jueves, 20 de diciembre de 2018

COLUMNA

COSMOS
Héctor CONTRERAS ORGANISTA
NAVIDAD EN CHILPANCINGO
Desde la infancia me atrajeron mucho la vistosidad, la alegría, los colores, la música, la forma de bailar de las danzas de mi pueblo Chilpancigo y las travesuras o gracejadas de un personaje que casi ya no veo en las fiestas de diciembre de mi tierra: El Huexquiscli.
Navidad, para los niños de mi primera época escolar, cuando el jardín de niños “Juan Álvarez” se localizaba en las calles de Ignacio Manuel Altamirano número 18, significaba, en síntesis: Alegría, motivada por el hallazgo de lo que había en el mundo en el que nos desplazábamos observando las actividades en la familia, conociendo los implementos de labranza de los abuelos que ya no estaban, un arado, una tarecua, un pico, una pala, una barreta, algunas reatas y los litros y los cuartillos donde se medía el maíz que traían de las tierras labrantías de Texcalco, alguna vieja silla rústica y sus cuaxclis para los burros en los que el abuelo transportaba en bolsas tejidas con palma arena o grava desde el Huacapa, todo eso.
Y a esos traviesos nos tocó jugar en la calle de tierra y de postes largos y negros hechos de trozos de madera, uno aquí y el otro hasta allá, en donde por las noches atábamos la reata para saltarla y de donde pendía una lámpara que apenas si daba un poco de iluminación en la calle, y vimos en eso
s entonces a muchos hombres trabajadores haciendo zanjas a lo largo de nuestra querida calle que estaba rodeada de tecorrales, hendiduras grandes hechas con pico y pala para meter tubos e instalar el primer drenaje y la primera red de distribución de agua en el centro de la ciudad, cuando don Julio Calva Capetillo, siendo presidente municipal hizo esas obras con el apoyo del general Baltazar R. Leyva Mancilla.
El 24, llegaban familiares que radicaban en otros estados de la república o en la ciudad de México o en Acapulco, y a cual más traía carnes, frutas, verduras, dulces que por acá no había y unas jícamas así de grandes, mandarinas y tejocotes y la mamá y las tías ya estaban cociendo el pozole y preparando para la noche sus condimentos, orégano, chile molido, chile verde y guajillo, cebolla, limones y huevos o “blanquillos” como se les decía, por si alguien gustaba echárselos al pozolito. Y obviamente: mezcal, amargo, torito o cervezas y el delicioso toronjil con las semitas que comenzó a hacer en su panadería mi tío Raymundo Organista Organista, primo hermano de mi madre y mis tías y cuñado de Pepe Castañón, quien hizo la mejor composición musical para la feria y que el gobierno la echó al olvido cuando le arrebató la organización de la feria a los mayordomos de San Mateo y aparecieron los “Patronatos”, ratas, ignorantes, desorganizados, bandidos y sin alma para organizar un festejo cuyo principal motivo es el nacimiento del niño Dios.
Y por eso, retomando los cánticos de una pastorela que al paso de los años se hizo tradición, y que en mil 600 trajeron los frailes agustinos a la región centro de Guerrero para evangelizar, es que se plantó y enraizó la celebración como algo único, hermoso y lleno de amor: “La acostada del niño Dios”, la noche del 24 de diciembre en la iglesia de la Asunción, celebrando el nacimiento del niño Jesús, y fue tan importante para la mente lúcida y extraordinaria de un escritor como Don Ignacio Manuel Altamirano que en su novela “Navidad en las Montañas” plasmó los escenarios, los cánticos y el significado del advenimiento de Emmanuel. ¡Qué maravilla!, pero pregúntenle a los del “patronato” si saben o han conservado la tradición. Les dirán que no. Porque lo único que les importa es quedar bien con quien les dio la chamaba y alabar y alabar a los del poder político. El Niño Dios…, ¿qué es eso?
EL TEOPANCALAQUIS
Pese a la ignorancia, el abandono, la desidia y la desfachatez oficial, la tradición sigue viva en el corazón del pueblo, y la noche del 24 de seguro que habrá de celebrarse, otra vez, como se ha hecho desde el mil 600, el Teopancalaquis, término náhuatl que según los investigadores significa “Danzas frente al templo” o “Entrada de danzantes al Templo”.
El festejo de la Feria de Chilpancingo se hizo para recordar el Nacimiento del Niño Jesús y venerarlo cada 24 de diciembre.
La adoración del Niño Dios se iniciaba en el templo del Barrio de San Mateo.
En su plazoleta, las muchas danzas presentaban su espectáculo que hacía la delicia de los vecinos, mientras en el altar de la iglesia del barrio un grupo de niños, representando a los Pastores de Belén “acostaban” con cánticos y villancicos al Niño Jesús, en un pesebre hecho a base de heno o pascli.
Terminada la ceremonia en la iglesia del barrio, cerca de las once de la noche del 24 de diciembre, las danzas se trasladaban a la iglesia (hoy catedral) de Santa María de la Asunción, en el centro de la ciudad.
En la actualidad, en el curso de la llamada “Misa de Gallo” se adora al Niño Dios, y a las 12 de la noche los danzantes entran en procesión al templo. Al salir, ejecutan algunos bailables simbolizando de esta forma su adoración a Jesús en su nacimiento.
A esta ceremonia se le conoce como “Teopancalaquis” y es una de las tradiciones que, afortunadamente aún se conserva.
Finalizada la actuación de las danzas, se quema un “castillo” hecho de otate y carrizo, adornado con cohetes de pólvora que dan lugar a los fuegos artificiales y se lanzan cohetes de Bengala al espacio, ofreciendo un espectáculo muy hermoso que baña la noche de colores bellos.
La gente mayor afirma que desde antes de la Colonia los pobladores de Chilpancingo ya practicaban este tipo de adoración para sus dioses y que era una forma de agradecer a sus deidades las cosechas que en forma abundante se daban en el valle de Chilpancingo.
El Teopancalaquis es una ceremonia tan nuestra, vistosa y agradable que reúne anualmente a las familias chilpancingueñas frente al templo para observar la ceremonia: verlos entrar al templo. En la puerta los reciben los sacerdotes. Llegan al altar, se arrodillan, se persignan y agradecen al Creador el trabajo logrado en el año que termina.
Don Magdaleno Ocampo Sevilla, un gran maestro, artista, músico nacido en Iguala en 1879, y nieto de Don Mgdaleno Ocampo quien confeccionó la primera Bandera de México, fue quien creó un hermoso mosaico musical al que bautizó: “Teopancalaquis”. Bellísimo.
Lo grabó en acetato. Entre esa musicalización se escucha el Himno a Guerrero, que en opinión del apreciado y siempre bien recordado padre Osorio, fue plagiado de un himno de la iglesia que en Huamuxtitlán compuso un gran músico: el maestro Galindo. Pero de eso, ya platicaremos en otra oportunidad.

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