jueves, 12 de febrero de 2015

PRIMERA PLANA

 Sobrevivió Fabiola 13 días
secuestrada en fosas Iguala

Jonathan Cuevas.IGUALA DE LA INDEPENDENCIA, GRO.--Fabiola es una víctima de secuestro. Hace casi dos años fue testigo de cómo un grupo de sujetos, armados, golpeó brutalmente a uno de sus familiares hasta darle muerte. Además fue violada. Estuvo 13 días con los ojos vendados, encerrada en una casa muy cerca de la zona de fosas clandestinas en Iguala. 
Entre el miedo y el deseo de lograr que su testimonio ayude a evitar más casos similares, se atrevió a hablar frente a cuatro grabadoras. Pidió el anonimato, por eso no hay fotografías de esta mujer anexas a este texto. Su nombre, por seguridad, fue cambiado.

Es familiar de Carlos, el joven sepultado el pasado 06 de febrero en Teloloapan, y cuyo cadáver convertido en osamenta, fue encontrado en una de las fosas clandestinas del predio conocido como “La Laguna”, al noroeste de Iguala entre las faldas de Cerro Gordo y Cerro del Tigre, cerca de la Loma del Zapatero.
Se trata del primer identificado de los 45 restos o cadáveres encontrados por ciudadanos del Comité de Familiares de Víctimas de Desaparición Forzada “Los Otros Desaparecidos” de Iguala. Estos restos fueron ubicados por los ciudadanos y exhumados por la Procuraduría General de la República (PGR) en esa zona que fue convertida por grupos criminales, en un enorme cementerio clandestino.  
Fabiola que tiene aproximadamente 40 años de edad, fue privada ilegalmente de su libertad el 02 de abril del 2013. La “levantaron” junto a tres de sus familiares, entre ellos Carlos a quien pudo despedir “como Dios manda” en un sepelio.  
El levantón… 
Sentada bajo un frondoso árbol se tomó el tiempo para recordar lo que sucedió aquel 02 de abril. Carlos fue atacado a balazos ese día. Llevaba un balazo en el hombro izquierdo y otro en el lado derecho del abdomen. Desangraba bastante cuando ella y otros dos familiares llegaron a auxiliarlo. 
Buscando una rápida atención médica, lo trasladaron al hospital básico de Teloloapan donde fue internado de urgencia, sin embargo, no había ahí lo necesario para una correcta atención o, en su caso alguna operación para salvarle la vida. Entonces decidieron pedir su traslado en una ambulancia al hospital general de Iguala pero los médicos y personal del nosocomio donde estaban, se negaron.  
“No lo podemos trasladar a Iguala por órdenes”; les dijo un médico, al parecer encargado del hospital. Ellos no entendieron de dónde venían las órdenes. 
Eran las 10:00 de la noche aproximadamente. En ningún otro hospital privado quisieron dar atención médica a Carlos por lo que, en conjunto decidieron trasladarlo por cuenta propia, sin resguardo policial, a la ciudad donde creían que tendría una mejor atención médica. 
Iban en un vehículo particular y llegaron por cuenta propia hasta Iguala, pero no ingresaron a la mancha urbana. En el punto conocido como “Lomas de Coyotes” se toparon con un retén. Eran elementos de la PGR según relató Fabiola, aunque los retenes que en aquel tiempo se instalaban ahí eran de policías municipales. 
Antes de toparse con el retén fueron deslumbrados con una lámpara, lo que provocó que chocaran contra una camioneta que estaba atravesada sobre la carretera. Algo que a Fabiola le pareció “extraño”, es que durante el trayecto no se toparon con un solo vehículo en toda la carretera.       
“Resulta que llegamos a los Coyotes donde estaba un anuncio de venta de lotes, estaba una patrulla que estoy consciente que era de la PGR. Nos echó una luz muy fuerte de color azul así como que muy fuerte y chocamos con la patrulla que parecía que ya nos estaba esperando”, relató. 
Continuó: “entonces a mí me bajaron del carro primero, me aventaron al cofre y me ponen esposas. Me suben y nos llevaron agachados. Eran hombres uniformados, todo todo parecía de la PGR, por eso digo que eran de PGR. Adelante estaban los militares”. 
Enseguida los llevaron por una carretera y luego de unos 8 minutos entraron a zona de terracería. Según dice, alcanzó en un momento a levantar la cabeza y observó que la llevaban sobre una avenida antes de la terracería.
“A mí me golpeaban porque levanté la cabeza para ver dónde íbamos. Cuando llegamos al lugar pude ver que estaba un carro grande militar y varios de la PGR supuestamente. Nos cambiaron a un carro color crema pero ahí alguien me dijo que no me preocupara que íbamos al hospital, entonces esa era mi idea todavía”, relató.
Agregó: “No fue así. Tardamos en subir la terracería como otros diez minutos y entonces llegamos a donde teníamos que llegar. Llegamos a una casa y ahí fue cuando me vino el 20, dije: ´Chin, ya me cargó el 20´”.   
Los “chicos huevotes” de Carlos… 
Ahí, Fabiola se dio cuenta que estaba rodeada de personas vestidas de militar y, en el cuarto donde la metieron junto a sus otros tres familiares, había muchas más personas. Al notar eso, decidió no hacer nada y obedecer indicaciones de los victimarios. Solo buscó un lugar en el suelo para sentarse. 
Sus familiares hicieron lo mismo pero, al que iba herido lo empezaron a golpear. Le preguntaban, según escuchó Fabiola, por diversos personajes de la delincuencia. “Preguntaban por la mentada beba, por la diabla y otros grupos que se oyen pero no los conocíamos. Creo yo que Carlos no los conocía”.
Carlos, desangrándose por las heridas que le habían hecho en el atentado varias horas antes, se armó de valor según cuenta Fabiola. Cuando uno de los sicarios se le acercó para golpearlo, Carlos intentó arrebatarle el arma, pero no lo logró. 
“Por eso me llena de orgullo decir que él (Carlos), por lo menos murió con los chicos huevotes porque le pudieron el arma y él dijo: ´Jálale guey, jálale porque si me dejas vivo vengo y acabo con toda tu perra familia´”, recordó la mujer. 
Y continuó relatando: “Entonces todos se le fueron a golpes y pues prácticamente murió a base de los golpes. Todavía le levantaron el cuello y le tomaron el pulso. Dijeron:  ´ya se murió´”.  
Fabiola observó como a cada golpe fueron terminando con la vida de su familiar. Murió a las 23:46 horas de aquel 2 de abril y, media hora después sacaron el cadáver llevándoselo con rumbo desconocido. Ahora se sabe que lo depositaron en una fosa clandestina en el predio conocido como “La Lguna”, ubicado a pocos metros de donde estuvo secuestrada, pues los sicarios no tardaron más de media hora en regresar, cuando fueron a tirar el cuerpo de Carlos. 
Después, los maleantes continuaron golpeando a su otro familiar, mismo al que dos días después sacaron de ahí con vida y, a la fecha, permanece en calidad de desaparecido, como hasta hace unos días estaba Carlos. 
De acuerdo al testimonio de Fabiola, Carlos fue sacado del lugar donde estaban secuestrados en una bolsa color verde, “de esas donde duermen los militares”. Pero lo que es poco entendible -dice la mujer-, es que Carlos fue sacado de ahí sin nada, ni siquiera ropa, pero a la hora de que reconocieron su cadáver, esa osamenta llevaba encima una bata y sondas por medio de las cuáles suelen introducir suero. 
Trece días secuestrada y decenas de asesinatos… 
Fabiola recuerda que estuvo 13 días secuestrada. De los cuatro familiares que ingresaron a esa casa de seguridad solo quedaron dos. Uno fue asesinado a golpes (Carlos) y a otro simplemente “lo sacaron”. 
Hasta ese lugar llegaron militares y presuntos trabajadores de gobierno como, por ejemplo, repartidores de abate. Estaban junto a una Iglesia pues, hasta ahí se escuchaban las misas, principalmente los cantos.
“Nosotros nos dábamos cuenta de que si nos regalaban zapatos nos estaban perdonando la vida, pero si no te daban zapatos te preparaban para matarte”, dijo Fabiola. A ella, después de trece días le dieron sus zapatos. 
Pero el transcurso de esos días fue doloroso, de angustia, incertidumbre y sufrimiento. Observó que, al menos cuatro de las personas secuestradas decidieron quedarse a trabajar con los sicarios, a cambio de que se les perdonara la vida. 
“Algunos ya llevaban hasta ocho meses, yo creo que por eso tomaban esa decisión”, trató de justificar. 
En aquel lugar, una sola noche estuvo una joven a la que le decían Mary. Trabajaba para los victimarios. Fue la encargada de llevarse las pertenencias que quitaron a los secuestrados. Entre otras cosas, eran zapatos, pinzas de cabello, cinturones o bisutería. 
En esos trece días, Fabiola calcula que el grupo armado asesinó entre 40 y 50 personas. “En ese tiempo así como entraba uno entraba otro, así como le podían perdonar la vida a uno se la perdonaban a otro”.  
Entre las cosas que Fabiola logra recordar de aquella temporada, es que les daban de comer arroz y frijoles. Se tenían que bañar todos los días con alguien vigilándolos por detrás. Solo en el momento del baño les quitaban las vendas de los ojos, pero con el compromiso de que no voltearían a ver quién las vigilaba. Lo mismo era para hombres y mujeres. 
Era un baño común y corriente, sencillo. No había regadera y, Fabiola aprovechaba ese instante para lavar también su ropa, para lo que pedía que le pasaran dos cubetas con agua. La ropa se la volvía a poner mojada. 
Un reportero preguntó a Fabiola que si a las mujeres las agredían mucho en ese sitio, a lo que ella, sonrojada respondió: “todo dependía de nosotros, depende cómo nos portáramos. A lo mejor nosotras las mujeres somos afortunadas porque tenemos algo que los hombres quieren mucho, la verdad, entonces buscábamos de hacer una especie de trato de que si tú me das, yo te doy, pero aún así se llama violación”. 
Con estas palabras, la mujer trató de explicar que fue víctima de violación. Cuando se le preguntó explícitamente si fue violada, apenada agachó la mirada y expuso: “se los dejo a su criterio”. 
Pero luego explicó: “a mí no me gustaba dormir o estar acostada y que otro te llegara por de tras así que tuve que buscar una persona ahí (de los sicarios) que me cuidara. A cambio de lo que fuera pero que me protegiera”.     
La mayor parte de esos días Fabiola logró notar que solo había tres mujeres. Tal vez hubo más –aclara-, pero no las vio. Lo que si notó es la presencia de personas con dos bebés pero, al parecer eran hijos de personas “de alta categoría”, lo que significó la muerte para ellos. “Ahí no perdonaban”, lamentó.       
A los trece días, los sicarios soltaron entre 20 y 25 personas cerca de la carretera Iguala-Taxco, antes de salir de esta ciudad. Entre los liberados iba Fabiola y uno de sus familiares. La amenazaron para que no denunciara y menos tratara de huir de Teloloapan, pues le dijeron que estaría vigilada, “y así fue”. 
Días después ella buscó ir a Semefo cuando se enteró que habían sido ingresados algunos cadáveres, pero le negaron la entrada bajo el argumento de que ella no tenía puesta una denuncia formal. Para la noche de ese mismo día, un sicario le llamó por teléfono para reclamarle que por qué había ido a Semefo. (API).        

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