miércoles, 30 de noviembre de 2016

COLUMNA

 Cosmos


Héctor


TELEFONITIS
Hace sesenta o tal vez setenta años que en Chilpancingo comenzó a funcionar el sistema de teléfonos. Se supone que el primer beneficiario fue el gobierno del estado, para enlazarse en la ciudad de México con el gobierno federal.
La red telefónica en Guerrero no debió haber tenido entonces una cobertura muy amplia, puesto que hasta hace no muchas décadas el gobierno del estado usaba el muy conocido “Sistema de radio de onda corta”, cuya sede estaba en una cabinita ubicada en el primer piso de lo que hoy conocemos como “El Casino del Estudiante”. Sus siglas eran KJ, similares a las de la primera estación de radio de amplitud modulada que en 1942 hubo en Acapulco y que fue la primera emisora comercial en Guerrero: XEKJ.

Pasaron los años y la primera “central” de teléfonos de México se ubicó en la avenida Guerrero, casi esquina con la calle del riquísimo español Galo Soberón y Parra, siendo vecinos con las entonces incipientes oficinas de la Comisión Federal de Electricidad donde uno de sus primeros trabajadores fue mi tío don Juanito Organista y Gilberto, mi primo, del mismo apellido, quienes hace muchos años fallecieron.
En esa famosa “central” había muchachas muy guapas que trabajaban en el anonimato y que a su vez estaban a cargo de atender las llamadas que los usuarios hacían. Cada una de ellas estaba pendiente de alguna área de cobertura, y sin conocerse su nombre contestaba a quien llamaba: “Central dos, a sus órdenes”; “Central ocho, a sus órdenes”, “Central seis, a sus órdenes” y así, de acuerdo al número que les tocara atender en las mesas del control del tráfico de llamadas. Una de ellas muy afamada, famosa y querida fue la señora Carlota Julián, del barrio de San Mateo y me parece que lo fue también su hermana y otras muchas bellas paisanas que de pronto sus nombres escapan a la ya decadente memoria.
Esas llamadas se hacían desde las oficinas o domicilios familiares y se usaron diferentes modelos de aparatos telefónicos, casi todos teniendo un manija a la que debía darse vueltas rápidamente durante unos segundos para que la intención de conexión fuera recibida en alguna “central” de teléfonos de México y ya desde ahí, las operadoras conectaban el cable correspondiente en el orificio que tenía un número que el usuario estaba solicitando. Por ejemplo, el peticionario decía: “Señorita comuníqueme por favor con el número 6, o el 15 o el 25, etcétera. Y entonces la dama que atendía esa central enlazaba los números telefónicos de quien llamaba, con la persona con quien deseaba comunicarse.
Cuando nadie contestaba al otro extremo, la “central” lo informaba al usuario y cuando había respuesta a la petición los entrelazaba en la conversación privada. Hay que decir que entre esas mujercitas que fueron pioneras de teléfono de México en Chilpancingo, había voces muy dulces, muy tiernas, muy exquisitas y que fue una delicia escucharlas cuando atendían alguna llamada.
En esas oficinas de Telmex trabajó por muchos años don Victorio Organista Castañón, hijo de don Raymundo Organista Organista, el famoso panadero de las calles de Neri quien dirigió la danza de Los Santiagos de diciembre en la feria de Chilpancingo y que fue el mejor espectáculo de las danzas tradicionales. Y don Raymundo –dicho se de paso- fue el creador de la tradición del toronjil con semita en Chilpancingo.
Pues, ese gran victorioso Victorio tiene su anécdota ejemplar: en teléfonos de México comenzó como chalán, tendiendo líneas o halando cables entre infinidad de cerros para comunicar a Chilpancingo con la montaña o las costas, por ejemplo.
Debido a su tenacidad, preparación y constancia se la sacó de entre la peonada y fue llevado a un cargo administrativo en la misma compañía, luego subió a ejecutivo y de ahí a gerente general de teléfonos de México. Hace años se jubiló siendo aún muy joven y su quehacer en lo que ahora es Telmex queda como ejemplo a las generaciones laborales de esa empresa y de todas. Cuando se quiere, se puede.
Cuando después de 1969 comenzaron a instalarse en el espacio sideral los satélites, la comunicación empezó a evolucionar y ya no fue tan complicado comunicarse por teléfono, radio o televisión de América con cualquier parte del mundo. A éste lo “achicaron” las comunicaciones y en la actualidad casi toda persona trae un celular consigo.
Los vecinos chilpancingueños, antes de que existieran los teléfonos de cable o celulares, si tenían necesidad de hablar o platicar con alguna persona, iban caminando, desde donde estuvieran hasta el domicilio de esa persona, no importa cuán lejos estuviera, porque salvo que fueran propietarios de un vehículo y en él se trasladaran, no evitaban la caminada, tan saludable que es.
No había “combis” o “urvan” como ahora. Sólo circulaban dos tristes circunvalaciones que conducían “Chayo” Carbajal y Agapito Salmerón, y los 12 o 14 “coches libres” para servicio público, estacionados “en batería” frente a la iglesia de la Asunción.
El celular produce muchísimos millones de pesos cada hora a esas empresas porque la gente gasta, sin necesidad, no sólo en la compra de celulares sino en el elevadísimo costo que ocasiona su uso, su mantenimiento y sus reparaciones.
Y las preguntas son: ¿por qué? o ¿para qué tan indiscriminado uso del celular? ¿En realidad, qué tanta necesidad tenemos de su uso? ¿Si no hubiera ese moderno sistema, qué pasaría? ¡Nada! Es una “moda”, como todas, carísima. “Gastamos” más en celular que en el consumo de alimento familiar o en cubrir gastos personales más urgentes. La familia puede quedarse sin comer, ¡Ah!, pero el celular debe funcionar a todas horas, a costa de lo que sea.
Quienes usamos las urvan para ir en la ciudad de un lado a otro, observamos en ellas cómo, casi todos los pasajeros, van haciendo uso del celular. Van encorvados, deformándose, sin darse cuenta, la columna vertebral. La mayoría de pasajeros llevan clavados en las orejas auriculares, sin siquiera reflexionar el daño auditivo que se están provocando. Ha aumentado escandalosamente el número de sordos, pero de esto casi nadie parece darse cuenta y menos ponerle interés. Hay que consultar a los otorrinolaringólogos, simplemente.
Lo que se escucha en quienes van haciendo uso del celular, cuando en lugar de hablar gritan, son en su mayoría puras ociosidades. Temas intrascendentes o, en su defecto, anuncios muy indiscretos de la dama quien le dice por celular a su interlocutor, que denota ansiedad y desespero: “Ya voy a llegar, ya vengo por el paso a desnivel”, y a la altura de la colonia aquella del poniente voltea y le sonríe pícara y cariñosamente al señor que viene su lado, mientras que la gran charla de las comadres es otro “show” donde uno se entera de cosas que de pronto no importan, pero se conocen vidas, formas de vida mediante indiscreciones que esas personas dicen, a veces a gritos en sus diálogos, sin considerar que por lo menos ocho o diez personas vienen oyédolas. En otros casos, uno, sin querer, se entera de temas tan íntimos de los cuales el usuario del transporte colectivo no tendría por qué saberlo. No hay educación para el uso del celular, nadie se cuida ya de decir en público cosas que no debe.
Y lo peor viene cuando personalmente estoy platicando con alguien a quien fui a buscar con especial interés. Le suena el celular y me deja hablando solo; le da prioridad a la llamada cuando le suena el ring ring o la canción “norteña” que usa a manera de timbre.
“¿Bueno, sí? ¿Y cómo te fue?”… Nadie es capaz de decir: “te llamo después”… nadie… 

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