martes, 23 de noviembre de 2010

Columnas

Falconario
Jorge Falcón

La existencia de Dios, me parece, ha generado en su nombre muchas batallas, masacres, conflictos y guerras en la historia que paz, serenidad, amor al prójimo, perdón de los pecados o tolerancia. Que yo sepa, los papas, príncipes, reyes, califas y emires no se destacaron en su mayoría por ser virtuosos, puesto que ya Moisés, Pablo y Mahoma sobresalieron, cada uno por su parte, en el asesinato, las palizas o las razzias, como demuestran sus biografías.
La historia de la humanidad muestra, sin duda alguna, los triunfos del vicio y las desdichas de la virtud. No existe justicia trascendente ni inmanente. Con o sin Dios, ningún hombre ha tenido nunca que pagar por insultarlo, ignorarlo, despreciarlo, olvidarlo o contrariarlo.
Si la existencia de Dios, más allá de su forma judía, cristiana o musulmana, impidiera, por poco que fuera, el odio, la mentira, la violación, el saqueo, la inmoralidad, la malversación, el perjurio, la violencia, el desprecio, la maldad, el crimen, la corrupción, la pillería, el falso testimonio, la depravación, la pedofilia, el infanticidio, la canallada, la perversión, habríamos visto no a los ateos, sino a los rabinos, curas, papas, obispos, pastores, imanes, y con ellos a sus fieles, todos sus fieles que son muchos, practicar el bien. Por ello, no es lo mismo ser bueno, que hacer el bien.

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