martes, 14 de marzo de 2017

COLABORACION

Juan De Dios Peza
Apolinar Castrejón Marino

 Muchos hombres (y mujeres) saben expresar sus más recónditos pensamientos, en frases cortas. Al contrario de como hacen los políticos de hoy, que disfrazan sus ideas cortas y difusas con grandes discursos.
Juan de Dios Peza, inició a corta edad su gloriosa carrera en la poesía. Cuenta una anécdota que cuando tenía 16 años fue convocado en su colegio, para que tomara el lugar de uno de sus compañeros que había enfermado, y que tenía a su cargo la lectura de una poesía patriótica, en conmemoración de la Independencia.
Juan aceptó con gusto lo que consideraba un gran honor, y para agradecerlo, de un día para otro compuso unas décimas en las cuales ensalzaba a los héroes. Esto le valió muchos aplausos del público que se había
congregado en el Teatro Nacional. Para unos fue el milagroso llamado de la literatura, para otros, el momento en que surgió el poeta de la improvisación.
Fue protegido de don Vicente Riva Palacio y discípulo de “El Nigromante”. A los 22 años de edad, Juan de Dios Peza ya era todo un nombre distinguido de la literatura patria: se le convocaba para recitar sus versos en las fiestas cívicas y patrióticas, se le pedían poemas para las mejores publicaciones literarias y para las páginas dominicales de los diarios, se estrenaban y se aplaudían sus obras de teatro en verso, se editaba la primera recopilación de sus poemas con una carta laudatoria del bardo Ignacio Ramírez.
Sus poesías más repetidas hasta nuestros días: “Fusiles y Muñecas”, “El cuento de Margot” y “Este era un rey”:
¡Oh, misteriosa condición humana!
Siempre lo opuesto buscas en la tierra;
ya delira Margot por ser anciana,
y Juan, que vive en paz, ama la guerra.
Mirándoles pasar me aflijo y callo:
¿Cuál será sobre el mundo su fortuna?
Sueña el niño con armas y caballo,
la niña con velar junto a la cuna.
En 1878 viajó a España como diplomático: Segundo Secretario de la Legación Mexicana. Pronto le llovieron los aplausos, los halagos, las invitaciones para publicar en revistas y en diarios. Se hizo amigo del gran Campoamor, de Nuñez de Arce, de Selgas y de muchos otros escritores afamados. Peza hizo magníficas relaciones en la corte española. Pero no solo pensaba en sí mismo; logró que se publicaran La Lira Mexicana, que incluía a 59 jóvenes poetas mexicanos.
Y aquí estuvo su error: Marcelino Menéndez Pelayo protestó porque no incluyó a José Joaquín Pesado; aunque la repuesta ya estaba en el prólogo: “Es una antología de poetas jóvenes a fin de que se pueda juzgar el porvenir literario de México puesto que la poesía del pasado quedó palpitante en la historia... ya está juzgada”.
El poeta y diplomático fue acusado de no distinguir los cambios, no ser capaz de adaptarse, y de no hallar el tono y el ritmo de los distintos poetas. El crítico mexicano, Manuel Puga y Acal, le escupió todo su veneno.
Acusó directamente a Juan de Dios Peza: “Es sólo un versificador, no tiene ideas; impacta al auditorio, pero no emociona a los lectores de poesía; Peza no es un espíritu cultivado, solo abusa del empleo de palabras sonoras; es admirado por quienes no tienen posibilidad de comparar lo que se escribe en México con lo que se escribe en otros países; es un popularizador pero no un poeta”.
Con el amargo sabor de la envidia y del “malinchismo” regresó a México, solo para toparse con una desgracia, el fallecimiento de su esposa lo cual hirió su obra literaria, y la tiñó de un dolor secreto.
Hoy vengo con mi dolor,
Cual antes feliz venía;
Mas ya nunca, astro de amor,
Ceñirás con tu fulgor
Ni su frente ni la mía.
Tú cruzas por ese cielo,
Dando con tu luz la calma;
Yo cruzo, por este suelo,
Llevando en mi desconsuelo
Lena de sombras el alma.
En 1888 se inició la declinación de su figura pública. Pero entonces surgió el poeta lírico que canta a la niñez, el que se enternece hasta las lágrimas viendo a su hija Margarita besar a sus muñecas, a su hijo Juan entretenerse con fusiles y caballos de carrizo, y a Concha, deshojar flores como si a sus seis años compartiera su tristeza y sus dolores.
Fue diputado federal y Miembro numerario de la Academia Mexicana de la Lengua, pero el 16 de marzo de 1910 murió en la ciudad de México, a los 58 años de edad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por leer La Crónica, Vespertino de Chilpancingo, Realice su comentario.