lunes, 11 de agosto de 2014

ARTICULO

Las puertas del infierno 


Esteban Mendoza Ramos


Jamás fue la idea original de Dios asignarle un destino fatal al pueblo de Abraham y a sus descendientes. Han sido obra humana todos los pesares abatidos sobre las doce tribus de Israel. Desde la negación del Mesías hasta los peores frutos del "sionismo", todo fue concebido y ejecutado por la mente y las manos de los judíos, que según su propia literatura religiosa han desobedecido la voluntad del Gran Creador. 

El mundo tiene grandes puertas abiertas al infierno. Una de ellas en aquella tierra mística por donde Jesús el Nazareno posó sus pies y pudo dejar como regalo perenne una filosofía de vida para laicos y religiosos. Ahí permanece inmutable la invencible Jerusalén, centro de todos los universos espirituales, fuente de discordias irracionales, de todos aquellos corazones nublados por los egoísmos terrenales.
Durante el primer siglo de nuestra era, la Diáspora impuesta por el imperio Romano de Occidente, dispersó por todos los confines del mundo conocido a los descendientes de Abraham. Sometidos a un eterno peregrinar y cargando la cruz del incomprendido sacrificio de Jesús, se apretujaron con alma y cuerpo en los sitios donde se les permitía vivir.
A finales del siglo XIX los invadió un sentimiento de nostalgia original: la vuelta al sitio desde donde fueron lanzados sus ancestros. Con suficiente poderío económico iniciaron el retorno a Palestina de manera silenciosa pero firme. Construyeron ciudades en el desierto, llamaron a todo aquel hermano capaz de contribuir a edificar la patria nueva.
Aprovecharon la inestabilidad política de la región, dividida en pequeñas naciones árabes sin estructuras sólidas de gobierno, con una organización casi tribal. Después de la Primera Guerra Mundial, bajo la administración británica de la zona, se intensificaron los esfuerzos de los judíos de todo el orbe para colonizar los territorios que consideraban suyos por derecho histórico.
El Holocausto de Hitler hizo posible la creación del Estado de Israel, el 14 de mayo de 1948, como resultado del remordimiento mundial, por los millones de judíos sacrificados en los campos de concentración. Ahí se abrió formalmente la puerta del infierno. Los judíos avasallaron con dinero y con balas  a los palestinos. El número de muertos es enorme y la solución al conflicto no se avisora en el corto plazo.
En 1967 se suscitó la primera embestida abierta de Israel contra  árabes  y palestinos, arrebatando a Egipto la península del Sinaí y partiendo en dos los territorios palestinos, cercando contra el mar a la franja de Gaza . En 1973 Egipto recuperó el Sinaí; sin embargo, los palestinos jamás recuperaron las posiciones anteriores a 1967. A pesar de los esfuerzos internacionales, los asentamientos judíos en Gaza no se detuvieron y sólo se han dado pequeños retrocesos, que no han resuelto algo.
Los palestinos se han defendido con las armas y la diplomacia, a través de la Organización para la Liberación de Palestina, la cual pugnaba por la convivencia pacífica de un estado judío y otro palestino en la región. Aunque hubo algunos avances como la de pacificar Cizjordania, la franja de Gaza, a través de la actuación armada de Hamas, se mantiene en guerra.
Todos hemos sido testigos de la barbarie del ejército israelí en contra de la población civil en Gaza. Los números son contundentes: 1717 palestinos muertos, de ellos 375 niños.  Por el lado israelí, 67 muertos, 64 soldados, dos civiles y un extranjero. Más claro ni el agua: los genocidas son ahora las víctimas del Holocausto de la Segunda Guerra Mundial. 
NADA, NADA justifica el asesinato de seres inocentes, mucho menos de niños, que nada saben de los problemas de los adultos. Señores judíos, detengan esa masacre, no nos hagan pensar que Hitler tenía parte de razón, porque así como nos horrorizamos con las imágenes de sus antepasados moribundos de hambre a manos de los nazis, nos causa el mismo dolor mirar los cuerpos destrozados de los niños palestinos, gracias a sus ambiciones incontrolables. 

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