jueves, 11 de octubre de 2018

ARTÍCULO

El hombre del
clavel verde

Apolinar Castrejón Marino
“Señoras y señores, he disfrutado inmensamente esta velada. Los actores nos han dado una encantada versión de una obra deliciosa, y la apreciación de ustedes ha sido en extremo inteligente. Los felicito por el éxito de su papel como espectadores”.
Así habló “El Hombre del Clavel Verde”, con su acostumbrada ironía y cinismo, ante el gran público que había asistido aquella noche a presenciar el estreno de su obra “El abanico de Lady Windermere” al teatro San James, de Londres, Inglaterra.
Impecablemente vestido, con su clavel verde en la solapa de su frack, y un cigarrillo humeante en la mano izquierda. Todo en él era admirable: su voz era dulce y musical, lo cual reconocían hasta sus detractores y críticos.
Más en verdad no tenía una buena relación ni con los actores, ni con los organizadores y presentadores de sus obras. Decía de ellos que tan solo eran unos títeres cuyo trabajo era transmitir su genio al vulgo. Los periodistas le preguntaron qué entonces por que escribía sus obr
as.
Su respuesta fue por demás irreverente: “Yo escribo mis obras para divertirme. No escribo para la gente. Si algunos actores quieren actuar en mis obras, es porque quieren. Y los que se nombran críticos de mis obras, no me interesan, solo espero que no las entiendan en absoluto”.
“El retrato de Dorian Grey” es su novela más conocida, en la cual trata de un joven muy bello, al que le hacen un retrato al óleo, y cuando está posando para el artista llegó a hacerle compañía un caballero misterioso: rico, culto y demasiado inteligente.
A Dorian le pareció excelente compañía y pronto le brindó su confianza absoluta. Hablaron de muchos temas, pero una vez que se refirieron a la belleza de Dorian, su amigo le dijo que lamentablemente sería pasajera, y un día Dorian sería un viejo decrépito, arrugado y cansado. Entonces él le confió que desearía que eso nunca sucediera, para lo cual estaría dispuesto a cualquier compromiso.
El retrato fue terminado, y Dorian con su amigo retornaron a su vida de parranda y vicio. Con el paso del tiempo Dorian notó que él no envejecía, y su rostro permanecía con la lozanía de la juventud, aunque ya pasaba los 50 años.
Hasta que un día notó que en el retrato, sus facciones se tornaban maltratadas, especialmente con huellas de crueldad. Grandes ojeras por las desveladas que acostumbraba el, sangre en las manos como en las riñas que había protagonizado en las cantinas y prostíbulos.
Una mueca de crueldad apareció en su boca y en sus cejas, después de una noche en que asesinó a un marinero en el muelle. Cada crueldad que cometía Dorian se reflejaba en el rostro de la pintura, mientras la cara de él, permanecía fresca suave y hermosa.
En principio Dorian consideró este fenómeno como algo maravilloso, pero con el paso del tiempo le pareció una maldición completamente vergonzosa, así que se apresuró a esconder la pintura, y cada vez que cometía una canallada bajaba a su desván a ver cuál era el efecto en la pintura….
Otra gran obra de Oscar Wilde es “La importancia de llamarse Ernesto”, en la cual hace un juego de palabras porque “ernest” en inglés, puede confundirse con honesto. Y entonces, el titulo connotativo sería “La importancia de ser honesto”.
“El Fantasma de Canterville” y “El marido ideal” son sátiras en las que se burla de la aristocracia inglesa, mientras “El príncipe feliz”, “El ruiseñor y la rosa”, y “El gigante egoísta”, son simpáticos e ingeniosos cuentecitos que han hecho la delicia de los niños y jóvenes, de todos los tiempos y en todos los países.
Oscar Wilde nació el 16 de octubre de 1854 en Dublín, Irlanda, lo cual explica su desprecio por todo lo inglés, y el hipnótico placer del bienestar que otorga la riqueza.
Fue tan grande su éxito, que sacó a flote su exhibicionismo y extravagancia. Se entregó a una vida disipada de libertinaje, y dejó aflorar su homosexualidad. Se hizo insoportablemente vanidoso al grado que sus  contemporáneos dijeron: “Oscar no tiene enemigos pero, es detestado cordialmente por sus amigos”.
En la cumbre de su fama fue acusado ante la justicia británica de ultraje a la moral y seducción homosexual al hijo del marqués de Queensbury, Alfred Douglas. El disgusto e incomodidad que la sociedad londinense tenía, por fin encontró la venganza que deseaba.
El 3 de abril de 1895 se presentó ante el tribunal, sabiendo que toda la opinión pública estaría en su contra. Durante los interrogatorios a que fue sometido, conservó una actitud soberbia y altanera. Cuando le presentaron una carta que él había escrito al hijo del marqués, el juez le preguntó: “¿Reconoce usted que es inmoral?, él contestó con desdén: “Es mucho peor. Está mal escrita”.
El proceso tardó varios días y condenado por sodomía a dos años de trabajos forzados. Fue la más terrible humillación a su ego. En la cárcel escribió una obra de poca calidad “La Balada de la cárcel de Reading” la cual firmó con su seudónimo Sebastián Melmot y nunca volvió a escribir su nombre verdadero: Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por leer La Crónica, Vespertino de Chilpancingo, Realice su comentario.