COLUMNA

COSMOS

Héctor Contreras Organista

28 DE AGOSTO, DÍA DEL ANCIANO
Algunas personas jóvenes -¡hombres y mujeres de los años 60 del siglo pasado, particularmente!- pensábamos o suponíamos que economizar o bien administrar el tiempo consistía solamente en contar los años que faltaban para terminar una carrera o en prepararse en algún oficio.
En tal vez calcular para cuándo podría casarse, un aproximado de cuándo ser padre o madre, y más o menos verse no tan traqueteados en la edad adulta, para cuando los hijos llegasen a su juventud y los padres no sentirse o estar acabados para cuando todo eso llegase a suceder.

Había que estudiar y trabajar, cumplir con las labores en casa y a veces en el trabajo de padre o madre de los que dependía el ingreso económico de la familia, hacer ejercicio, prepararse en algún oficio, estudiar algo extra, aprender a ejecutar algún instrumento, cumplir con deberes religiosos.
Obviamente que los padres guiaban con el ejemplo, con su conducta y los jóvenes aprovecharon. Por eso médicos, arquitectos, químicos, enfermeras, abogadas, hablan dos o más idiomas, tocan guitarra o piano, saben de albañilería, de labores del campo, de cocina o sastrería, barrer, lavar.
Y aún así, como dicen los curitas, “en aquellos tiempos” todos buscábamos los caminos de la vida para realizarnos, prepararse estudiando o practicando algo para ser alguien. Y de nuestra generación hoy vemos médicos prestigiados, abogados reconocidos, políticos trinchones. Pero…
El “pero” es que pocos, o algunos, contaditos, o ninguno, a lo mejor nadie se preparó para llegar a ruco. Profesionistas  fregones sí, pero viejo, anciano, senecto, nadie le entramos a esa reflexión. En 1950 se inauguró la Casa del Anciano. ¿Alguien pensó que ahí sería su último hogar? ¡Nadie!
La inevitable presunción de la juventud a algunos nos hizo suponer que siempre, todo el tiempo o en los siglos por venir íbamos a estar de esa edad, con esa energía, con esa fortaleza, con ese timbre de voz, con ese paso marcial, rozagantes, enérgicos. El mar era poco para el buche de agua. 
Tuvimos la dicha de conocer y ver caminar por las polvosas o polvorientas calles de Chilpancingo al poeta Rubén Mora Gutiérrez y al compositor José Agustín Ramírez. Para nosotros ellos eran ya ancianos. “La gente de antes”, siendo de edad no muy avanzada se le veía ya grande, ancianos.
En 1957, cuando falleció el maestro José Agustín Ramírez, tenía la friolera (así se decía antes) de contar con 54 años de edad… El muy querido maestro Rubén Mora Gutiérrez era “un viejo” de ¡48 años! cuando falleció… El 31de este mes se cumplirán 105 años de su natalicio, en Cuautepec.
Hace unos días, estando en el centro de la ciudad, platicando con un contemporáneo apreciado, don Neftalí Ramírez Moyao, me preguntó: ¿Quién es la ancianita jorobada que va caminando allá? Es fulana de tal, nuestra compañera en la escuela primaria. “¡No puede ser!”, dijo
No consideramos algunos chavos de los gloriosos años 60s que Dios perdona, ¡el tiempo, no!  

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