ARTICULO

Motivos para recordar

César González Guerrero
Un homenaje a los trabajadores del campo.
Desde luego que existen muchos motivos para evocar una gran cantidad de momentos de la vida personal, familiar o  colectiva, de acontecimientos históricos, de leyendas, cuentos y otras cuestiones. 

En reuniones con amistades, familiares o de otro tipo, no faltan los recuerdos a veces ya desaparecidos de nuestra memoria, como tampoco falta alguien que nos trae aquéllos aspectos casi olvidados en el transcurso del tiempo.
Es así como, por ejemplo, se retoman algunos asuntos pasados, de momentos felices o desagradables, como sean, que nos permiten no solamente recordar sino también reflexionar acerca de la importancia de la vida. Esta vida que, a pesar todo, nos otorga más beneficios que perjuicios.
En esta ocasión vale la pena destacar qué importante es la plática de nuestros ancianos, de aquellas personas que algunos les llaman “viejos” o adultos mayores, esos individuos que han vivido más de 50 o 60 años, quizá algunos hasta más de 100, tal vez iletrados o “ignorantes”, sin estudios pero con una grandeza histórica incomparable. A esas personas es las que en esta ocasión expreso mi modesto reconocimiento, porque gracias a ellos se escribe la historia en general y en particular.
Seguramente a muchos jóvenes se les hace muy difícil saber escuchar a alguna persona mayor, sin embargo la tarea de los padres es precisamente esa, enseñar a los hijos a saber escuchar si quieren aprender. Eso lo vemos desde los primeros días del nacimiento de un pequeño cuando, al arrullo de los cantos y los cuentos, se emocionan y se sienten estimulados con las palabras, cantos o frases amorosas. Desde ahí aprenden a escuchar y a valorar las palabras de sus mayores.
Posiblemente en las grandes ciudades los pequeños tienen una forma muy diferente de aprender, con respecto a quienes tienen la fortuna de vivir en el área rural; pero finalmente todos tienen la capacidad de aprender. El ritmo de vida en una ciudad nos permite quizá conocer el desarrollo tecnológico, pero la vida en la comunidad rural creo yo, nos garantiza un conocimiento más apegado a la realidad.
Es así como, al recordar parte de nuestra experiencia, cada quien sobre todo los padres, tienen la obligación moral de trasmitirla a nuestros pequeños, no importa en donde se da esta circunstancia. Tal parece a que muchos si les interesa y, en caso contrario, debemos tener la capacidad de motivarlos para tal efecto.
A mi mente vienen los momentos en los cuales mi abuelo Gaudencio González Pérez, quizá cuando él tenía unos 50 años de edad, al igual que mi padre Santa Cruz González Cortes de unos 30, y yo posiblemente con unos 10 años, aprendí a “chiflar”. Me encantaba escuchar sus alegres “silbidos” todos los días, desde las 5 de la mañana y casi durante todo el día, iniciando desde los preparativos para salir del hogar al campo.
Recuerdo muy bien sus “chiflidos” entre la milpa y los caminos, otras veces machete en mano y en otras ocasiones “barbechando” la tierra, haciendo la limpieza del terreno con la “tarecua”, arreglando el corral, haciendo “pozos” con el “espeque”, etc. etc. Y uno de los más gratos escuchar, como a las 6 de la tarde, el “chiflido” de mi padre, desde no menos de 50 metros de distancia, que anunciaba su llegada a nuestro domicilio y el comentario clásico de mi madre Cohinta Guerrero Aparicio  “…ya viene el del chiflidito…”. Que tiempos.
Muchas veces no ubicaba las canciones “silbadas”, pero si me acuerdo como la alegría los acompañaba siempre. Así también aprendí que, con el tiempo, todo se termina y años más tarde, lentamente, quizá a los 60 años dejaron de “chiflar”. Curiosamente, ahora también a mí se hace más difícil “chiflar”. Seguiremos haciendo la lucha.

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