viernes, 1 de julio de 2016

PRIMERA PLANA

Joyeros, mina de oro para los
 secuestradores en Guerrero

Margena de la O.--De camino a su negocio (una joyería, ubicada en una colonia céntrica de Chilpancingo), a José lo sorprendieron unos 15 hombres que bajaron a prisa de varias camionetas y rodearon su auto. “¡Oye, hijo de la chingada!”, “¡Bájate, cabrón!”, le dijeron al sacarlo del vehículo.
Se resistió a que le ataran las manos aun con el brazo derecho torcido, pero sintió un gancho filoso en el pulgar y escuchó que le cortarían el dedo si no obedecía.Entonces cedió y se subió a una de las camionetas. Así inició su secuestro.

José logró entrar al negocio de vender relojes marca Rolex gracias a una deuda que contrajo con el banco.  “Ese fue el problema, por eso se me vino esa situación. Cuando a mí me levantan, me piden esas cosas (los relojes)”, cuenta a LA SILLA ROTA el comerciante.
Desde hace cinco años, los empresarios de Chilpancingo viven en crisis por las presiones de los grupos del narcotráfico. La capital de Guerrero se ubica entre las 10 ciudades más inseguras de toda América Latina, según un informe del Foro Económico Mundial-Latinoamérica: por cada 100 mil habitantes, en Chilpancingo murieron 81 personas. Acapulco, el puerto guerrerense más famoso de México, es uno de los que corona la lista.
Los registros de la Cámara Nacional de Comercio (Canaco) en Chilpancingo revelan que de  enero a mayo huyeron de la ciudad 56 empresarios con sus familias a causa de los secuestros y extorsiones. La Fiscalía General del Estado (FGE) difundió que los secuestros en Guerrero bajaron. Pero “La baja de secuestros en Chilpancingo se debe a la salida de empresarios de la ciudad”, dice Víctor Ortega, presidente de la Canaco.
Víctimas señalan a policías
A José lo llevaban en el asiento trasero de la camioneta con los ojos tapados, las manos atadas, y la cara y rodillas pegadas al piso del vehículo, entre los pies de sus secuestradores sentados en los asientos.
Intuyó que iban rumbo a la colonia Galeana o a un lugar de la zona. No podía ver, pero escuchaba todo. “¡Los sapos!”, “¡Los sapos!”, gritó uno y enmudecierontodos.
“¡Bajen los vidrios!”, dijo otro, y dio la orden de esconder las armas. La camioneta avanzó lento con un silencio dentro. A José le cruzó por la mente la idea de gritar, pero el arma que lo amenazaba lo hizo arrepentirse.
El silencio se rompió segundos después con las risas colectivas. Todo indicaba que el peligro para los criminales había pasado.
Los secuestradores encendieron un radio: “¡Oye, tú, cabrón!, ¡Mueve bien a tus halconcitos! Nos acabamos de encontrar a los sapos”.  José supo que fueron militares quienes casi le quitan la respiración a sus plagiarios al cruzarse por una de las colonias más grandes de la ciudad.
La camioneta en la que iba el joyero finalmente se detuvo. Lo bajaron e hicieron que entrara a una casa donde había más personas secuestradas, según alcanzó a ver por el hueco entre los ojos y su nariz que dejó la venda atada a su cabeza.
“¡Mire!”, dice José, interrumpiendo el relato a esta reportera, y señala José a unos policías que  cruzan en sus patrullas. “Son a los que más desconfianza les tengo”, agrega. El siguiente secuestrado que llegó a la casa de seguridad donde él estuvo fue raptado por un agente federal de caminos cerca de la caseta de Palo Blanco, en la autopista del Sol, asegura.
Aquel día los golpes, gritos y humillaciones se repartían en la casa de seguridad como pan caliente. Al empresario le exigieron una explicación de los relojes. “El interrogatorio fue pregunta, chingadazo, pregunta, chingadazo”, recuerda. Él explicó que un proveedor le vendió la mercancía después de conseguir un préstamo bancario.
Por la noche lo sacaron de la casa de seguridad y lo llevaron a hablar con un hombre a un lugar baldío quizás fuera de la ciudad, a orilla de carretera, porque al caminar lo mismo pisaba concreto que maleza, y escuchaba los carros andar y las luces centellar tras  sus ojos vendados.
Escuchó la voz de un hombre con acento como del norte, que le preguntó sobre las joyas. –“Me habla de un lote grande de joyas, y me dice que sí sé de él”, recordó-. Le contestó que las compró con el proveedor hace un año, pero que se cercioró de su legalidad.
“¿Estás seguro? ¡Porque si no te voy a matar, hijo de la chingada!”, le gritó quien supone era el jefe del grupo. El hombre le dijo a José que le habían robado un arsenal de joyas y que sólo quería recuperarlas.
Cuando lo devolvieron a la casa de seguridad ya había llegado la víctima del federal de caminos. “Le metieron una chinga porque nos escucharon hablar”, comenta.
Pero el maltrato va implícito en el cautiverio. “A mí  me decían hazte a un lado y me pateaban. Te hacen de todo: te humillan. Vejaciones. Una vez blandearon un machete, ‘¡Córtale su cabeza!’, decían. Se burlaban. Una vez puse la mente en blanco paro no escuchar todo lo que le hacían a otro que estaba a mi lado”.
Al segundo día del secuestro, sus captores obligaron a José a que los llevara a su negocio a sacar las joyas que tenía guardadas en la caja de seguridad. En varias camionetas, y a medio camino, se encontraron otros hombres y se saludaron.  Quien se paró al lado del copiloto de la camioneta donde iba José, le soltó “ese güey es el relojero”. Y el chofer contestó “es un bisne”.
Ya en la joyería, el propio José abrió la puerta. Lo siguieron unos hombres con las armas ocultas en la ropa; otros se quedaron en la camioneta vigilándolo. Le dictó a uno de ellos la combinación y sacaron los relojes, otras joyas finas y unos 33 mil pesos en efectivo. Cuando José regresó a  la casa de seguridad, encontró secuestrado al proveedor que le vendió los relojes.
La fuga de los joyeros
Hasta mediados de este mes de junio, en Chilpancingo cerraron 80 negocios por la violencia, según los datos de Fernando Jesús Meléndez Cortés, presidente del Consejo Empresarial Guerrerense, Comprometidos con el Bienestar.
El sector joyero es otra muestra de esa condición de crisis por la inseguridad. Los municipios de Iguala, Taxco, Altamirano, Acapulco y Petatlán ya no son los lugares prominentes de venta de oro y plata en Guerrero. Las cifras del presidente de la Asociación de Joyeros del Estado, Arturo Flores Mercado es que hace 20 años los joyeros y plateros representaban de 12 mil a 15 mil negocios abiertos en el estado, ahora apenas alcanza los mil 500. José era uno de ellos. Recuerda que pensó que todo quedaría en un mal sueño después de que al hablar con quien supone era el jefe de la banda le tranquilizó. Le dijo que si no tenía nada que ver en el plagio de las joyas  le garantizaba su libertad y les regresarían las piezas. Pero le mintieron.
Al anochecer del segundo día del secuestro, un hombre entró al cuarto donde tenían a José y le dijo que era hora de irse. Lo subieron a una camioneta casi en la misma posición en que llegó y antes de liberarlo en la zona del mercado municipal Baltasar Leyva Mancilla, únicamente con los 33 mil pesos que había en su caja fuerte, subieron a otros tres que padecerían la misma pesadilla.
La vida de José cambió: de empresario pasó a ser un revendedor de piezas de oro de bajo quilate. La depresión que le dejaron aquellos dos días lo mantuvo por meses en cama y encerrado hasta acabar lo poco que quedó en la joyería. El día anterior a la charla en la que comparte los detalles de su secuestro se ganó 220 pesos por la reventa de una esclava. (lasillarota.com).

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