jueves, 4 de noviembre de 2010

Cultural/Social

¿Cartas o messenger?

Apolinar Castrejón Marino

El correo electrónico dio un paso para convertirse en messenger y luego vino el tweeter, para hacer que las personas estuviéramos mejor comunicadas. La necesidad de estar en contacto ha sido la misma en todos los tiempos, y los recados también han sido semejantes.
Doña Inés, alma de mi alma,
perpetuo imán de mi vida,
perla sin concha escondida
entre las algas del mar;
garza que nunca del nido
tender osaste el vuelo,
el diáfano azul del cielo
para aprender a cruzar.

Este mensaje parece el de un enamorado, que le expresa a una dama su amor y admiración comparándola con las cosas más bellas de la naturaleza. Pero aunque la construcción en verso es impecable, el lenguaje resulta muy rebuscado y cursi.
DON JUAN TENORIO.
Así es, se trata de la carta que dirige Don Juan Tenorio a Doña Inés, quien es la prometida de Don Luis Mejía, «amigo» y rival de Don Juan. Ambos son dos caballeros y redomados bribones que se pasan la vida entre parrandas y pleitos, hasta el grado rivalizar entre ellos por ver quien comete las peores canalladas. En el colmo del cinismo, Don Juan y Don Luis se retan a ver quien comete la peor bajeza en contra de la sociedad, con lo cual pretenden demostrar valor, originalidad e inteligencia. Don Juan discurre traicionar a Don Luis seduciendo a su novia Doña Inés, con quien pronto se casaría.
Previendo que le ganara la apuesta, pero sobre todo, que «le bajara» a la prometida, Don Luis se apresuró a esconderla en un convento, al cuidado de las monjas. Pero Don Juan que era en verdad un sinvergüenza, consiguió hacerle llegar una carta por medio de su sirvienta. Y como de verdad era ocurrente, le escribió unos versos que conmuevieron su corazón.
Si es que a través de esos muros
el mundo apenada miras,
y por el mundo suspiras
de libertad con afán.
Acuérdate que al pie mismo
de esos muros que te guardan,
para salvarte te aguardan
los brazos de tu don Juan.
ÁNGEL EN LA TRAMPA.
La apuesta «se filtró» a la sociedad, y la gente se escandalizó de la actitud de los caballeros, aunque sin conocer los detalles de lo que planeaban. Don Juan procuró asegurarse una «línea de comunicación» ofreciendo una buena cantidad de monedas de oro a la beata Brígida, para llevarle cartas a Doña Inés, y también le reveló como entrar en el convento sin ser visto. Después de varias cartas que «escurrían miel», la quedó «suavecita» para que «se la robara». Así se lo avisó, pero como Doña Inés sabía que «era imposible» que alguien traspasara los altos muros del convento, se desmayó al ver en sus aposentos al bribón.
De prisa, Don Juan cargó con Doña Inés que estaba desmayada y se la llevó a una casa oculta en el bosque. Ahí la reconfortó para que despertara y luego la envolvió «en vivo» con su labia y tono de seductor:
¿No es verdad, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Cuando llegas, el sol resplandece,
cuando hablas, las sombras se marchan,
cuando ríes, mis ojos se escarchan,
de gloria, de vida, y mi yo enloquece.
COMPETENCIA CANALLA.
Los dos se enamoraron de verdad, y luego de consumar su amor y jurarse lealtad y fidelidad, don Juan se retiró a atender «asuntos personales». Al cabo de un año, en la taberna «Del Laurel» se juntaron los dos canallas, Don Luis y Don Juan para recontar sus fechorías y declarar un ganador. Algo sale mal y todo se convierte en una gran pelea donde se reparten balazos y espadazos. Don Luis cae muerto de una estocada que le propinó Don Juan, quien en la trifulca se escurre por la puerta trasera y escapa hacia Italia.
Cinco años después Don Juan decidió regresar a Sevilla. Al enterarse que Doña Inés murió enamorada de él, al ver que no regresaba, acudió al panteón a ver la tumba de su amada. Ahí lo encontraron sus amigos don Rafael de Avellaneda y el capitán Centellas. Al pasar por la tumba de Don Gonzalo, Don Juan se detuvo ante su estatua de mármol y como una burla cruel, lo invitó a cenar. Como si estuviera vivo, le dijo a su víctima:
No os podréis quejar de mí,
vosotros a quien maté;
si buena vida os quité,
buena sepultura os dí.
¡Magnífica es en verdad
la idea del panteón!
Y siento que al corazón
me halaga esta soledad.
LA MUERTE DE DON JUAN.
En eso ven una tumba, cuya lápida llama la atención de Don Juan y a la cercarse a leer el epitafio y se queda admirado por que es su tumba, pues en realidad murió en la pelea contra Don Luis.
Don Juan Tenorio fue publicado en 1844 por el dramaturgo español José Zorrilla. Es un romance en lengua española de gran tradición en la época de muertos. Y en México es lamentable que en vez de que tengamos teatros y artistas que ofrezcan obras de esta calidad, tengamos una «runfla» de estúpidos ignorantes que cada año ponen en escena «El Tenorio Cómico».

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