miércoles, 26 de febrero de 2014

COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista

 -Tercera Parte-
“Las cosas pequeñas quieren decir mucho”, es el título de una antigua melodía interpretada por la orquesta de Ray Conniff. Viene al caso la cita porque a medida que vamos escuchando y conociendo la narrativa del licenciado Víctor Hugo Portillo López, extrayendo de sus recuerdos las  páginas más importantes de su vida y sobre todo, con lujo de detalles, observamos que en ellos se centra la rica enseñanza que le ha otorgado la universidad de la vida. Igualmente valioso es que ¡la comparte!

Literalmente vivir, sufrir y hasta agonizar en la adversidad que durante épocas aumentó su agresividad con reveses directos y dolorosos, no es poca cosa y mucho menos poco aprendizaje. 
Son los cimientos de una trayectoria que, cuando triunfa, se corona con satisfacciones y logros  que bien podrían aprovechar quienes lo deseen. El contenido es, palmo a palmo, la realidad de la vida de un guerrerense que reconfirma la reflexión del bardo nayarita don Amado Nervo: “Yo fui el arquitecto de mi propio destino”.
“Entendía que yo servía para el proyecto y lo platicaba con el licenciado Leopoldo Parra. Muchas veces me lo corrigió, lo modificó o me lo confirmó. Entendí lo que hizo conmigo cuando me quedo solo en el despacho y comienzo a llevar mis asuntos solo, porque antes me apoyaba Arquímedes Meza. Y comienzo a darme cuenta que lo que él hizo conmigo es como lo del ‘Karate Kid’, que: ¡Encera el carro, pinta la reja!, y eso es lo que hizo al darme tantos expedientes para que me fogueara. Aprendí a manejar jurisprudencia con mucha habilidad. Eso me ayudó a seguir adelante con el despacho. Ya me había separado de Bertha, por algunas circunstancias, porque con anterioridad un maestro, Miguel Ángel Olguín Salgado lo nombraron director de Patrimonio del gobierno y me llevó con él como jefe del Departamento de Bienes Inmuebles del estado de México, pero al poco tiempo, en una reunión que tuvimos hasta muy de madrugada, andábamos así como desvelados. Tenía diecisiete empleados a mi cargo y varios vehículos en Toluca. Ahí llegué a un hotel, después renté un cuarto y en una ocasión tenía que ir junto con uno de los auditores a conseguir un edificio para rentar para unas oficinas del gobierno del estado de México en el Distrito Federal, y al ir bajando por Constituyentes, había una fábrica o la hay, se llama Syntex, entre reforma y Constituyentes y estaban arreglando la carretera, yo iba dormitando. Un empleado iba manejando, era como mi asesor, y otro que iba en la parte trasera en una combi. Cuando me di cuenta íbamos derrapando. El hecho es que la camioneta combi se estampó contra la reja de la fábrica. Quedó la camioneta con las llantas hacia arriba, perdí el conocimiento. Cuando lo recobré me sentí muy presionado en algo e hice un esfuerzo al sentirme muy limitado en la libertad de mi movimiento de cuerpo, y lo que oí fue que tronó mi cuello, yo había quedado entre el asiento de la combi y el tablero, abajo, sentado, pero al revés, eso fue en mil novecientos ochenta y dos. Cuando recobré el conocimiento ya había mucha gente que nos estaba sacando por el parabrisas. El maestro que iba manejando vi que lo sacaron con las clavículas salidas, sangrando, las costillas, la cabeza. A mí me salía sangre de los párpados, de la cara, de las manos porque los virios del parabrisas se me incrustaron. Llegó la ambulancia y nos llevó a un hospital, Ysemin, allá en Satélite, que sólo el estado de México lo tenía, al otro también y al otro no le pasó nada. Encontraron que me había afectado las vértebras cervicales, la quinta y la sexta y me tuvieron que operar. Doña Bertha se molestó porque alguien se hizo pasar como mi familiar, como si fuera mi esposa para que autorizara la cirugía, consiguió sangre y ella donó sangre y cuando Bertha se enteró llegó y se molestó y yo venía saliendo del Quirófano, y mi hija Grisel ya estaba grande, tendría como unos doce años, y Lilibeth también, tengo otras dos con ella pero son más chicas, Judith y Surieli. Yo iba en la camilla, en el pasillo, saliendo de terapia intensiva, me ardía mucho el ojo derecho, que hasta la vez tengo algunos problemillas por ahí, porque me entró anestesia, entonces me arde. Me ardía muchísimo y aparte me lastimaron mucho la Tráquea porque me operaron, me quitaron un pedacito de Pelvis y me la incrustaron para sostener las vértebras. Iba en el pasillo, ya consciente y me dijo mi hija Grisel, dice mi mamá que si ella o nosotros. Se referían a la persona que había autorizado y le dije: Mira, ni creo que sea el lugar ni creo que sea el momento. Tomen su decisión. Lo que menos quería es estar con problemas, y me dejaron. El maestro que salió muy lastimado me dijo: Perdóname. ¿Pero de qué?, le dije, si veníamos en plan de trabajo, como compañeros. Entendí que él no quería que lo responsabilizara de lesiones. Me quedé operado ahí en convalecencia, perdí el habla, no podía comer, me quitaron una pieza dental, me fisuraron, porque aparte me lesioné la mandíbula y con un popote comía, perdí el habla. Bertha me abandonó, no había quién me fuera a visitar, sólo mi hermano Julio César, de vez en cuando lo hacía, y el maestro salió como al mes y yo como a los tres meses y me fui a Toluca. Por cuestiones que tenía que subir trece escaleras que no lo tengo como número cabalístico sino como número de suerte. Al tener que subir escaleras y porque me quitaron un pedacito de Pelvis, un día se me fisuró de lado a lado. Y eran unos dolores tremendos. Yo no quería ni pararme. Tosía mucho, me desgarré mucho por la operación de la Tráquea, y eran dolores que los equiparo a cuando una mujer da a luz a un hijo, porque era de llorar, y luego con el Collarín sin poder hablar. Tenía un chofer que vivía en del departamento, no podía ni sentarme, si tosía o me movía, todo repercutía en la Pelvis. De ir al baño prefería que no por los dolores. Me daban una inyección como una droga para mitigar el dolor, pero cuando se me pasaba, no, caramba. Y luego tenía que ir hasta el Ysemin de Toluca y yo vivía como a la distancia de un kilómetro. Tenía que subirme al carro, que era del gobierno, con chofer. Bajaba las escaleras como en una hora, las trece escaleras con dolor, me tenía que sentar en el asiento del copiloto para que me trasladara el chofer al Ysemin. Ahí sacaba una silla de ruedas y eran unos dolores enormes. En alguna ocasión le dije al doctor: Mejor máteme, porque eran unos dolores enormes. Me acordé que en Xochipala hay algo que se llama Pegahueso. Le hablé a mi hermano, que es maestro y me la llevó. El médico me dijo que iba a poder caminar como en tres meses, pero me pusieron como plasmas y mi hermano, como al tercer día me trajo en la camioneta para Chilpancingo. Antes, un día le dije a mí chofer: Ve a cambiar, porque todavía no me pagan mi sueldo. Le dije: ve a cambiar un cheque, porque yo trabajaba con Bertha la explotación de los taxis. Eran dos taxis más otro del Sitio ‘Chilpancingo’ que pertenecía al patrimonio del Sitio ‘Chilpancingo’ y se rifaba, y nos lo sacamos, y luego rentábamos otras placas; eran como cuatro y era un buen dinero. Cuando le dije al chofer que fuera a cambiar el cheque regresó y me dijo: Le cancelaron la cuenta. La canceló Bertha y dije: ¿Ahora qué hago? Y todo jodido y sin poder hablar. Tenía un reloj Rolex, siempre me han gustado los relojes. Me ponía una cinta de los cartones de cerveza, le ponía un círculo y le ponía sus rayitas y me lo ponía en la muñeca. Y tenía el Rolex y le dije: ve a venderlo o algo, regresó y me dijo: en el Monte Piedad cuando mucho le dan la mitad, y lo entregó para poder comer. El chofer se llamaba Raymundo, era de por acá de la costa y él comía pero yo para poder pasar alimento era solamente yogurt y por el diente que me quitaron, con popote. Fue una etapa muy dolorosa, pero qué bueno, qué bueno que pasan esas cosas. La adversidad, cuando uno la enfrenta, fortalece. Me regresé, tenía ya otra relación. Me gusta ser honesto con lo que he hecho en mi vida. Tenía otra relación, tenía otro niño por fuera de matrimonio. Llegué a la casa de esta persona, en la actualidad está casada. Llegué a su casa en un espacio que rentábamos, y ella me atendía, iba a dejar a Marco Antonio al Jardín de Niños, se iba a trabajar, checaba su tarjeta y me venía a atender, porque seguí con el Collarín, seguía yendo a consulta, y el día que me dijeron, como a los seis meses, que me podía quitar el Collarín, me dijeron que pasara a terapia intensiva. Qué terapia intensiva, dije: vámonos. Traía un carro que si le picaba un zancudo a las llantas, se ponchaban. Un día llegó Margarito, un agente de Tránsito, y fui a ver a Bertha, porque no tenía ni para comer y arrastraba mi pie, a pesar de que comencé a caminar más pronto con Pegahueso. Pero al ir subiendo la calle, me arrepentí. Dije: Yo no tengo porqué causar lástima. Y que me regreso. Lo único a que fui es a recoger mi carro, porque estaba a mi nombre. Nos separamos, me llevé mis cosas y se terminó esa relación. Se quedó con todo. Cuando me compuse le firmé una carta poder para que dispusiera de lo que quisiera, porque un día me dijo: Tú eres abogado por mí. Yo le dije: No. Soy licenciado porque estudié. Te reconozco y jamás lo negaré que tuviste mucha influencia de apoyo en mi formación. Mi tesis está dedicada a ella, el hecho es que me dijo que era abogado por ella y le dije que no. Sí, me reclamó y le dije: ¿Cuánto te debo por haberme ayudado? Y me dijo: Ni con tu vida me pagas, y le dije: Yo creo que mi vida vale mucho más, pero para que no haya problemas ahí te queda todo, te firmo una carta poder y yo me llevo mis libros, mi carro y mis mancuernas. 
De ahí me vine, ya estaba otra vez en el despacho del licenciado Parra. Dormía debajo del escritorio, quitaba el sillón, me conseguí una colchonetita. En la mañana la recogía y ponía el sillón y a trabajar. Ahí estuve como ocho meses. Ya después me fui componiendo en cuestión física. Durante mucho tiempo manejé con el Collarín y aprendí a manejar por los espejos retrovisores. Como hubo una fricción con la mamá de Marco Antonio con una de las hijas de Bertha, que según se habían encontrado en la tienda del ISSSTE y que la había tirado a propósito, y ella me dijo que no, que la niña iba corriendo, se fue a pegar con su cuerpo y se cayó. Y dije: para que no haya bronca mejor me voy a vivir solo y me fui a vivir ahí, viví como ocho meses. Un día me recomendaron  un asunto, me gané buen dinero, fui agarrando más fogueo, más asuntos y un día renté una casa en la colonia Electricistas, la arreglé y viví ahí como un año, y así me fui formando. Considero que no soy valiente pero no tengo por qué no enfrentarme al miedo. Considero que me he forjado en condiciones muy especiales en todos los aspectos: emocional, económico, de disminución total; no valerme ni por mí mismo era canijo; no tener para comer ni de dónde agarrar es así como muy desesperante y con la obligación del niño con esta señora que trabajaba en Educación. Después, alguien me recomendó un asunto federal, un amigo del Ministerio Público muy buena gente y yo no sabía litigar en materia federal. Hice mi escrito y dije que aceptaba el cargo, y me contestaron que fuera al juzgado a aceparlo personalmente. (Continuará).

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