jueves, 19 de agosto de 2010


Emiliano Zapata
Apolinar Castrejón Marino

Tenemos una cándida fascinación por las haciendas, que fueron construidas durante la época colonial de México, y las relacionamos con la elegancia, la tranquilidad y la vida descansada.
Algunos hoteles de gran turismo han adaptado tales construcciones para el alojamiento y el solaz, porque en verdad son muy cómodas esas construcciones con paredes de adobes, pisos de ladrillos y techos de tejas.
RIQUEZA EN LAS HACIENDAS.
El casco de la hacienda, es la construcción principal que por lo regular constaban de una estancia rodeada de amplios y extensos corredores con pilares y arcos de cantera que formaban un círculo en cuyo centro casi siempre había una pila de agua para refrescar a los caballos. Detrás de los corredores se encontraban las habitaciones, un tanto separadas de la cocina y la de despensa para preparar y guardar los alimentos. El comedor se colocaba en una parte de los corredores, pues a la gente le gustaba el contacto con la luz y aire naturales.
Anexo al casco se encontraban las caballerizas, el establo y el gallinero. La lavandería, el huerto de legumbres y los cuartos de los criados se encontraban fuera del casco. Las haciendas eran organizaciones productivas, que contaban según su giro: vastas extensiones de tierras para el cultivo de la caña, de magueyes, maíz, o para pastizales.
Las haciendas productoras de azúcar tenían trapiche y calderas, así como otras tenían talleres de carpintería, herrería y talabartería. Algo que todas tenían era su tienda de raya, su cárcel, y una pequeña capilla. Y todas deberían contar con una fuente de aprovisionamiento de agua, suministrada por manantiales cercanos o traída desde lejos por acueductos.
La organización social parecía haber sido establecida por Dios en persona: el hacendado (a quien llamaban Patrón, Señor o Amo) y su familia, vivían en las habitaciones más grandes y elegantes del casco, los sirvientes vivían junto al establo y los peones junto a los sembradíos. El amo era dueño de todo, los sirvientes podían darse el lujo de cobrar por sus servicios y los peones trabajaban toda su vida solo para que el amo les permitiera vivir en galeras en sus tierras. Ocasionalmente el dueño les pagaba, pero no con dinero, sino que les daba vales para cambiar en la tienda de raya por alimentos (muy caros y de muy mala calidad), ropa y alcohol. Pero no podían ser dueños ni de tierra, ni de caballos ni de casas.
La hacienda de Anenecuilco en el actual estado de Morelos, parece haber sido dividido por la naturaleza, tomando en cuenta la distribución social. Un río parte el lugar en dos: las tierras fértiles de los patrones, y las estériles para los sirvientes y peones. En este Estado, algunas haciendas que se han reacondicionado para fines turísticos como: Cocoyoc, San Gabriel Las Palmas, San Gaspar, Atlacomulco (conocida también como Hacienda de Cortés), El Puente, Ixtoluca, Temixco, San José Vista Hermosa y Chiconcuac. También se encuentran algunas que han sido remodeladas para uso privado de sus dueños como San Carlos Borromeo o la Hacienda de Miacatlán.
EMILIANO ZAPATA SALAZAR.
Anenecuilco es una pequeña localidad perteneciente al municipio de Ayala, cuya importancia radica en que allí nació Emiliano, hijo de Gabriel Zapata y Cleofás Salazar el 8 de agosto de 1878. Don Gabriel Zapata instruyó a Emiliano y a sus otros hijos en las labores del campo y en las del ranchero criador de caballos, y una gran dosis de orgullo, que se puede sintetizar en el aforismo: «para comer hay que sudar en el surco y el cerro, pero no en la hacienda». Emiliano estudió la educación primaría en la escuela de corte lancasteriana de la población. A los 16 años perdió a su madre y 11 meses más tarde, a su padre. El patrimonio que heredó fue pequeño, pero se propuso no tener que emplearse como peón.
Se convirtió en un gran conocedor de los caballos y se empleó como arrendador, cuidador y veterinario. Gracias a su responsabilidad e inteligencia se convirtió en un experto cuyos servicios eran demandados por los hacendados, lo cual le permitió adquirir unas pequeñas tierras a las que utilizó para sembrar maíz y criar caballos. Así, empezó a tener roce con los hacendados, y empezó a viajar por los alrededores y hacia Cuernavaca y México, lo que le permitió conocer a jefes políticos y militares. Como siempre conservó la conciencia de su condición modesta, era reconocido, respetado y admirado por los pobres y peones.
LA REVOLUCIÓN DE 1910.
Cuando Francisco I. Madero promulgó el Plan de San Luis, en cuyo contenido se manifestaba la restitución de tierras a las comunidades despojadas, inmediatamente se aprestó a apoyarlo. Participó en una reunión secreta a la que acudieron Pablo Torres Burgos, Margarito Martínez, Catarino Perdomo y Gabriel Tepepa, entre otros. Ahí decidieron enviar a Pablo Torres Burgos a San Antonio, Texas, para que se entrevistara con Madero y le pidiera instrucciones sobre los pasos a seguir. A su regreso trajo las instrucciones de nombrar a Patricio Leyva líder del movimiento. Se proclamaron en rebelión el 10 de marzo de 1911 en Villa de Ayala, y formaron la primera guerrilla con 70 hombres. Días más tarde tomaron Jojutla; después fueron asesinados Pablo Torres Burgos y sus hijos por las fuerzas federales que los combatían en los linderos de Villa de Ayala.
El 29 de marzo, Emiliano Zapata asumió el mando de las fuerzas maderistas y sus primeros hechos de armas fueron la toma de Axochiapan, el asalto a la hacienda de Chinameca, la toma de Jonacatepec en los primeros días de mayo y el sitio de la ciudad de Cuautla, entonces defendida por lo más selecto del ejército porfirista: el 5º Regimiento de Oro que comandaba el Coronel Eutiquio Munguía, así como el Cuerpo de Rurales al mando del Comandante Gil Villegas y la policía municipal.
TIERRA Y LIBERTAD.
Estableció su cuartel general en Cuautlixco, desde donde dirigió el ataque a Cuautla; el 13 de mayo se inició el fuego y después de seis días de furiosos combates cayó la ciudad, último reducto porfirista. Su trayectoria de lucha fue auténtica y fiel a la revolución, teniendo como guía su filosofía de que «LA TIERRA ES DE QUIEN LA TRABAJA». Su papel en la caída de Porfirio Díaz fue decisivo, y más tarde se reveló contra la conducta de Madero al ponerse del lado de los terratenientes. También desafió a los más crueles enemigos; al presidente dictador Victoriano Huerta y al presidente constitucionalista Venustiano Carranza.

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