martes, 25 de febrero de 2020

COLUMNA

De Frente
Miguel Ángel Mata Mata
Ito.
1.
Hubo un tiempo en que para convertirse en aprendiz de reportero era necesario no ser pendejo y lograr meterse la tinta a las venas. Poquito a poco. Tenaz, paciente y lecturamente.
2.
Un linotipo se muestra a los visitantes del diario Milenio, de la Ciudad de México. Es una máquina que hace letras. Funde lingotes de plomo que un operario, parecido a una mecanógrafa, hace pasar por matrices huecas para hacer, con letras, palabras; con palabras, oraciones; con oracio
nes, párrafos y con párrafos contar historias.
El ayudante del linotipista se llamaba corrector de galeras. Renglón por renglón se ponía en orden una historia. La idea, la historia, la opinión, de pequeñas letras en plomo, se hacían renglones, historias, en un conjunto de renglones de plomo llamados galeras.
Renglón a renglón se revisaba la ortografía de esos textos de plomo. Había una cama de hierro con un rodillo grandote y pesado. Había que entintar los renglones de plomo, ponerle un pedazo de papel encima y pasar el pesado rodillo para corregir sobre el papel.
Pero el tiempo siempre fue vital en un diario… el corrector de galeras se hizo experto en lectura al revés. Imaginen el plomo líquido convertido en renglón de plomo sólido. Ahí comenzaba a meterse la tinta a la sangre. Las yemas de los dedos se quemaban a cada cambio de renglón y, eventualmente, se abrían.
Respirar plomo en vapor hacía personas realmente pesadas… en plomo. Por eso los operadores del linotipo recomendaban al chalán: “Toma leche, con eso evitas el daño en los pulmones”. Inevitable fue la tuberculosis a muchos.
3.
Raúl Pérez García llegaba luego de las cuatro de la tarde a su oficina. En la planta alta del edificio del Trópico, en Nicolás Bravo, en el centro de la ciudad. Hoy existe ahí una tienda de conveniencia.
Alto, elegante y sobrio, no admitía bromas. Creo lo hizo así hasta el fin de sus días. Contrastaba con la bonhomía y bromas de su hermano Andrés, a quien no supe jamás por qué le decíamos Pancho. Éste era el gerente, aquel el director editorial.
-- “Don Raúl lo recibirá en su oficina, me dijo Marina Guevara. Subí a la planta alta. Me miró de arriba abajo. Creo que no le gustó mi larga melena.  Me dio unas cuartillas escritas por un reportero, activo aún en el 2020.  “¡Corríjalo!”, me ordenó y mostró la salida de su oficina. A la media hora salió. Adusto, me arrebató las cuartillas corregidas y se metió a su despacho.
--“¿Dónde estudió usted? Preguntó.
--“Estudio en Prepa Dos”, respondí nervioso.
--“¿En Prepa Dos?, dijo con incredulidad. En fin. El puesto es suyo”, sonrió, al fin, y me dio la bienvenida a Trópico, el tradicional diario querido por la comunidad acapulqueña.
Fui, desde entonces, el corrector de galeras del Trópico. Diario Independiente de Información.
--“Leer sí da trabajo”, creo que pensé.
4.
La prepa en la tarde y el trabajo en la noche daban poco tiempo para la casa. Me llevaba mis libros y ahí leía. Noté la molestia por mi largo pelo, así que le apliqué casquete corto.
--¡Caray, lo que hace uno cuando tiene hambre!
El ambiente se tornó raro, entonces. El jefe de redacción era, al mismo tiempo jefe de prensa del jefe de la policía. Había un tío, que hoy abandonó el vicio, que veía conspiraciones por todos lados. Me delataron: para uno era yo parte de una conspiración guerrillera, para el tío era espía de los militares. Ni a cuál irle.
Don Raúl los reprendió: “¿Hasta cuándo van ustedes a apoyar a los jóvenes? Él estudia y trabaja”.
Me dio ánimo a seguir ahí, a pesar de las cuatro semanas de abonos al salario y a la fonda de enfrente, que me incluyó en la larga lista de trabajadores del Trópico, ahí abonados.
Para quien no pasó por la etapa de abonados, les diré, éramos los que no teníamos para pagar la comida, pero nos daban chance de pagar a la semana… o cuando llegara el pago de la nómina. Samaritana fondera. Bonito negocio.
No quiero recordar por qué salí de Trópico, pero recorrí casi todas las redacciones. En todas ellas el referente fue siempre Raúl Pérez García y su padre, Manuel Pérez Rodríguez.
5.
Chema Gómez, de El Gráfico, me contrató como jefe de redacción de Prensa Libre y Gráfico, por recomendación de Raúl. Ahí conocí a “Chevechita”, Manuel Galeana Domínguez, quien me confesó haber sido el maestro de Ito.
--“¿Ito?”, pregunté.
--“Por Ito. Raul-Ito”. Y soltó la carcajada.
Mientras Don Arturo Parra Zúñiga y Enrique Díaz Clavel enseñaban a Raulito el buen escribir y la reporteada, Manuel me confesó que él lo llevó a beberse unas chelas.
--“Y de ahí para acá el señor Ito se hizo señor Ote”, agregó.
En los periódicos Ultima Hora y Diario del Pacífico, de los hermanos Ernesto y Arturo Caballero Vela, supe que le apodaban “La Garza”, por vestir siempre elegante, de blanco, y un caminar recto, muy recto. Hasta el final de sus días, y aún enfermo, jamás dejó esa postura: siempre recto.
Fue con Mauro Jiménez Mora que le volví a ver, en el Bar Chico, donde, con su amigo Horacio Medina de la O “se tomaban las tres de rigor” y, con sus compadres, Hugo Zúñiga Guzmán y Abel San Román Ortiz, hablaban de historia, anécdotas, política, libros y guacas. Muchas guacas.
--“Yo me bebí hasta sus guacas. Claro que me las bebí”.
6.
Raúl perdió su Trópico, pero no su esencia. Fue maestro, como fue mío, de muchos de los nuevos reporteros egresados, sobre todo, de la Universidad Americana de Acapulco.
Dedicaba su tiempo a corregir tesis de estudiantes de licenciatura de la Universidad Autónoma de Guerrero. Apoyó los cursos de redacción periodística que llevó el Club de Periodistas de Guerrero a lejanas regiones, como Tlapa.
¡Quién viera! Escribir, hasta sus últimos días, su columna, Hontanar, ¡En la agencia Quadratín! ¡Quién le viera!
Fanático de la lectura, tenía jóvenes alumnos a quienes platicaba y enseñaba, en torno de una mesa de cantina, hasta su último aliento. Chava Solís no me dejará mentir pues, fue Raúl, quien corrigió su adaptación a la obra de Juan Tenorio para hacer el Don Juan Costenorio.
Don Raúl Pérez García. Raúl Pérez García. Raúl. La Garza, Ito. Ha partido. 
Hasta pronto.

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