viernes, 13 de marzo de 2020

ARTÍCULO

Perdiendo la cabeza
Apolinar Castrejón Marino
Hay una canción que se titula “Voy a perder la cabeza por tu amor”, que sería muy adecuada al predicador bíblico llamado Juan “El Bautista”, a quien cortaron la cabeza para cumplir el capricho de la bellísima cortesana Salomé. La cosa fue así:
Juan el Bautista fue mencionado por el historiador judío Flavio Josefo, y por muchos estudiosos, y todos coinciden en que bautizó a Jesús en el Río Jordán y que debido a esto, se convirtió en su discípulo. Varios evange
lios cuentan que varios de los seguidores de Jesús habían sido antes discípulos de Juan.
Juan usaba el bautismo como sacramento central de su movimiento mesiánico que predicaba un apocalipsis. Los cristianos hablan de Juan como si fuera el precursor de Jesús, y que había venido a anunciar su llegada.
En el imperio romano de oriente gobernaba el tetrarca Herodes Antipas,  y hasta sus oídos llegaron historias de que ese Juan Bautista había resucitado de entre los muertos. También sabía que Juan reprobaba el hecho de que Herodes Antipas se había casado con Herodías, la ex-mujer de su hermano Felipe, lo cual consideraba pecado.
Herodías mostraba menos tolerante con las palabras de Juan y le pedía a su marido Herodes Antipas que lo apresara, lo torturara, y luego lo ejecutara. Sea por temor o porque se entretenía al escuchar la aversiones de Juan, que se negaba a hacerle daño, y aun, opinaba que era un hombre “sagrado”.
Pero Herodías tenía una hija de nombre Salomé de extraordinaria belleza y elegancia, a la cual Herodes admiraba en secreto. Herodías continuó presionando a su marido para que aprisionara al bautista y dejara de nombrarlos en sus sermones. Cuando Juan fue arrestado y conducido a la cárcel, en son de burla, los recaudadores de impuestos y los soldados le preguntaron que debían hacer para agradar a Dios.
Juan les contestó con su tono de profeta, sabio e iluminado: “Solo les pido que trabajaran de manera justa”. Era tan poderosa la fuerza de sus palabras, que muchos se convencieron que efectivamente era un hombre santo. Y otros vinieron a bautizarse, y le preguntaron: “Maestro, ¿Qué debemos hacer?” Él les dijo: “No exijáis más de lo que tenéis”. “No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con ser”.
Salomé era una adolescente de belleza exquisita y era conocedora de las bellas artes. Así que en una fiesta en el palacio, fue convencida por su madre de que ofreciera a su padrastro la Danza de los 7 Velos que le gustaba mucho.
Inició la danza arriba del estrado al ritmo de una flauta y un par de crótalos, al avanzar la cadencia se iba despojando de los 7 velos dejando al descubierto su hermoso cuerpo. Sus pies desnudos parecían flotar entre nubes, y sus brazos torneados se movían como llamando a alguien que huía siempre. Así se imaginó la escena Oscar Wilde, que plasmó en su libro “Salomé”.
Con los párpados entreabiertos, torcía la cintura, balanceaba su vientre y hacía temblar sus dos pechos, su cara permanecía ruborizada como si quisiera saciarse de amor y pasión. Danzó como las sacerdotisas de la India, como las nubias de las cataratas, como las bacantes de Lidia. Así la describió Gustavo Flaubert, en su libro “Herodías”.
Herodes Antipas quedó tan complacido que llamó junto a él a su hijastra, y le ofreció que como premio que escogiera cualquier cosa que se le antojara.
Salomé que había sido previamente aleccionada por su madre, sin titubear, le dijo que quería la cabeza de Juan El Bautista por que la había ofendido. Antipas dio la orden fatal, y la cabeza de Juan le fue cortada para colocarla en una charola de plata.

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