viernes, 22 de abril de 2016

COLUMNA

Feliz Día del Niño 2016 

Apolinar Castrejón Marino
Demetrio era un niño travieso e inquieto, como casi todos fuimos a los 5 años. La criada de la casa, los albañiles que trabajaban en una obra cercana, y muchos vecinos, habían sido víctimas de sus travesuras, o al menos eran testigos de los berrinches que le hacía a su abuela.
 Pero llegó la hora de la venganza. Por la calle apareció una pareja de trabajadoras de la secretaría de salud, que andaban aplicando la vacuna para prevenir X enfermedad.  Venían preguntado casa por casa si había niños menores. Al ver tal amenaza, nuestro personajito, corrió a esconderse.

 La abuela atareada en sus quehaceres domésticos, ni siquiera oyó cuando tocaron a la puerta preguntando si ahí había niños. Pero los albañiles que se encontraban en lo alto de la construcción, y tenían buena vista del interior de las casas, hicieron una seña a las vacunadoras, y muy sonrientes, les dijeron:
 - Ahí vive un niño, y está escondido detrás del tanque de gas. 
El pobre niño cerraba los ojitos, pensando que así nadie lo vería. Recordamos esta anécdota, a la vista de la fecha 30 de junio, en que estaremos celebrando “El Día del Niño”. 
Y aprovechamos para recordarle que en el año de 1800, a instancias de la señorita Eglantine Jeff, fundadora de la Unión Internacional para el Bienestar del Niño, y la Caja Británica de Ayuda al Niño, se instauraron los derechos del niño en la Declaración de Ginebra. 
Y también, que el 20 de noviembre de 1959, hace más de cincuenta años, la Asamblea General de las Naciones Unidas se reunió con la intención de promulgar los derechos universales del niño en el mundo entero, proponiendo actividades tendientes a desarrollaran su bienestar. 
Con la aprobación unánime de todos sus miembros, se tomó el mismo 20 de noviembre como el Día Universal del Niño. Nuestro país se adhirió a la idea, pero para conmemorar esta declaración tan importante determinó festejar al Niño el 30 de abril de cada año.
Pero qué creé, las leyes de México no prohíben golpear a los niños, ni amarrarlos a una silla con cinta canela, o quemarlos con cigarrillos, o ponerles las manos en las hornillas de la estufa. Algunas personas dirán: Seguramente se lo merecen por groseros.
Organismos defensores de los derechos de la infancia, señalan con preocupación que los golpes y otras formas de castigo, o de imponer disciplina, son prácticas comunes en los hogares mexicanos. Prácticas antiguas, amparadas por las nuevas leyes, permiten el maltrato, y exigen obediencia irreductible, y respeto de los niños hacia sus padres.
 Aunque a nivel nacional se sanciona la violencia intrafamiliar, ningún estado de la República prohíbe expresamente los maltratos hacia los niños. Juan Manuel Sauceda-García, del Hospital Infantil Federico Gómez, asegura que los correctivos físicos no son efectivos y sólo incrementan los niveles de violencia dentro de la familia. 
 Y agrega que “cuando el castigo es suficientemente duro, puede provocar que el niño empiece a rehuir y esconderse de quien lo castigó, mentir y eludir su responsabilidad en la vida doméstica. Y puede destruir el trato y confianza en la relación padre-hijo, o alterar el desarrollo moral del niño”.
 En Atenas, hasta los seis años de edad niños y niñas pasaban la mayor parte del tiempo en compañía de las mujeres de la casa. El filósofo Platón pensaba que los juegos infantiles, tenían una gran importancia para moldear la personalidad y el desarrollo del talento individual. 
 Por su parte, Aristóteles recomendaba que los niños que todavía estaban con las mujeres no recibiesen ninguna enseñanza ni realizasen esfuerzos físicos; en lugar de eso, había que animarlos a que sus juegos imitasen las actividades serias de la vida futura. Pero las tradiciones griegas, veían mejor que los niños griegos se entretuvieran con los típicos juegos y juguetes infantiles.
 Los romanos no eran tan permisivos, y desde los 6 años, a los ricos los enviaban al gimnasio, donde aprendían cultura y ejercitaban su cuerpo. Los niños pobres se entretenían con juegos de tradición agrícola. Se consideraba que a los 12 años, eran adultos, y los ricos podían emprender una carreara militar, los pobres solo podían ser artesanos.
 Los que no se andaban con medias tintas, eran los espartanos. Al momento de nacer se les llevaba a un lugar llamado Lesje en donde eran revisados por los ancianos de la ciudad pertenecientes al concejo o Gerusia, para comprobar que no hubieran nacido con alguna malformación física o mostraban signos de retraso mental. 
 Si los recién nacidos pasaban las pruebas, eran rociados con vino para hacerlos inmunes a la epilepsia y aumentar su resistencia física. Pero si eran encontrados “defectuosos” eran desechados sin el mínimo remordimiento. La consigna era que si los dejaban vivir resultaría perjudicial para el Estado, que era una potencia guerrera reconocida.
 Sin mayor trámite, los arrojaban a un precipicio llamado Taigeto. Los niños más pobres solo eran abandonados en el campo para que se los comieran las fieras. 

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