Rufo y yo…
Alfonso Cerdenares Domínguez.
Salí del trabajo, como era mi costumbre y miré que en la carátula de mi reloj marcaban las nueve y media de la noche. “Temprano”, pensé y me dirigí a la panadería que me quedaba de paso hacia el paradero del centro, para comprar las consabidas seis piezas de pan, las que me devoraba, dos cada vez que me sentaba a ver la tele o a escribir “noséqué” cosa, a veces para matar el tiempo. –Hola, buenas noches –dije a la chica que suele estar resolviendo crucigramas y demás juegos de palabras para no aburrirse. –Buenas noches, señor –apenas sí respondió sin quitar la vista de la hoja de papel, donde un sinnúmero de letras se amontonaban formando un cuadrado y que mantenía ocultas “nosécuántas” palabrejas escritas al margen. Me quedé mirando por un momento el palagrama y sin pensarlo dos veces, le señalé una que estaba escrita de forma diagonal. La chica levantó la vista y, como molesta, me dijo si ya había escogido el pan que llevaría.