COLUMNA

Chilapa de Álvarez

Apolinar Castrejón Marino
Hoy hablaremos de ese pueblecito pintoresco, donde se inicia la región montañosa del estado de Guerrero, Chilapa de Álvarez.
Chilapa es un punto de concentración de varias etnias, que se reúnen los fines de semana a comprar, vender, e intercambiar sus productos agrícolas y de campo. Se hace un extenso mercado al aire libre, que los snobs le llaman tianguis, aunque ninguno de los lugareños le llama así. 
Ahí se encuentran granos y semillas, hortalizas frutas a precios muy bajos. Es increíble la variedad de pequeños animales que ahí se comercializan: cerdos, gallinas, y conejos, y es sorprendente cómo se aprende en la práctica a llamarlos por sus nombres en lengua náhuatl: gallina se dice cuanaca, cerdo es pitzotl, y conejo es tochtli.

Y también se pueden almorzar y comer una gran variedad de comidas típicas a buen precio en las “fondas”, que son comedores improvisados con largas mesas y “bancas” de madera donde se apretujan una docena de comensales, en alegre y atropellado desorden.
A la gente no le gusta que la apretujen ni que la atropellen, sin embargo, en este lugar todo se vale, y nadie puede reclamar respeto y buenas costumbres, porque así es el pueblo. Desde luego, todo se ve mejor después de un buen almuerzo a base de etl (frijol), con nacatl (carne) y tlaxcaslis totonquis (tortillas calientes).
La población es mayoritariamente indígena, y se dedica a labores del campo, y no tiene el privilegio de la buena educación en las escuelas. Bueno, si hay muy buenas escuelas, y colegios, pero solo las personas más adineradas pueden asistir a estudiar ahí. Hasta hay un seminario en donde se forman sacerdotes católicos.
Según los estudiosos Chilapa quiere decir “chilares en el agua”, pero a los lugareños eso ni les ofende, ni les enorgullece, sino todo lo contrario. Y también dicen esos buenos señores (los investigadores), que se dice Chilapa de Álvarez, porque en ese lugar, el héroe Juan Álvarez “…el 5 de marzo de 1834, junto a las fuerzas enviadas por Guadalupe Victoria, derrotó a Domínguez. Y la gente cree que desde entonces el “tianguis” se realiza los domingos, pero quién sabe…
Lo cierto es que en Chilapa, los ricos se aprovechaban de los indígenas, con la complicidad de las autoridades, igual que hacen en todo el país: despojándolos de sus tierras, explotándolos como peones, y humillándolos por ser pobres.
Pero en 1838, organizaron una rebelión, dirigidos por un chavo llamado Pitzotzin, que algo sabía de huelgas y esas cosas. Entonces, el prefecto de Chilapa, Vicente J. Villada, pidió la intervención de Juan Álvarez para solucionar el conflicto.
Pero Juan Álvarez no quiso echarles sus granaderos a la indiada, y fue acusado de propiciar la revolución. Y don Álvarez no se rajó, y al contrario, lanzó un manifiesto agrarista en apoyo a los campesinos chilapeños. Por eso es Chilapa de Álvarez.
Pero no nada más los hombres son bravos por acá, también las mujeres, como una llamada Eucaria Apreza, quien junto con un profesor de nombre Amado Rodríguez Espinosa, iniciaron la revolución maderista, atacando a los rurales acantonados en la plaza de armas del lugar, el 17 de marzo de 1911.
Lamentablemente, el ataque fue un fracaso, y en la primera ronda de balazos, cayó muerto el profesor Rodríguez ¡Lástima Margarito!
María Ambrosia Concepción Eucaria Apreza García nació el 7 de diciembre de 1858 en la hacienda de Tlapehualapa, municipio de Zitlala. Sus padres tenían su dinerito, y como fue hija única, la dieron todas las comodidades, y hasta pudo estudiar, aunque sus estudios eran muy apegados a la religión.
Pero tenía sus inquietudes, y se llegó a encariñar con los indígenas, y queriendo acabar con los malos tratos, inició protestas contra la autoridad, hasta llegar a la lucha armada. Murió el 27 de octubre de 1924, pero “esa, es otra historia”. 

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