viernes, 21 de febrero de 2020

ARTÍCULO

La época del cine
del pueblo en Copala

César González Guerrero
Gracias a los hermanos franceses Auguste y Louis Lumiere a finales del siglo XIX, el 28 de diciembre de 1895 en París, por primera vez se utiliza la máquina para filmar y proyectar imágenes llamada Cinematógrafo.
Tuvieron que pasar más de 50 años para que llegaran a Copala las primeras  exhibiciones de películas. Este acontecimiento histórico vino a revolucionar a todo el mundo y, en consecuencia, nuestra tierra estrenaba este moderno aparato, resultado del avance tecnológico de eso
s tiempos. Estamos hablando aproximadamente del año 1950.
Como olvidar los tiempos de nuestra infancia, en medio de la pobreza, quizá como varios guerrerenses de los años 50-60, cuando aun no llegaban los modernos cines y aun no nos invadía la tecnología de los medios de comunicación; cuando las películas y sus artistas de verdad eran auténticos actores, porque no había escuela como los ahora llamados casting. A las nuevas generaciones debemos informarles y recordarles que el cine mexicano tuvo una época conocida como la época de oro.
A partir del año 1950 llega a Copala el primer aparato de cine (que a falta de energía eléctrica funcionaba con una planta de luz y motor de gasolina), cuyo propietario fue el señor Ismael Peláez Carmona, originario de Cacahuatepec, Oaxaca, rentando el inolvidable patio de la familia Mayo (los hermanos Beto y Docho con su padre Nicéforo), ubicado en pleno centro de la población, en la casa que actualmente ocupa la familia Flores Ramírez.
El mismo señor Ismael lo bautizó como El Cine del Pueblo. Por cierto, a falta de transportes y vías de comunicación apropiadas, él de manera personal en una moto Carabela, se trasladaba a la ciudad de Acapulco a rentar las cintas o rollos de las películas (en las oficinas de Películas Nacionales), cuyos carteles o cartelones se colocaban fuera de su casa días antes de su proyección, mismas que también se exhibían en San Luis y Marquelia
Cada fin de semana se hacían los anuncios de las funciones apoyado en una bocina que se giraba manualmente, el primero a las 4 de la tarde y se repetía a las 7 de la tarde, con la clásica frase de “…atención, atención, mucha atención…”, precedida de alguna canción de esos tiempos; el micrófono de mano recibía la inigualable, bien timbrada y melodiosa voz de Don Ismael Peláez mi padrino de bautizo, que invitaba a “…todo el pueblo en general…a pasar un rato de una agradable diversión…”.
La familia Peláez Ramírez, integrada por su esposa mi madrina Leodegaria Ramírez Barreto y sus hijos Josefina, Lorenzo, Velester, Ismael, Víctor y Javier, apoyaban las actividades  respectivas, unos barriendo, otros regando, otros acomodando las bancas de madera, unos colocando los aparatos, otros vigilando la entrada, otro vendiendo los boletos y el señor de la familia Ismael Peláez insistiendo, muy a su manera, durante una hora su atenta invitación.
 Apoyaban en estas actividades los jóvenes Luis “Morancho”, Luis Pérez, Ernesto (Neto), su segundo de abordo en el micrófono Rafael Rafaela Sosa (Guay), y su inseparable asistente David Sosa Ventura, Leonor Clemente, Lucia Pérez Guerrero, María del Rocío Lorenzo (Taita), Rosa Pineda, Beto Damián Roque, Mario Mendoza, etcétera.
El local del Cine del Pueblo, desde el primer día que se instaló ocupaba un espacio de aproximadamente 10 por 20 metros, el piso de tierra y al inicio con   una sábana blanca que servía de pantalla colocada con amarres de dos postes de madera uno en cada extremo, y después se acondicionó con una lámina fija. Por cierto quienes no tenían acceso se dedicaban a tirar piedras y tierra al público asistente.
Fueron cientos de películas exhibidas a lo largo de los años de funcionar, siendo las de mayor interés para la gente, niños, jóvenes y adultos las rancheras, por supuesto en blanco y negro, mexicanas habladas en español, con temas de caballos, pistolas, golpes, muertes, violencia, lucha libre, humorísticas y en muy pocas ocasiones, películas de contenido sentimental o románticas, de amor o de pasión. No faltaban las proyecciones de películas de contenido erótico con caricias, abrazos y besos discretos.
Recuerdo las siguientes películas: El Látigo Negro, La Sombra Vengadora, El Santo, Tarzan, Marcelino, Pan y Vino, Rosita Alvirez, Nosotros los pobres, Tizoc, Ahí Viene Martin Corona, Viruta y Capulina, Allá en el Rancho Grande, el Alazán y el Rosillo, Lamberto Quintero, Aquí esta Heraclio Bernal, El ojo de vidrio, Valentín de la sierra,  Juan Colorado, La Rebelión de los colgados, Que te ha dado esa mujer, Ando volando bajo, Santo contra los zombis, Santo en el museo de cera, Las momias de Guanajuato, Santo contra las mujeres vampiro, Asesinos de la Lucha Libre, Los tres García, Juan sin miedo, Ay Jalisco no te rajes, La nave de los monstruos, etc.
Los artistas de la época: Pedro Infante, Jorge Negrete, Javier Solís, Carlos López Moctezuma, Pedro Armendáriz, Emilio “Indio Fernández”, Tito Guizar, Gaston Santos, Juan Orol, Luis Aguilar, Rodolfo de Anda, Miguel Aceves Mejía, Antonio Aguilar, David Reynoso, Armando Silvestre, David Silva, Cuco Sánchez, Resortes, Clavillazo, Tin Tan, El Enano Tun Tún, El Piporro, Sara García, María Félix, Lola Beltrán, Flor Silvestre, Rosita Quintana, Irma Serrano, Lucha Villa, El Charro Avitia, etcétera.
Todos los días viernes y sábados las funciones iniciaban a las 8 de la noche para terminar a las 10 u 11 de la noche aproximadamente. Antes había una hora de anuncios intercalados con música de la época, sin faltar el clásico cierre de la invitación, y señal del inicio de las funciones, con el famoso vals oaxaqueño Dios Nunca Muere. Al escuchar esta hermosa melodía todos los pequeños lloraban en su casa pidiendo permiso a sus padres y sus respectivos 20 o 50 centavos para ir al cine, que después se cobraba un peso, al final 5 y  hasta 10 pesos. Fueron varias las ocasiones en que pequeños arremolinados en la entrada del cine pedían les dejaran entrar de gratis.
Siempre fue una hermosa etapa de la infancia, en virtud de  que no había otra diversión. Mi hermano y yo afortunadamente, podíamos en ese tiempo pedir dinero por adelantado a quienes nos compraban latas de agua y solo nos faltaba el permiso de los padres. Recuerdo que mi madre decía “pídele permiso a tu papa” y mi papá al revés, “pídele permiso a tu mama”. Hasta que por fin alguien decidía la autorización y “silleta” al hombro corríamos antes de que empezara la función. Desde luego con la clásica frase: “…mañana no te vas a querer levantar temprano al agua…”.
El Cine del Pueblo continuo sus actividades a pesar del fallecimiento de su fundador  señor Ismael Peláez (el 18 de mayo de 1966), y estuvo a cargo de su señora esposa Doña Leo y sus hijos, quienes trataron de continuar con la tradición heredada por el señor Peláez. Sin embargo a la muerte de la señora Leodegaria (18 de junio del año 1980) esta actividad fue recayendo en la responsabilidad de su hijo Velester, quien por continuar sus estudios se tuvo que retirar en 1972 a la ciudad a Acapulco y después al Distrito Federal,  regresando en 1981 a Copala y junto con su hermano Lorenzo siguieron la tradición del Cine del Pueblo, finalmente tuvieron que sucumbir ante la modernidad de los videos y la llegada de las
Cabe señalar que el Cine del Pueblo sobrevivió a la competencia desleal que hacían los famosos “húngaros” quienes, de manera ambulante, se instalaban en espacios públicos de los pequeños pueblos y comunidades del área rural, pero esa será otra historia.
NOTA: Agradezco a mis hermanos de pila Velester y Javier Peláez Ramírez sus aportaciones.

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