lunes, 20 de septiembre de 2010

Cultura/social

Don Pascual Vázquez, 103 años

Edilberto Nava García

Los antes apacibles pueblos del medio rural, están cambiando. Los invade el ruido a veces ensordecedor de los potentes modulares que opacan el sonido de las horas del reloj y los repiques de las sonoras campanas de los templos. Ni los tlicuiles dejan entrever la actividad antes de rayar el sol ni los gañanes entran a las comunidades luego de ir al monte por las yuntas que la tarde anterior llevaron pastar; ni las señoras se levantan tan temprano a moler nixtamal sobre el metate porque ahora hay molinos eléctricos; los tlicuiles, en su mayoría han sido sustituidos por las estufas y los gañanes y yuntas por tractores y tractoristas.
Es la modernidad, se reconoce. Es la hora de la luz, aunque los ancianos intuyen que son visos del fin de la humanidad. Los cierto es que Apango, cabecera municipal con poco más de seis mil habitantes no es ajeno a dichos cambios. Aún nos conocemos casi todas las familias; no se exige mucho quiebre de cabeza para el recuento de las eventualidades, los más recientes matrimonios, arrejuntamientos de parejas o de quienes se nos han adelantado y rendido tributo a la tierra.
Durante septiembre en Apango se hacen los preparativos de la fiesta al Santo Patrón San Francisco de Asís, desde hace casi quinientos años a que su población fue catequizada. Lamentablemente en este septiembre varios han muerto. Ayer mismo acompañó la gente a sepultar a don Pascual Vázquez, quien falleció tras una larga vida; de una vida sufrida, de arduo trabajo y de exiguo alimento. Vivió poco más de 103 años.
De esto último he querido escribir unas líneas, de los fallecimientos. Murió doña Juanita Trompisto, cuando que el enfermo de poco más de año y medio postrado en cama, había sido su esposo, don Lorenzo Pacheco; a los nueve días, le siguió él, don Lenchito, buen músico durante casi toda su vida. Murió doña Clara miranda y le siguió doña Paula Camacho Díaz, de ochenta y ocho años de edad. Y así, uno a uno, no sabemos cuándo, pero iremos por el mismo camino, a cumplir: que nuestro cuerpo, nuestra materia se transforme en tierra mientras nuestro espíritu tremola.
Empero don Pascual hace muy poco tiempo dejó de trabajar en el campo, debido a una operación que le habían practicado. Supe de su fortaleza en el trabajo y su costumbre de hablar sólo lo necesario. Cuando me enteré que los galenos pidieron la edad del paciente para calcular su resistencia a la operación, los familiares no pudieron dar con exactitud la edad. Se vieron obligados a hurgar en archivos; en el Registro Civil simplemente dijeron que no tenían nada al respecto. Para el caso, debo decir que en mi búsqueda de información directa acerca de la Revolución Mexicana, platiqué en dos ocasiones con don Pascual, quien me platicó de los años quince en adelante del siglo pasado. Dudé, porque creí que lo que me decía era de oídas, pues mirándolo, me dije, este señor tiene entre ochenta y ochenta y cinco años de edad. Yo estaba equivocado. Y me platicó de la traición que acabó con la vida de Zapata. En efecto, los datos coincidían, pero continuó mi duda respecto de su edad.
Fue el acta certificada la que me sorprendió. Efectivamente don Pascual Vázquez nació en 1907 y es verídico que desde muy niño acompañó a su papá, don Ramón Vázquez en labores campesinas en el vecino estado de Morelos. Era tiempo de Revolución. En pocas palabras: en 1919, cuando el coronel Guajardo, mediante la traición ejecutó a Zapata, don Pascual era un niño a punto de cumplir 12 años y laboraba con su padre en los campos de Zacatepec y Jojutla.
Ni modos, se están desapareciendo nuestros mayores, nuestros ancianos, tan sobrados de conocimientos, experiencias y recuerdos, mientras la juventud, desapercibida, se hunde automatizada en sus celulares, cada vez más sorda por su música a altos decibeles, que aplaude lo insulso y minimiza los valores.

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