viernes, 7 de diciembre de 2018

COLUMNA

COSMOS
Héctor CONTRERAS ORGANISTA
LA VIRGEN DE GUADALUPE
BERSA AZABAY ORTÍZ, cantante guerrerense, le ha dedicado con mucho amor 15 cantos a la virgen de Guadalupe, con motivo de que el próximo día 12 de diciembre se cumplen 487 años de la aparición de la virgen de Guadalupe a Juan Diego, en el cerro del Tepeyac.
Nos consta cómo la artista suriana fue paso a paso entrelazando actividades durante un par de meses para lograr su propósito, apoyada por muchas personas tanto en Guerrero como en la ciudad de México, y finalmente nos regaló una grata sorpresa cuando informó:
“El disco va a tener una cuota de recuperación de 35 pesos y el dinero se utilizará en la compra de aguinaldos para entregarlos entre niños de escasos recursos en algunas colonias de Chilpancingo”.
De inmediato ha puesto a la venta sus grabaciones y por fortuna suman ya una buena cantidad de simpatizantes tanto de la capital guerrerense como de otras ciudades quienes están adquirie
ndo la interesante producción donde canta varias melodías a la virgencita.
RECUERDOS DE LOS FESTEJOS A LA VIRGEN DE GUADALUPE EN CHILPANCINGO
-Texto de Héctor Contreras Organista, publicado en el año 2000-
Doña Pomposa Alarcón Julián fue la muy respetable dama chilpancingueña, del Barrio de San Antonio, quien desde los años 40 ensayó un grupo coral conocido como Las Inditas.
Eran aproximadamente veinte niñas que vestían traje regional, llevando al frente de las dos filas en que se formaban para cantar, a su Juan Diego.
Un niño vestido con calzón y cotón de manta, en ocasiones usaba huaraches o iba descalzo; llevaba sombrero de palma y un gabán modesto, a manera de tilma. Cargaba en la espalda un pequeño huacal adornado con pascli, jarros y fruta de la temporada como las famosas granadillas.
Los bellos cantos de las Inditas los preparaba doña Pomposa desde el mes de noviembre, para que en la víspera del día de la Virgen de Guadalupe, el 11 de diciembre, acudieran a su altar a cantarle Las Mañanitas, en la iglesia de la Asunción, de Chilpancingo.
La hija de doña Pomposa, doña Albina Cristino Alarcón cuyo domicilio se localiza en las calles de Heroínas del Sur número 12, recordó con mucho cariño que después de doña Tocha, quien inicialmente ensayaba a las Inditas, “siguió mi mamá con la tradición, y ella, además de llevarlas a la iglesia, las cargaba por dondequiera que la gente las invitaba a cantarle a su virgen”
Doña Albinita recordó que su mamá sirvió con mucha devoción a la virgen de Guadalupe, “pero después que Dios se la llevó, yo sigo con la tradición”.
Desde el mes de noviembre, en la casa de adobe ya desaparecida, y que se localizaba en la esquina norte que forman las calles de Niños Héroes y Zaragoza, doña Pom, como también le llamaba la gente a doña Pomposa Alarcón, ensayaba a Las Inditas. Todas las tardes se reunían durante un par de horas para aprenderse y practicar los muchos cantos místicos, plegarias y aleluyas de que se conforma la letanía a la Guadalupana.
A las 16 horas del 11 de diciembre se daban cita las niñas y el Juan Diego en ese domicilio. Era un espectáculo muy atractivo por los trajes policromos de aquellas niñas que lucían muy bellas, con trenza negra abundante y entretejida con listones de colores, faldas de Acateca y huipiles de manta con bordados de estambre caprichosamente grecados. Algunas pintaban sus labios de carmesí y la mayoría coloreaba sus mejillas.
Llevaban rebozo multicolor y pequeños chiquihuites, canastos tejidos con tiras de otate recién cortado, y dentro, cadenas de cempasúchil, flores diversas y fruta que depositaban en el altar de la Guadalupe, durante la celebración de la misa que celebraba el sacerdote don Agustín M. Díaz.
En esos años 40, 50 y 60 había mucha devoción. Los feligreses llegaban a la iglesia con ramos de flores, velas y veladoras. Iban a dar gracias a la virgen por alguna petición concedida, y en ocasiones hasta por algún milagro.
La tradición del festejo en México se inició poco tiempo después de 1531, año en que la leyenda refiere que a Juan Diego se le apareció la virgen varias ocasiones en el cerro del Tepeyac, pidiéndole que en ese lugar se le construyera un templo.
Doña Albina Cristino Alarcón, al continuar con la tradición que inició su mamá, aunque dejó de ensayar las Inditas, en ningún momento abandonó la costumbre de velar a la virgen la noche del 11 de diciembre para continuar el festejo el día 12, cuando a la hora de la comida sirve a sus invitados un delicioso mole con tamales.
Acuden a su casa cantidad de vecinos, familiares y amistades que inclusive vienen del extranjero con la devoción que se ha mantenido como férrea tradición en esa familia.
La noche del 11, entre los espacios que se hacen para rezar el Rosario, se sirven ponches, té de toronjil, pozole y atole, mientras se escucha en el firmamento el tronar de los cohetes de varillas que surcan el cielo y también se disfruta de la alegría de una bien afinada banda de Chile Frito, que ha llegado al domicilio desde la tarde.
La mañana de cada 12 de diciembre, cuando regularmente el frío acentúa su agresividad, continúan música, rezos, cohetes, y pozole que humea desde la boca de las ollas de barro colocadas en el patio de la casa, atizadas, –a la vieja usanza-, con gruesos trozos de leña.
En la parte central de la casa se ha colocado la imagen de la virgen de Guadalupe rodeada de una guía espléndida que sostiene foquitos de colores. La virgen luce su manto lleno de estrellas, bordeando el bello rostro de la adorada Morenita del Tepeyac.
Comienzan a llegar hasta a su altar atléticos corredores en traje deportivo que han transportado toda la noche una antorcha desde La Villa de Guadalupe y van rumbo a diversos pueblos o municipios cercanos a Chilpancingo.
A los organizadores, la familia Cristino Alarcón les han pedido con antelación que al cruzar por Chilpancingo pasen a degustar del pozole y hospitalidad de esa respetable familia, y así sucede cada año.
Es una de las tradiciones más queridas y festejadas en Chilpancingo, la celebración del Día de la Virgen de Guadalupe, que a pesar de una oleada de nuevas o viejas religiones que han venido a sentar sus reales a la capital del estado, no han podido hacer mella en el festejo mexicano de mayor colorido y pletórico de devoción que se ve por todos lados, como ocurre en el caso especial de la familia Cristino Alarcón en Chilpancingo.
En medio de un entusiasmo inusitado, el 12 de diciembre de 1952, siendo canónigo de Santa María de la Asunción el sacerdote Agustín M. Díaz, se consagró y dedicó el altar de la virgen de Guadalupe, todo de mármol, con las estatuas de Fray Juan de Zumárraga y Juan Diego. Al mismo tiempo fue coronada con Decreto del Diocesano, la imagen de la virgen.

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