Oficio de alto riesgo;
castigo a la corrupción
Isaías Alanís
Previo al siete de junio en que se celebra la libertad de expresión, las cifras de los periodistas asesinados es escandalosa. México está considerado por la asociación, Periodistas sin Fronteras, como uno de los países más peligrosos para el ejercicio del trabajo periodístico. En esa recta en la que las venas de la comunicación se entrelazan cada vez más con el poder que hace emerger a toda clase de suciedad al mundo global, el periodista es el más vulnerable. Porque la receta para desaparecer a un comunicador incómodo para un sistema político, cada vez más roza los terreros del hampa y donde estos poderes convergen en sus intereses. El Caso de México es paradójico. La muerte de comunicadores en todo el país se alinea a dos entes: el poder del gobierno y el poder de la delincuencia organizada. Tan bien organizada que se ha mezclado con las instituciones, las ha rebasado o bien forma parte de ellas. De tal suerte qué, o se sabe bien de donde sale la orden o bien, la orden es dada a espaldas del poder para suplirlo y frenar cualquier intento por que se haga justicia. Sea lo que sea, ejercer sin auto embute el oficio del periodismo y no estar a lado del poder, representa un peligro para quien lo ejerce. ¿A qué libertad de expresión hay que celebrar, a la de oficio que sirve a la sociedad, que guía, es un contrapeso o a la libertad de convertir a un comunicador en blanco fácil de facinerosos o políticos impunes?. Porque desgraciadamente, casi ningún en asesinato de comunicadores se detiene a los culpables. Manuel Buendía, por ejemplo, todavía espera que metan a la cárcel a sus asesinos intelectuales que siguen despachando en oficinas públicas.