miércoles, 8 de enero de 2014

COLUMNA

El árbol de Navidad 

Apolinar Castrejón Marino 

Continuando con nuestros comentarios positivos en torno a las festividades de fin de año, hoy vamos a contarles un cuento:
En tiempos pasados, cuando las casas eran amplias y abiertas, que tenían salas, corredores y cocina y aún tenían patio, con jardines y árboles, hubo una familia que vivía tranquilamente: papá, mamá y 5 hijos.

Las casas tenían traspatio con corral para los animales pequeños, y además para un burro, un caballo y una vaca. Era una vida bucólica sin muchas complicaciones.
Estaba por finalizar un año, y el papá sintió que ya era grande, y que los años empezaban a pesarle. Entonces pensó que quizá cuando el muriera, su familia extrañaría su apoyo. Tratando de evitarles sufrimientos y carencias, decidió juntar el dinero que poseía para ponerlo en un lugar seguro, para cuando lo necesitaran.
Reunió una buena cantidad en monedas de oro y procedió a enterrarlo entre las raíces de un árbol del jardín. Había limoneros, jacarandas  laureles de la India, pero el escogió un cedro, para enterrar sus monedas.
Decíamos que era el mes de diciembre, y al calor del fogón, se sentó junto a su esposa para revelarle su secreto. Le dijo en qué lugar había enterrado su tesoro, para cuando él ya no viviera. Su esposa le dijo que eso era innecesario, pero que estaba bien para sus hijos.
Para que no se le olvidara el árbol que guardaba fortuna, al día siguiente a esposa le colocó unos listones de colores. Con el paso de los días la nostalgia invadió a la buena señora, y se le ocurrió contarle el hijo mayor la decisión del padre. El hijo no le dio mucha importancia al dinero, pero le pareció buena idea colocarle algo para distinguirlo, y le colocó unas esferitas de cristal que se encontró en uno de los cuartos.
El hijo mayor, pensó que sería bueno que los demás supieran de las decisiones de su padre y le contó a su hermano. El hermano pensó que la voluntad del padre era que adornaran un árbol, y le puso de su cuenta unas serpentinas. El árbol se veía en verdad muy bonito.
Los demás hermanos creyeron que todos debían poner adornos, y buscaron qué colocar. Le pusieron luces de colores, dulces y tarjetitas con fotografías y pensamientos. 
El día 24 de diciembre, decidieron no trabajar, y por la tarde todos acudieron a ver su árbol adornado. Les pareció muy hermoso, y entonces la mamá les recordó a todos porque lo habían adornado.
A ninguno le pareció importante el tesoro que guardaba entre sus raíces, y pensaron que nunca lo necesitarían porque todos eran trabajadores y su padre les había enseñado a resolver sus problemas. Pero todos estaban orgullosos de haber colaborado familiarmente a embellecer su hogar. 
Decidieron que harían lo mismo cada año, y después de un tiempo los vecinos se fijaron que era una costumbre hogareña muy agradable, y cada quien en su hogar empezó a adornar su árbol familiar.

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