miércoles, 19 de octubre de 2016

COLUMNA



Sacerdote Humberto Osorio Refino


Cosmos
Héctor Contreras Organista

 Murió el sacerdote Humberto Osorio Refino
 (Artículo publicado en el periódico La Crónica/Diario Vespertino de Chilpancingo el día martes 18 de octubre de 2005)
Ayer murió en Chilpancingo el sacerdote Humberto Osorio Refino.
Su actividad pastoral deja una huella profunda entre el pueblo católico de la capital del estado de Guerrero y en sí, en toda la diócesis.

Hombre singular, dueño de un gran espíritu emprendedor y sacerdote de carácter fuerte y firme para realizar obras trascendentes en beneficio de la sociedad, cosechó la admiración y el respeto no sólo de la grey católica sino también de personas pertenecientes a diversas religiones y aun, ateos, con quienes cultivó buena amistad.
El pasado día 5 de abril del año 2005 el carismático sacerdote cumplió 44 años de ejercer su ministerio. Se ordenó en 1961 en la entonces iglesia de Santa María de la Asunción, hoy catedral, siendo obispo de la Diócesis de Chilapa el Doctor Fiel Cortés Pérez en tanto que el Canónigo Agustín M. Díaz era el encargado de la administración del histórico templo donde el Cura José María Morelos y Pavón dio a conocer “Los Sentimientos de la Nación”.
Humberto Osorio Refino llegó a la iglesia de la Asunción a desempeñar su misión con un entusiasmo sólo visto en el apreciado Padre Agustín M. Díaz. De hecho se convirtió en su brazo derecho, y a la muerte del cura nacido en Alcozauca, los católicos chilpancingueños encontraron en el Padre Osorio la guía, el refugio, la orientación y el liderazgo en la fe que muy pronto fue ensanchándose y multiplicando sus afectos.
La tarea de Humberto Osorio Refino no solamente se significó en las múltiples obras que realizó, comenzando por la remodelación de la propia iglesia de la Asunción y el echar a andar parroquias tradicionales de los barrios típicos, como fue la capilla de San Mateo donde comenzó por celebrar misa todos los domingos, a las 11 de la mañana.
Sino fundamentalmente por la fortaleza moral y espiritual que logró implantar en diversos grupos y asociaciones entre las que sobresale “Encuentros Conyugales”, programa que dio a pie a la reconciliación de considerable cantidad de matrimonios que vivían en el naufragio, yendo firmemente al rescate de la fortaleza en el amor.
Entre sus obras físicas quedan como herencia para la capital del estado la Casa del Seminarista en Chilpancingo y el paraje Villa Lucerna, al oriente de la ciudad, que albergó por mucho tiempo la sede de un anexo de recuperación de alcohólicos.
Esta mañana, al salir de la misa de las 7 que en catedral celebraron tres sacerdotes frente al féretro que contiene los restos mortales del Padre Osorio, encontré a uno de los jóvenes amigos del cura que estuvieron muy pendientes de su enfermedad.
“El templo está tapizado de flores, de coronas”, me dijo. Se le veía una cara de desvelo y una tristeza propia de quien ha perdido un ser querido. “Yo estuve ahí todo el tiempo; vino mucha gente de fuera desde que el Padre cayó en cama, y nos turnábamos para cuidarlo”.
“El padre nunca se rajó. Siempre lo vimos sereno. Sólo se quejaba, y es natural cuando lo cambiábamos de lugar o que le colocábamos. Nos decía: ya, ya, ya déjenme. Pero no se le vio que por ningún motivo se quebrara. Se mostró sereno y valiente”.
“¿Ves a aquel señor que va allá cruzando la plaza central? El de gorra amarilla. Se llama Simón. Es un hombre muy humilde, es trabajador de la Imprenta Osorio, propiedad de los sobrinos del Padre Osorio”.
“Ayer fue el último que habló con el Padre. Dice que le tomó de la mano y le dijo: Simón, ya es la hora. Ya me voy, ya me están esperando allá arriba. Y enseguida el Padre Osorio expiró”.
Los acontecimientos que se producen alrededor de una persona muy apreciada y valiosa como lo fue el Padre, no sobran. Cualquier detalle que ocurre puede aspirar a un título, el de alguna bendición.
 Las últimas palabras de Humberto Osorio Refino fueron apretando la mano de un hombre humilde al que anunció el momento de su adiós de este mundo, y ese hombre sencillo, del pueblo, de manos encallecidas, se llama Simón…

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