Era popular, trabajador y amaba a
Chilpancingo en donde lo mataron
Carlos Vargas Sepúlveda.--Marco Catalán Cabrera nació en 1983. Era extrovertido. Le encantaba hacer amigos. Su pasión por el manejo de empresas lo llevó a abrir un bar en Cuernavaca, Morelos, pero siempre volvía a la ciudad en la que creció: Chilpancingo de los Bravo. Fue ahí, en la capital de Guerrero, donde fue “levantado”, asesinado y abandonado el 30 de diciembre de 2017.
Los últimos días de 2017 revivieron al caso Ayotzinapa. Ahora fue en “Chilpo”, a 107 kilómetros de distancia de Iguala de la Independencia. Acá no fueron 43, pero sí siete jóvenes los desaparecidos. No fue una noche sino una semana. Los protagonistas, una vez más, funcionarios públicos. Entre las víctimas se hallaban Marco y Jorge Arturo Vázquez Campos, quienes visitaron juntos un bar al interior de la feria municipal en sus últimos instantes de vida.
Un miembro del círculo cercano de Catalán Cabrera –y habitante de Chilpancingo– habló con SinEmbargo sobre el caso. Accedió a que su voz aparezca en este texto, pero pidió el anonimato porque, aseguró, las condiciones en “ese pedazo de tierra ingobernable”, “insegura”, no son las ideales como para arriesgarse.
“En el bar empezó una riña. Al parecer fueron muchos los involucrados. Al final, la mayoría se fue y ellos dos [Marco y Jorge] se quedaron hasta las 9 o 10 de la mañana. Es cuando el dueño del bar decide cerrar y de la Feria, de la puerta de la Feria, los levanta la preventiva… Alguien, que es la información oficial, paga la fianza, como si fueran refrescos porque al parecer no hay más documentación… Paga la fianza. Salen y, afuera de las instalaciones de la preventiva, son levantados”, cuenta el hombre.
La noche del martes 2 de enero, Marco Catalán y Jorge Vázquez fueron localizados sin vida en Tierras Prietas, a un costado de la autopista federal México-Acapulco. Los cadáveres de los jóvenes estaban al interior de bolsas negras de plástico, de acuerdo con los reportes de la policía.
MARCO
Le decían “El Chore”. Tenía 34 años de edad. Era un chico popular. Trabajador, honesto. Le gustaba la música electrónica, reír. Le iba al América. Alegre, leal. Siempre quería hacer cosas diferentes. Tatuajes cubrían sectores de su cuerpo. Se vestía de payaso, daba“abrazoterapia” y regalaba juguetes. Le gustaba ser el anfitrión en eventos y cocinar. Preparaba un nuevo platillo, una nueva receta. En la última etapa vivió en Cuernavaca. Siempre se le hallaba rodeado de gente. Líder. Así recuerda a Marco su allegado.
“Era pleno de sus facultades. Era un hombre con una visión muy alta de lo que quería. Nunca fue un niño junior. Siempre buscó tener su propia imagen, su propio dinero, su propio patrimonio. Y no lo digo porque está muerto, no, no es la cuestión”, describe el habitante de Chilpancingo.
A las 17:14 horas del 30 de diciembre, Marco utilizó sus redes sociales para compartir una imagen en la que se le vio sentado frente al puente Mezcala Solidaridad. La escena