martes, 13 de agosto de 2013

COLUMNA

Ni hambre ni pobreza en México 

Apolinar Castrejón Marino

Entre los individuos como entre las naciones, las leyes siempre han sido para poner límites al poder de unos sobres otros, y ningún poder humano ni divino podría dar a alguien, poderes que no tiene.
Es bien sabido que hay muchas personas que son tranquilas y controladas, otras son agresivas y belicosas. También hay gentes tolerantes y solidarias, del mismo modo que hay otras que son egoístas y entrometidas. 

A lo largo de los siglos, tales diferencias individuales requirieron se reglamentadas, para evitar abusos y atropellos, ya que por tendencia natural, el fuerte usa su fuerza contra el débil, y el agresivo, intimida al tranquilo.
Lo que resulta más difícil de regular es la influencia que pueda ejercer el inteligente sobre el tonto, especialmente desde que los vivos se unieron para hacer leyes que les den toda clase de ventajas.
En la actualidad hasta los que no son inteligentes, pero que se han apropiado de las leyes, pueden actuar impunemente para enriquecerse y disfrutar los más grandes placeres de la vida.
Tomemos como ejemplo a Felipe Calderón y a Enrique Peña, quienes llegaron a la cúspide del poder en México. 
Felipe, hizo cuanto quiso sin que nadie hubiera podido poner límites a sus excesos. Ni su estupidez manifiesta, ni su demostrada ineptitud, pudieron ser reclamadas por los ciudadanos a quienes juró servir.
Es exactamente el mismo caso de Enrique Peña, quien para el mes de abril de 2013 había gasta más de 2 millones de dólares de la Casa Bijan, especializada en ropa para caballero, donde un traje cuesta 50 mil dólares y un par de calcetines, 50 dólares.
Siendo un cliente tan frecuente, la tienda concedió a Enrique Peña la distinción de regalarle un reloj de pared de oro blanco y platino con su nombre inscrito en altorrelieve, junto a la bandera de México y sincronizado con la hora “oficial” de la tienda.
Pero si le parece mejor, considere usted que la fotografía oficial costó 29 mil dólares (37 420 pesos mexicanos), pagados con nuestro impuestos, para que todas las oficinas, ayuntamientos e instituciones exhiban la mejor pose del dueño de país por 6 años.
Y también podemos mencionarle que después de la toma de posesión el 1° de diciembre de 2012, Enrique Peña “dirigió un mensaje a la nación” que duró solamente 6 minutos y medio, ante 150 invitados, en el Palacio Nacional. El costo: 3 millones y medio de pesos (¡!).
¿Se acuerda usted de la edecán a la que echó el ojo el “Chiquilicuadri”? Eso no fue nada, Peña mandó contratar media docena de edecanes sudamericanas, pagándoles vuelos de lujo, y las hospedaron en el hotel “Gilou” de corte francés, a una cuadra del zócalo.  
También contrató íntegros otros dos hoteles de súper lujo, para hospedar a los invitados, escrupulosamente seleccionados, y que no representaran ningún riesgo de rebeldía en la ceremonia. Comidas, servicio de lomousinas, y tintorería para todos ellos.
Otro hotel de 5 estrellas fue contratado para alojamiento y banquetes a los fotógrafos y operadores de video que cubrirían el acto, poniendo especial cuidado para que Enrique Peña luciera como un Adonis.
Tales costos se reproducen cada vez que Peña tiene ganitas de  lucirse en la televisión. Y en otra ocasión le referiremos el costo del vestuario de “La Gaviota” y sus polluelos, y el despilfarro de los viajes del nieto más relamido, al extranjero. Esto solamente para que no se crea que en México todos en somos muertos de hambre.

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