viernes, 16 de julio de 2010

Opinión


La dopamina, la
mentira y farsantes

Jorge Luís Falcón Arévalo*

«Los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda» (Apocalipsis 21.8).
Nuestro cerebro -capaz de tantas cosas sublimes- es igualmente órgano que nos permite suicidarnos, planear extinciones masivas de nuestros semejantes, decir mentiras elaboradas destinadas a perjudicar a otros, nos permite robar, cometer crímenes contra inocentes niños y celebrar las miserias ajenas entre otras tantas, peculiares, «virtudes».
«La dopamina es de gran importancia ya que esta molécula es la responsable por toda comunicación entre las células del cerebro. Pero, la felicidad o la satisfacción no son las únicas emociones que resultan de la excesiva actividad de la dopamina».
Nuestros políticos estafadores y embaucadores, como todo ser humano o animal que se burla de sus compatriotas, obedecen a un exceso de dopamina cerebral que los induce a pensar en las recompensas que los esperan: lujos, sexo, poder, esplendor y placeres son más importantes que el dolor que sus desmanes causarán a seres confiados e inocentes.
No es una enfermedad en sí misma, pero el impulso irrefrenable de mentir es el síntoma de que algo no está bien en el desarrollo psíquico de la persona. Los mitómanos mienten para construir una mejor imagen de sí frente a la sociedad o para conseguir lo que desean. No importa el objetivo, lo único claro en ellos es que no pueden evitarlo.
«En la mitomanía, el sujeto supone conseguir prestigio, mejorar su imagen o percepción que los demás tienen de él, obtener afectos, bienes, manipular a las personas o simplemente dañar».
La mitomanía no es inofensiva. Al contrario, tiene una serie de efectos en distinto nivel. En el plano social, el mitómano comienza a perder credibilidad y se le categoriza como el «cuenta cuentos». A nivel familiar, es visto como una persona poco confiable y desde el punto de vista de las amistades, éstas tienden a alejarse o bien la persona termina apartada del grupo.
El peor escenario es cuando la mitomanía afecta a terceras personas. Esto ocurre cuando la «manía» de mentir está presente en personalidades que tienen que ver con el bien común y socializable.
Los cuervos están dotados de una racionalidad que muy de cerca mímica la de los seres humanos, y que, cuando lo que está en juego es la comida, que estas aves roban, engañan, con malicia ostensible, y acaparan como acostumbran muchos de nuestros banqueros, políticos o economistas -aunque tal vez-, no en la escala y con la crueldad que nuestros semejantes acostumbran. Porque cada cuervo -como nuestros polacos- es «ladino».
«Mentir» viene de «mente». Y cuando la mentira ocupa tanto espacio en nuestra mente, el agua clara que nos constituye se vuelve ecológicamente contaminada: pierde su potabilidad para nosotros mismos, y ya no podemos beber de nuestra propia fuente sin sentir un gusto amargo. La polución de la mentira requiere, entonces, decidir para sí mismo ese acto de valor: que la mentira no sea una opción de respuesta cuando estamos por abrir la boca o por actuar. No mentir, ni mentirse.
Luego entonces, ¿Ya detectó a los farsantes?
Pandecta: San Pedro negó a Jesús tres veces. Otros, niegan a sus familiares, las veces que sean. Y más allá, hay quienes niegan hacer proselitismo.
*Librepensador sin.marca@gmail.com

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