Pero ella está necia con la costa. Y eso es algo que a mí me pone loco, cuando se emperra con algo. 
-Pero compadre, no sea tan duro con la comadre Gaby. A lo mejor piensa que en la costa está más tranquilo y es más barato. 
-Pero ella es la única que quiere ir para allá, compadre. Siempre nos echa a perder nuestros planes. Realmente es muy molesto tratar con una gente necia. 

-¿Y por qué ella prefiere ir a la costa? 
-Por nada, es un capricho. 
-¿Y ya hablaron de eso? 
-¡Claro, pero es absolutamente incapaz de abrir su cabeza y escuchar otras opiniones!
-¿Y ya le planteó usted…? 
-¡Le digo que no se puede razonar con ella! Y hasta alega cosas que ni vienen al caso. Fíjese que dice que mis amigotes nada más me quitan el tiempo, y que usted nomás me sonsaca. 
-¿Que, qué? ¿Cómo puede decir eso? Mire compadre, le voy a contar un cuento:
En un reino del oriente, el soberano ya estaba muy viejo, y decidió que en su nombre, gobernara su nieto, que se llamaba Jo-ti-to. Aunque tenía un problema: era ciclotímico.
Había días en que se levantaba alegre, eufórico, feliz. Todo le parecía maravilloso. Los jardines de su palacio le parecían más bellos y sus sirvientes, amables y eficientes. En esos días el rey concedía favores a los pobres, y aceptaba las críticas, inclusive, se disculpaba con sus siervos. Pero luego venían otros días terribles en que el rey promulgaba leyes de gran calado, y reformas estructurales con intención de perjudicar a sus siervos.
Uno de esos días negros, se levantó con la idea de que todos, todos, todos, deberían ser iguales. Y que especialmente las mujeres deberían tener leyes que las protegieran de la perversidad de los hombres. Y que de plano él las pondría sobre todas las cosas. 
Y decidió invitar a todas las mujeres a una fiesta a su palacio. Sería la cena y el baile más elegantes, y les dijo que todas serían princesas. Pero no solo esa noche, sino todo el tiempo. Todas quedaron muy contentas al saber la noticia. 
Y se pusieron sus mejores trapitos y arreglaron para ir a la gran noche. Así bañaditas, pintadas y perfumadas, hasta parecían princesas de verdad. Algunas llegaron en carruajes y otros solo consiguieron una calandria. Y el príncipe las recibió muy contento y se tomó selfies con ellas. Cenaron y bailaron, a todas les regaló una coronita de plástico, y ya por la madrugada, emprendieron el regreso a sus casas.
Aunque vivían en pocilgas, sin criados, ni despensas, ni cavas, muchas de ellas se negaron a quitarse sus vestidos elegantes y su corona de plástico. Estaban decididas a seguir siendo princesas, porque así les había hecho creer el príncipe, y porque había hecho promulgar unas Leyes de Acceso de las Mujeres a Una Vida de Princesas.   
Y al día siguiente salieron a sus ocupaciones, al mercado, a la panadería, a la carnicería y al campo. Pero nada funcionaba, todas las mujeres del pueblo eran “princesas”, y se negaban a servir a la demás población. La campesina se negaba a agacharse en el surco, la panadera se negaba a amasar la harina, y la cocinera se negaba a hacer la comida….porque todas eran princesas.
Los hombres de aquel reino se sorprendieron….solo un poco. Pero de inmediato se pusieron en acción: llevaron a los niños a la escuela, hicieron algo para comer, y hasta pudieron hacer pan. Y las mujeres, con sus vestidos hermosos, sus coronitas de plástico y sus caritas pintadas, rumiaban su frustración, porque nadie quería servirles. 

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