martes, 20 de febrero de 2018

COLUMNA

COSMOS
Héctor CONTRERAS ORGANISTA
QUISIERA (Tercera Parte)
QUISIERA… Que fuera domingo para ir (“como todos los domingos”) al cine “Colonial” a ver otra vez “Los Amantes deben aprender” con Angie Dickinson y Troy Donahue y ver a Emilio Pericoli cantando “Al Di La”… Que recordáramos cuando íbamos a alquilar bicicletas al negocio de Enrique Bobadilla Arias, en la avenida Guerrero…y enfrente estaba la exhibición de carros de la Ford, propiedad de don Leopoldo Ruiz y junto el consultorio del doctor Rodrigo Vega Leyva… Quisiera volver a ver abierto el local de la Lotería Nacional que administraba Teresita Magro… Que con mi amigo Gerónimo Pastor Tolentino formásemos fila en el zócalo para comprar el periódico ESTO, en el puesto de doña Rosita Giles Santana, un día después de las peleas de “Mante
quilla” Nápoles o del “Púas” Olivares… Quisiera volver a ver al “Monín”, sentado en el balcón de su casa –calle 16 de septiembre- viendo pasar a la gente que iba o venía del Barrio de San Mateo… Escuchar otra vez a Polo y Gustavo Ayala tocando sus guitarras y cantando canciones guerrerenses, en la XEBB –RCN-Acapulco… Ver a mi abuelita por las tardes abrir su máquina “Singer” (de pedal) y ponerse a coser con mucho empeño retazos de tela que le sobraban de otras costuras y que iba uniendo para hacer sus sábanas (sobrefundas) de muchos colores y que le quedaban muy bonitas (años después las hizo mí tía Amalia)…Pasar nuevamente por la esquina de Altamirano y República de El Salvador (“La Perla del Sur”) y ver a don Pancho y a su esposa doña Susy atendiendo a la clientela… Y en la contra esquina ver entregados a sus labores a los famosos hermanitos Nava que se anunciaban en la XEPI de Tixtla: Polo era sastre, Nicolás arreglaba prendas de oro, Bernardo motores y embobinados y Humberto aprendía a soldar alhajas…  Volver a comprar algún medicamento con las Señoritas Cassi y disfrutar el olor delicioso de esa tienda o ir con don Cirilo Garzón a comprar una gaseosa… Volver a ver a don Lucio Ramírez vendiendo primero pabellones, después velas y santos y más tarde loza… Visitar, como aquellas mañanas “de pinta”, “Chichipico” donde había un tanque largo divido en dos: uno para que el ganado bebiera agua y el otro para lavar la ropa… Ver pasar a “La Julia” donde casi a diario se llevaban preso al “Güero Sol” y cuando llegaba a la cárcel algún reo le gritaba: “¡Ese Güero Sol… qué anda haciendo por aquí!” Y don Roberto Catalán Mancilla, contestaba: “¡Vengo a ver a mis inquilinos!”… Volver a ver el epigrama que dejó escrito el famoso personaje en una de las paredes de la cárcel: “En esta cárcel sombría, donde reina la tristeza, no se castiga el delito, se castiga la pobreza”… Escuchar los sabrosos relatos del maestro Arturo Cervantes cuando nos platicaba que el último día del año el “Cerrito Rico” abría su puerta durante un minuto, y quien en ese tiempo lograba entrar y sacar parte del mucho oro que ahí hay, se hacía rico. El que entraba y no lo lograba salir, se quedaba para siempre… Volver a estar muchas mañanas en “El Ocho” viendo jugar a muchos jovencitos que después llegaron a ser las grandes estrellas del futbol en Guerrero… Volver a ver jugar en el estadio “Andrés Figueroa” a Beto Flores y a Mundo García, lo mismo que a uno de los más grandes deportistas guerrerenses de todos los tiempos, el licenciado Roberto Antonio García Morlet (“El Último Gitano sobre las tierras del Anáhuac”)… ¡Qué jugadorazos!… Quisiera haber visto llegar al frontón de la universidad a mi compadre Donato Castañón Paredes, golpeándose el glúteo y gritar a la palomilla ahí reunida: “¡Soy mucha nalga!”, y por eso se le quedó tan singular apodo: “La Nalga”… Volver a ver entrenando en “La Arena del Pueblo” a boxeadores como “El Pajarito” Ortega; “Baby” Palacios; Isabel Marín, “Puños de Oro” y a su hermano “El Brazo de Oro”, a Plácido Sánchez Cotino, “Baby Sánchez”; al “Torito” Anaya; a Isidro Romero Peña, “Rudy Romero”, y quisiera volver a ver abajo del ring, actuando como “tomador de tiempo” en las peleas de Box, a mi amigo don Fidel Gómez, “El Chunco”, originario del Istmo de Tehuantepec y quien llegó a Chilpancingo por invitación del general Baltazar R. Leyva Mancilla, cuando estuvo destacamentado en la región istmeña (Juchitán, Ixtepec, Ixtaltepec, Espinal, Tehuantepec), donde el famoso Chunco le cortaba el pelo al general ya toda la tropa… Quisiera haber escuchado declamar al “Poeta Olvidado”, Lamberto Alarcón Catalán (nacido en Chichihualco) sus poemas: “Canto al Árbol del templo de Chilpancingo” y “Quisiera Amar a todas las mujeres” o por lo menos haber podido trasladar sus restos mortales de Ciudad Acuña, Coahuila a La Rotonda de Los Hombres Ilustres de Guerrero, pero no pude, porque al dialogar con su esposa me dijo que no era posible porque él decidió quedarse para siempre en Coahuila, donde está escrito su epitafio: “Yo que vine de la Mesopotamia de las Costas de Guerrero, a sembrar mis raíces en Ciudad Acuña”… Quisiera haber visitado su tumba y en sí toda la ciudad para también conocer la casa donde se filmó la película “Como Agua Para Chocolate”…  Haber vuelto a saborear las nieves deliciosas de don Timo Pólito, sobre todo, la de limón… Quisiera volver a ver circulando por la carretera a Tixtla y Chilapa las camionetas “Gacela” y también distribuyendo carga por la ciudad a aquel pesado camión de la línea “El Zopilote” que manejaba don Gilberto Pineda y que en la parte superior de su cabina se leía: “Catemaco”, que llegaba a la perfumería “Ofelia” de don Mario Castillo, y un señor tipo español, alto, calvo pero patilludo (¡qué contraste!), vistiendo overol y guaraches, descargaba pesadas cajas y tambos donde venía la materia prima para hacer brillantinas y cremas (verde, amarilla o de la roja) y al terminar su trabajo, en la tienda de doña Tonchi Palma pedía una Pepsi, un bolillo al que le abría la panza y le metía un pedazo de queso y un chile jalapeño de los grandes y ese era su alimento, disfrutándolo sentado en el suelo, porque no había banquetas… Quisiera volver a ver las descargas de las muchas cajas de durazno que se hacía de los camiones que venían de Chichihualco y su terminal era “El Mesón de don Rafael Cabrera”, hasta donde también se transportaban muchas cargas de maíz en costales y una carretilla especial, hecha de madera con llantas de carro, a la que le decían “La Hormiga” (pintada de rojo)  las llevaba a otros puestos del mercado… Quisiera nunca olvidar a los transportistas pioneros de Chichihualco-Chilpancingo, el maestro Solís y su hijo, que tenían su taller mecánico por Las Parotas; al señor Beto Castillo, respetable paisano y muy trabajador quien al paso de los años instaló su taller de servicio eléctrico frente a lo que fue la gasolinera del DIF; a don Samuel Montero, “Monterito” quien cuando brindábamos en “La Puerta del Sol” del entrañable amigo Luis Santos, para echarnos el siguiente trago, decía: “Un comercialito, don Héctor: Salucita, de la buena”… Tener presente al “Culebro” cuando en la calle se encontraba a Juan Pablo, y le decía: “Ay, hermanito, quisiera saber la diezmillonésima parte de lo que tú sabes”…  No olvidar tantas andanzas por el viejo Chilpancingo hasta por las noches llegar a los dominios de don Federico Gómez, “El Puro”, donde integraban un pequeño grupo musical algunos conocidos miembros de la Banda de Música del gobierno del estado, aunque iban a trabajar sin uniforme… Tocando de todo, amenizaban las veladas donde había muchachas de todas partes, de todas las edades y de todos los precios que se ganaban la vida bailando y cobrando un peso por cada pieza que acompañaban al cliente a la pista, y el solicitante del servicio casi siempre iba medio ebrio… Alternaban su difícil ingreso económico con la práctica de lo que  los doctores en ciencias horizontales califican como “el oficio más antiguo del mundo”… Los músicos, para ganarse una propina o por lo menos una botella o cervezas, obsequiaban alguna interpretación a determinado cliente que veían solvente: A todo pulmón, hacían sonar la trompeta con llamada de atención, y alguno de los músicos, también a todo pulmón, gritaba: “Danzón dedicado al señor fulano de tal y muchachas (decían otra palabra muy descriptiva) que lo acompañan… Todo lo anterior –consideramos-, es parte de una gema llamada “Recuerdo Chilpancingueño”… Un QUISIERA que –lo sabemos-, nunca más se rescatará ni se repetirá, pero por lo menos, en la evocación, aún podemos disfrutar y, de una u otra manera compartir las remembranzas con mucho cariño con ustedes. Todo lo aquí descrito, más lo que cada quien le abone de su cosecha, nos hace recordar al amoroso y viejo Chilpancingo que vivimos hace ya muchos años, y que es nuestra cuna querida.

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