martes, 26 de marzo de 2019

ARTICULO

Islas Marías
Juan López
Durante ciento catorce años las Islas Marías fueron un destino para reos sentenciados a largas condenas sin otra expectativa: sólo la de mirar desde cualquier ángulo la mar océano: esa inmensidad enloquecedora, tormento, de olas permanentes, incansable vaivén en rugientes madrug
adas.
 No es únicamente la privación de la libertad, máxima pena aplicada a un criminal, cuestionada como castigo inhumano, sino la soledad consecutiva, un día tras otro, los siguientes años y el conteo de cada verano, tóxica numeración, capaz de hacer perder los estribos al más rudo de los asesinos.
 La Inquisición fue tan super malvada en sus menesteres prácticos para lograr infligir los más atroces sufrimientos. Se valió de utensilios y herramientas, picas y clavos, correas de tal eficacia en los azotes, como idóneas para descuartizar a sus víctimas. Durante siglos los herejes sufrieron la justicia divina de un clero infamante, fanático. El oscurantismo de la Edad Media. Desde entonces las islas de ultramar fueron las destinatarias principales para enviar a malquerientes y a réprobos, retirándolos de toda conexión con la sociedad a fin de no contagiar a las personas decentes con presencias tan pútridas como maloras.
Napoleón Bonaparte consiguió un final alternativo. Antes de la isla Santa Elena, donde murió -de tristeza, dicen- había permanecido en la de Elba, de donde escapó para regresar a París e iniciar por primera vez su período de “Los Cien Días”, una fórmula política aún utilizada por quienes desempeñan en el gobierno dicha cantidad de tiempo.
Pero divago, deseaba hablar de Las Islas Marías: piélago ubicado mar adentro a 112 kilómetros de Nayarit. Distancia de aquí a Chilpancingo corta, pero en la mar, extensión con tumbos de las olas, horizonte plano inconsútil alucinógeno, el hombre ahí prisionero por 20 o 30 años se obsesiona por la locura, el suicido o cualquier límite de cordura, adquirido por la espera lerda, lenta, perezosa de tan larga temporada dando vueltas en círculos hasta regresar al mismo punto de partida: la cárcel, aunque sea una isla no deja de ser prisión.
Abelardo L. Rodríguez siendo presidente fue quien recluyó en Las Islas Marías a uno de los escritores mayores del país: José Revueltas, en 1934. El resultado fue una de sus grandes novelas: Muros de Agua. ¡Qué metáfora! Y, El Luto Humano. No hubo desperdicio. El artista crea y recrea su destino aún cuando éste se zambulla en el suplicio. No en balde López Obrador ha prometido: El centro cultural de Las Islas Marías se llamará José Revueltas. Remiso homenaje a tal militante, comunista, por creer en un México libre y sin corrupción.
 PD: “México está contigo prisionero”: Pablo Neruda.

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