martes, 24 de marzo de 2020

ARTÍCULO CON FOTO

El lavadero de
Poncio Pilatos
Apolinar Castrejón Marino
¿Y por qué la gente dice “Me lavo las manos”? Poncio Pilatos, es un personaje de la biblia encargado de impartir justicia entre los judíos. Se negó a condenar a muerte a Jesús, y cuando no pudo contener a los sacerdotes judíos, y una muchedumbre que demandaba su sacrificio, aceptó sus exigencias y se los entregó para que lo crucificaran.
Pero al hacerlo, les dijo la terraza de su palacio les dijo “Que la sangre de este hombre caiga sobre ustedes”. Y enseguida pidió una palangana llena de agua y se lavó las manos en un acto que según él, lo libraba de cualquier culpa. La historia y la tradición dirían otra cosa.
Como casi todos sabemos, Jesús fue capturado en el monte de los olivos, cuando hacía oración y sus apóstoles estaban durmiendo. Durante el alboroto, sus discípulos quisi
eron defenderlo, pero él se los impidió y ellos aprovecharon para escaparse, ante las circunstancias que ponían en peligro su vida.
Jesús fue conducido esa misma noche al palacio de Anás, que era un sumo sacerdote con gran poder entre el pueblo judío. Era un sacerdote que decía que el Dios romano Quirino lo había nombrado como su representante mortal. Se consideraba superior al resto de los judíos y los odiaba jarochamente.
El procurador romano Valerio Grato no se creyó el cuento y lo despidió del puesto. Negándose a perder el poder, apoyó a su yerno Caifás para que fuera sumo sacerdote, lo cual consiguió mediante muchas trampas, como los políticos de la actualidad.
Caifás se manejó muy bien y consiguió ser presidente del Sanedrín, que era una asamblea de sabios que se encargaba de sancionar la conducta de los judíos. A nombre de su yerno, Anás se había atribuido el cargo de representante de la justicia.
Muy temprano por la mañana se preparó para realizar el primer interrogatorio a Jesús, para saber quiénes eran sus discípulos, como los reclutaba, y que tanto se había esparcido su nueva religión. Anás no consigue información que lo incriminara, y procede a atarlo de las manos y enviárselo a Caifás para un interrogatorio más fuerte.
El sanedrín ya estaba completo cuando Caifás empezó el interrogatorio, y la sala del consejo estaba llena de curiosos. Jesús fue empujado al centro como si fuera el peor delincuente. Anás ya había conseguido media docena de testigos falsos y arengaba a los presentes para que lo imputara culpable.
Las acusaciones, por falsas y contradictorias, fueron desechadas, provocando la furia de Caifás, quien le preguntaba si era hijo de Dios. Jesús le contestó “Tú lo has dicho. Y yo te digo que verás al hijo de Dios sentado a su derecha”.
Al escuchar estas palabras, la jauría rabiosa rugió y Caifás sintió el triunfo. Con gesto teatral, se rasgó la túnica y gritó a los presentes: “¿Escucharon? Ha blasfemado. Ya no es necesario más testimonio, porque todos lo hemos oído”. Y la multitud le respondió: “Es reo de muerte por blasfemo y falso profeta”.
Pero quedaba un detalle. Anás y Caifás sabían que las sentencias del Sanedrín no incluían la pena de muerte, así que tenían que buscar la aprobación del procurador romano Poncio Pilatos, siervo del emperador Tiberio, y feroz enemigo de los judíos y sus tradiciones, que desde su llegada se había dedicado de destruir sus templos y sus dioses.
Por ahora necesitaban su aprobación para que condenara a Jesús al peor castigo. Al escuchar el escándalo a las puertas de su palacio, salió y encaró a la chusma. Le gritaron que llevaban a un reo y querían que lo condenara.
Poncio Pilatos miró a Jesús y entonces les preguntó: “¿Por qué me traen a este hombre? ¿Qué acusación tienen contra él?” Lleno de indignación, Caifás le gritó: “Si no fuera un malhechor, no lo traeríamos ante ti”. Pilatos replicó: “¿No es judío, y pobre, como ustedes?  Pues júzguenlo de acuerdo a sus leyes”. Entonces Caifás le dijo: “Tu sabes que no tenemos derecho de dar muerte a nadie desde que estamos bajo dominio romano. Así que necesitamos tu aprobación para un castigo ejemplar”.
Pilatos no tenía ninguna intención de mandar a matar a un hombre que no le parecía culpable de nada, y además tampoco quería complacer a unos religiosos que frecuentemente buscaban complicarle la vida. Así que buscó como evadir su responsabilidad como procurador, y no cargar en su conciencia de un hombre del que no tenía ninguna queja.
Pero Anás y Caifás, alborotaban a la muchedumbre para que exigiera la muerte de Jesús. Entonces Pilatos vio que no tendría otra alternativa que entregarle a Jesús para que lo asesinaran. Les dijo que podían disponer de la vida del hombre.

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