martes, 24 de enero de 2012

COLUMNA

Ayotzinapa ayer y hoy


Apolinar Castrejón Marino


En la entrada de la carretera que conduce a la Escuela Normal de Ayotzinapa, se encuentra un arco de concreto, y a un costado se encuentra un pequeño muro de 1 metro cuadrado. En el arco está inscrito el nombre de la escuela y un letrero de bienvenida. El muro es para que ostente una imagen del fundador.
Sin embrago, el arco sirve más para colgar mantas con consignas contra el gobierno y frases de rechazo a las autoridades. El muro tiene un dibujo pésimo del Prof. Raúl Isidro Burgos», sin ninguna proporción, sin fondo y sin dimensiones. Más bien Parece una caricatura hecha por un chiquillo grafittero.
Muy lejos han quedado los días en que los estudiantes se dedicaban en los ratos de ocio a practicar algún deporte, a aprender a tocar la guitarra o a dominar las técnicas del dibujo.
Sucede que en la escuela siempre han tenido una alberca de dimensiones olímpicas, una cancha de futbol rodeada de una pista de carreras, y un gimnasio bien equipado. Además cuenta con talleres de carpintería, herrería y talabartería. Establo, aviario y parcela forman el patrimonio de la escuela, lo mismo que zahúrdas estanques para piscicultura y viveros.

COLUMNA

El Alacrán


¡BIEN DECIAN NUESTROS ABUELOS DESDE QUE APAREZCAN LOS HOMBRES VESTIDOS DE MUJERES Y LAS MUJERES VESTIDAS DE HOMBRE!
Este mundo va acabar señores y señoras, culito y culotes, así como lo esta leyendo, los ¡PUTOS! ya son descarados, igualito que las lesbianas, manfloras o talladoras, que en realidad no se que sentirán si no tienen ¡CAMARON! 
El tesorero del Ayuntamiento municipal de Mártir de Cuilapan (Apango), Israel Rojas, hace entrega de material de oficina al comisario de la comunidad de La Esperanza, y de ese modo pueda hacer diversos tramites que pide la población.

COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista


Hace años, muchos años, cuando no se hablaba todavía de la capa de Ozono como tampoco del cambio climático y el deshielo de los Polos, había ya periodistas, poetas, profesores, estudiantes, amas de casa, niños amantes de la naturaleza que se dolían porque un árbol era derribado.
Chilpancingo fue escenario de un crimen horrendo cuando a la pequeña población de los años 40, 50 y 60 del siglo pasado llegaban carros y carros trayendo en sus plataformas gigantescos trozos de árboles cercenados en los bosques de la Sierra Madre del Sur.
Es cierto, hubo mucho trabajo para cientos de familias que vinieron de Michoacán y del estado de México a trabajar en los aserraderos guerrerenses cuando el oficio de cortar, aserrar y transportar árboles lo habían aprendido en sus lugares de origen.