jueves, 28 de septiembre de 2017

COLUMNA

COSMOS
Héctor CONTRERAS ORGANISTA
O CHILPANCINGO RESCATA SUS TRADCIONES O DEJA DE SER CHILPANCINGO
En medio de la vida llena de adversidades que estamos padeciendo, la sociedad, los pueblos, la ciudadanía tiene que continuar el curso de su existencia, con las buenas, las malas o las peores circunstancias que cotidianamente se presentan.
Se sufre, se llora, pero también se ríe y se disfruta de los muchos motivos por los cuales se debe agradecer vivir.
Como sociedad, como grupo humano, como pueblo, nuestro hogar común que es Chilpancingo, nos ha brindado su cobijo para ese disfrute por medio de sus fiestas tradicionales.
Cada diciembre, quienes nacimos aquí y aún la mucha gente que ha venido de otros lugares, gozamos de la tradición que inicia con la celebración del nacimiento del niño Jesús.
La Noche Buena es esplendorosa y la Navidad del día 25 un refugio espiritual, un necesario oasis para la reflexión, la meditación o simplemente para el descanso o la convivencia familiar.
Se supone que hace cientos de años, en medio de un ambiente similar, los viejos chilpancingueños, en su mayoría campesinos, intentaron agradecer a sus deidades con festejos paganos los logros de las cosechas.
Fue así que, siendo dueños de una herencia cultural milenaria, crearon o dieron vida a danzas y música, vestuario sin duda, y buscaron los escenarios adecuados para la convivencia y el divertimiento, usando además habilidades para la monta de toros, en aportación extra para la diversión extrema.
Para ello, con tablones y palizada levantaron los rústicos corrales de toros en las orillas del pueblo. Sus instrumentos fueron hechos de carrizos y sus tambores de piel de animales salvajes.
Cuando en este valle hicieron su aparición los hacendados españoles y la peonada sufrió sus atrocidades, las protestas de los naturales se manifestaron mediante danzas y bufonadas, burlándose con resentimiento de los extranjeros, y a manera de catarsis. Pero también se aceptó en parte lo que de Iberia vino por medio de los frailes.
Fue así que surgieron los Manueles y los Moros, los Santiagos de machete y los Santiagos de tablado y la iglesia llevó parte de esa crítica social mediante la danza de Los Diablos.
Pero quizá la aportación grande, la importante, porque es la que transforma y encabeza toda esa cultura originada en Chilpancingo es sin duda el teatro danza de Los Tlacololeros, con el legendario “Porrazo de Tigres”, celebrado inicialmente en El Playón, cuando bajaba de Amojileca su tigre don Sinecio Adame a enfrentarse con el de San Mateo.
Y de ello nació algo espectacular que llena de alegría el corazón del pueblo y de lo que desafortunadamente casi nadie hace caso, o ni siquiera lo toma como aporte cultural valioso, salvo el maestro Pepe Ocampo, quien siendo director de la Banda de Música del gobierno de Guerrero, una parte la llevó a la grabación: Los Sones de Los Tlacololeros.
Por Chava, nuestro desaparecido y querido amigo don Salvador López Cuenca subsisten esos más de quince sones, porque llevó a don Esiquio García Cástulo a grabarlos a la ciudad de México. Y ahora hay que tocarlos todos, pero los piteros nuevos son flojos, se niegan a ejecutarlos y quienes ensayan la danza son peores, son ignorantes porque no se saben, no conocen la diferencia que debe haber, tras cada son, en los pasos, ni conocen el desarrollo de la danza... va muriendo la tradición.
Cada generación chilpancingueña, sin embargo, y como contradicción, ha abonado algo de sí para engrandecer la fiesta, hasta los años 90 del siglo pasado en que La Feria de Chilpancingo entró en una degradación de escándalo cuando los tristemente célebres patronatos, “organizadores” de la feria hicieron gala de corrupción y miseria.
Mercantilizado el festejo, omitiendo el homenaje principal al Niño Dios por su nacimiento, el propósito fundamental se desvió.
A la Feria de Chilpancingo se le dio otro sentido.
El acaparamiento de lo económico se repartió entre unos cuantos. Se rompió en mil pedazos la tradición y se dio paso a las orgías callejeras y embrutecimientos alcoholizados “populares” en el paseo del “pendón”.
Por todo ello, hace falta en el pueblo la reflexión serena y ponderada para rescatar una tradición que debe seguir siendo orgullo de los chilpancingueños.
Quienes organicen la que viene, deben ser personas que realmente amen a Chilpancingo.
Ese es el condimento que se necesita para rescatar la belleza de nuestra cultura.
Los ahora ya viejos chilpancingueños, no queremos que las tradiciones de nuestro querido Chilpancingo mueran.
Con todas las fuerzas que la voluntad permite, quisiéramos que Chilpancingo, como el Laurel de la India al que cantó el poeta Lamberto Alarcón, cupiera en el hueco de la mano para llevarlo por rumbos lejanos.
Conservar el ambiente sano de cada diciembre con las pinturas naturales que el mismo pueblo, por medio de sus danzas y convivencias festivas plasmó en el ayer de la acostada del niño Dios la noche bella del 24 de diciembre con su Teopancalaquis.
Ver desbordada a la generación juvenil, traviesa y festiva montando un toro bravo mientras el Chile Frito desgrana sus sonidos alegres de tambora y trompeta por el graderío del redondel de madera, hecho con tablones bajados de Amojileca
Disfrutar el aroma callejero y pozolero de este Chilpancingo que vibra con el estallido del chirrión tlacololero o aromatiza sus calles con la frescura de las Boas de Pino y se ve bonito con sus tendidos coloridos hechos de papel de china y sendas cadenas de cempasúchil.
La feria del bordo en su jardín siempre tuvo un aroma a sierra, a frescura de pinares y hasta la brisa del río se sentía antes de entrar al puesto de madera y chochocote a disfrutar del fiambre, del pozole, de las tostadas, de los tacos o de las chalupitas.
Chilpancingo no sería Chilpancingo sin un Huexquixcli acompañando a las danzas en su recorrido del Pendón y tampoco sería la capital de Guerrero si no fuera escenario del único acontecimiento en que el pueblo tiene que esperar un año para disfrutarlo: El Porrazo de tigres.
Esto, para disfrutarlo, se necesita vivirlo y sentirlo en el corazón… no sólo en diciembre, sino siempre:
Qué orgulloso me siento de ser chilpancingueño…
¡Ah, si pudiera volver a vivir mi feria!

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