viernes, 1 de diciembre de 2017

COLUMNA

CDMX, A 1o., de Dic., 2017.- En junio de 1910, en una noche muy caliente y oscura donde sólo el chirriar de los grillos y las chicharras se escuchaban, sigilosamente cruzamos la frontera hasta llegar a Eagle Pass, Texas, con una sensación de emoción y miedo”. Escribió cuando joven, el General J. Francisco Pérez Quintanilla.
Fue un personaje fuera de serie, cuya historia se remite a la
familia; de esos tantos hombres que tuvieron acciones más que trascendentes y que se quedaron en el olvido de los que hacen la historia oficial.
Fue ferrocarrilero y ahí inventó un cañón; jovencito, peleó en la Revolución; le salvó la vida a Álvaro Obregón, cuando desquiciado, por la bomba que le arrancó la mano en Celaya, sacó su revólver y lo llevó a la sien y Pérez Quintanilla, herido, se abalanzó sobre su jefe y lo tiró despojándolo del arma y quedó desmayado de por su gran debilidad.
Continua su relato: “alcanzábamos los 25 años de edad, algunos de ellos trabajaban en los patios del Ferrocarril, que era dirigido por norteamericanos.
Cuenta que se presentaron a la Junta de Insurrección Nacional y fueron recibidos por el Lic. Adrián Aguirre Benavides, responsable de esa Agencia Revolucionaria y tomaba su responsabilidad con gran seriedad y pasión.
Por esos días se organizaba la primera incursión a territorio mexicano para a atacar las fuerzas del anciano dictador en esa ciudad con su nombre, Ciudad Porfirio Díaz; después se llamaría Piedras Negras.
Para tal evento contaban con 48 hombres, pocos recursos, les entregaron viejas pistolas, carabinas oxidadas y la reserva de balas muy limitada.
Después de varios intentos por cruzar la frontera patrullada por soldados norteamericanos, fueron aprehendidos y despojados del armamento. Ya libres,, y se desbandaron, frustrados por su sueño revolucionario. +. Fuente, su hijo, Antonio Pérez Abarca.

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