martes, 25 de julio de 2023

𝗡𝗼 𝗿𝗲𝗰𝗼𝗻𝗼𝗰𝗲 𝗜𝘇ú𝗰𝗮𝗿 𝗮 𝘀𝘂 𝗦𝗮𝗻𝘁𝗶𝗮𝗴𝗼 𝗿𝗲𝘀𝘁𝗮𝘂𝗿𝗮𝗱𝗼


𝙂𝙖𝙗𝙧𝙞𝙚𝙡𝙖 𝙃𝙚𝙧𝙣á𝙣𝙙𝙚𝙯.IZÚCAR DE MATAMOROS, PUEBLA.-- Por más de cinco años, doña Carmen rezó con fervor por el retorno a esta localidad del señor Santiaguito, imagen destrozada por la cúpula del templo al caerle encima durante el sismo del 19 de septiembre de 2017.
Ahora, al ver nuevamente en pie el monumental conjunto escultórico, instalado provisionalmente en el salón de Compostela, dice que su recuperación es como “un milagro”, pero le cuesta reconocer al santo del que ha sido devota desde niña:
“Es que tiene una expresión distinta en su mirada”, explica como hablando para sí.
Otra mujer a su lado asienta con la cabeza y agrega:
“Lo cambiaron, ahora parece que está enojado, perdió su esencia, sabemos que es el mismo, pero no lo sentimos como el mismo”.
El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) ha calificado la restauración del conjunto escultórico de Santiago Apóstol de Izúcar de Matamoros --una de las imágenes más venerada en la mixteca poblana y por la población migrante--, como una experiencia ejemplar a nivel mundial. Y es que el Santiaguito, según lo nombran de cariño los pobladores, es la representación iconográfica del apóstol en su advocación de Santiago Matamoros, y que en la Conquista se invocó como Santiago Mataindios por los españoles, y después, en un proceso de sincretismo singular, asimilado por indios y criollos como un protector.
Diversas fuentes históricas señalan que Santiago Matamoros es el Santo Patrono de España y acompañó las luchas de la reconquista de la península Ibérica. Y su imagen es traída a América donde plasmada en estandartes, abandera también las batallas contra los indios, hasta que finalmente recupera su religiosidad y contribuye a la evangelización.
La imagen de Izúcar data de finales del siglo XVI y principios del XVII. Es una escultura ligera hecha de pasta de caña, papel amate y hoja de oro con policromía. Tiene grandes dimensiones: el jinete mide 2.62 metros de altura, y el caballo alcanza los tres metros.
Raúl Martínez Vázquez, cronista de este poblado, explica que Santiaguito es una imagen con la cual los habitantes de la localidad han establecido una relación muy cercana. El santo patrono es valorado como un ícono en el municipio, incluso por los no católicos --dice--, ya que, por su gran formato y milagros que se le atribuyen, atrae un importante turismo religioso, en especial durante su fiesta patronal, este 25 de julio.
Por ello la ausencia de la figura generó, tras el sismo --aparte de una especie de luto entre sus devotos--, un gran impacto económico en el municipio.
En entrevista, Gilberto Sombrerero Hernández, sacerdote de la parroquia de Santiago Apóstol, reconoce como “excelente” el trabajo realizado por el INAH, pues el conjunto escultórico regresó a Izúcar en las mismas dimensiones y características.
Sin embargo, admite que se ha generado una polémica, pues luego de tanta espera, a la feligresía le está costando vincularse otra vez con su imagen. Para algunos la expresión del rostro del santo es distinta. Y es que, considera, que cuando el 24 de octubre de 2022 el INAH la reintegró, sus devotos desconcertados se reencontraron con un Santiaguito sin su caballo, sin su vestimenta (sombrero y espada), y fuera del lugar que ocupaba en la parroquia que, por cierto, sigue sin ser restaurada.
El instituto distribuyó entonces un tríptico en el que advierte a los fieles que, después de la restauración, la imagen “ha quedado frágil”, y recomienda para “apreciar la escultura” y su conservación, mantener una distancia mínima de 1.5 metros.
“Tocar o besar la imagen daña la superficie decorada (en hoja de oro) de Santiaguito”, recalca el INAH. Igual, aclara que ya no le podrá poner vestimenta ni accesorios.
Fue hasta el 12 de mayo cuando el instituto entregó una nueva escultura del caballo, con lo que el Santiaguito --que durante casi siete meses permaneció montado sobre un pedestal-- volvió a ser el conjunto de siempre.
Para entonces, según indica el sacerdote Sombrerero, se percataron de “pequeños cambios” en el corcel, por ejemplo la postura de relincho --“como si hubiera visto una víbora”--, cuando el anterior se mantenía a galope.
A las afueras del templo, pobladores entrevistados por Proceso alegan un cambio sustancial en la estética del animal: antes reflejaba fuerza y brío y hoy se ve “como caballito de carrusel”.
Desde su retorno se ha mantenido al santo con su ancestral armadura dorada, y por un tiempo no se le puso accesorio alguno, pero los pobladores lo veían diferente, “como que está enojado”. Para modificarle la expresión, el párroco le mandó a hacer un sombrero de pelo de conejo, de poco peso. Igualmente, una capa de tela de gasa, botas abiertas estilo romano --distintas a las cerradas originales--, así como espuelas y espada ligeras.
Aun con eso, el desconcierto de los pobladores no cesa, pues desde el siglo XVIII han vestido con ropajes al santo, y en rituales lo llenaban de regalos como sombreros, espadas, reatas y espuelas para pedirle milagros o agradecerle los realizados.
El historiador Jorge Torres Gamboa, quien antes del sismo participaba en ese ritual de la vestimenta, señala que para conservar la escultura los fieles deben adaptarse ahora a nuevas reglas de veneración. Sombrerero confía en la Divina Providencia:
“Esperemos que poco a poco, con el paso del tiempo, Dios nos conceda el milagro de que la imagen se vaya amoldando a como la gente la recuerda y conoce”.
𝗘𝗟 𝗧𝗥𝗔𝗨𝗠𝗔
La leyenda habla de un anciano quien, llegado a Izúcar, ofreció hacer la escultura de Santiago Apóstol, con la condición de que tapiaran un cuarto y sólo le pasaran alimentos por una ventana. Después de un tiempo, ya no escucharon ruidos, así que mayordomos y mandones rompieron a hachazos la puerta. Encontraron entonces la escultura terminada del santo y su caballo, pero al escultor jamás lo volvieron a ver. Así, se cree, fue el propio apóstol quien esculpió su imagen.
Muchos lugareños cuentan historias de milagros que les concedió el santo y de prácticas o rituales que cada familia estableció con él. Por ejemplo, Víctor Vargas narra que su padre llevaba un puñado de semillas para dejarlas al pie de Santiaguito por un día. Después iba por ellas y las mezclaba con los granos que sembraría ese año para asegurar una buena cosecha.
Como región de migrantes, el historiador Torres Gamboa cuenta que las personas acostumbran venir a Izúcar para pedir la protección del santo, previa a emprender su viaje a la frontera.
El culto por el apóstol se explica porque en esta región evangelizada por dominicos, es la única localidad del país con tres templos dedicados a él, de acuerdo al cronista Martínez Vázquez, quien se reconoce devoto de Santiaguito. Sólo entendiendo esa relación tan fuerte de los pobladores con su imagen puede dimensionarse el trauma colectivo que les significó el sismo.
Esa tarde, él y otros vecinos ingresaron a la parroquia tras el colapso de la cúpula y, encontrar sólo escombros, “fue algo muy fuerte”.
Afuera del templo, muchos pobladores rompieron en llanto. “¡Santiaguito se fue, Santiaguito se fue!”, gritaban. Un vendedor de semillas les aseguró haberlo visto cuando, en pleno movimiento telúrico, salió de la iglesia con su caballo a galope. Desde entonces los fieles se convencieron de que la imagen se había sacrificado para proteger a la comunidad de la catástrofe.
Después estuvieron seguros que el espíritu de apóstol cabalgaba por la región y visitaba la iglesia en espera de su escultura original. Y aunque el Ayuntamiento adquirió una nueva figura provisional de fibra de vidrio, persistió el imaginario colectivo de que el santo no la habitaba porque esa pieza no era “digna” y no tenía parecido con la original.
Para Martínez Vázquez, tras la espera de cinco años, muchos se crearon la ilusión de que, con el retorno del santo, todo volvería a ser exactamente igual:
“Nos lo dijo mucho la gente del INAH en las visitas que hicimos a los talleres, que no podíamos esperar que la imagen volviera a quedar igual. Se hacía la comparación de cuando alguien tiene un accidente y te rompes un hueso. Puedes sanar, pero ya no quedas igual. Ayudé a sacar las partes de cómo quedó, y lo que logró el INAH es prodigioso. Lo rehicieron de pedacitos”.
𝗟𝗔 𝗥𝗘𝗦𝗧𝗔𝗨𝗥𝗔𝗖𝗜Ó𝗡
El 4 de diciembre de 2017, una brigada de peritos trasladó los restos del conjunto escultórico de Santiaguito a las instalaciones del taller de escultura policromada de la Coordinadora Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC-INAH), en la Ciudad de México.
María del Carmen Castro Barrera, su coordinadora, explica ahora a Proceso que el procedimiento para recuperar la forma de la escultura fue muy largo y laborioso, humectando y aplicando peso. Los faltantes se hicieron exprofeso. Se practicaron análisis químicos y físicos sobre el comportamiento de los materiales, aparte de un estudio antropológico:
“Siempre habrá algunas cuestiones que marquen algunas diferencias, pero se hizo toda la búsqueda e intención para lograr que el rostro del Santiago tuviera la mayor similitud a lo que era originalmente”.
A su vez, Manuel Villarruel, director del Centro INAH-Puebla, dice que entre 90 a 95% de la envolvente es la original:
“Es decir, no se cambió rostro, forma de nariz, brazos, ni torso”.
Destaca que se rescataron textura y policromía primigenias, incluso un pequeño grafiado en hoja de oro que estaba escondido debajo de varias capas de pintura “mal hecha”, un agregado del siglo XX.
Hubo daños que se corrigieron aunque la población no los reconocía, como por ejemplo el que las “posaderas” del santo habían sido rebajadas en algún momento para adecuarlas a la montura.
En cuanto al caballo, la pieza quedó tan fragmentada --informa el funcionario--, que la única posibilidad fue reponerla por otra pieza más reciente que la del santo, de finales del siglo XIX o principios del XX, con manufactura “de calidad menor”.
El INAH, comenta a su vez Castro Barrera, contrató a un restaurador privado que, con base a fotografías, “trató de acercarse lo más posible” a la imagen original.
Y dijo que la réplica es una figura ahuecada y ligera, con materiales parecidos a los del caballo anterior, con elementos de cedro, base de tzalam, una gualdra que está en la cola para darle soporte y otra oculta dentro de la misma estructura para mantener al animal en  la posición de relincho.
Y si bien Villarruel admite haber recibido “comentarios verbales” de gente que se ha acercado al INAH o a medios de comunicación para cuestionar el restauro, sostiene que en principio no forman el universo de los pobladores, y que se trata de percepciones “personales de gusto”.
Da a conocer entonces el proceso de intervención:
“Es decir, contra una visión de una apreciación de gustos, está la otra apreciación científica, metodológica, que de alguna manera permite que se haga una intervención respetuosa”.
Sin embargo, el estudio “Propuestas desde la antropología para la conservación del conjunto escultórico de Santiago Apóstol, Izúcar de Matamoros”, encargado a los peritos Judith Katia Perdigón y Bernardo Adrián Robles Aguirre, evidencia que el INAH no siguió recomendaciones de sus propios especialistas.
Por ejemplo, en el documento se hace referencia al caballo como una dualidad con el santo, que representa fuerza y protección. Y se resaltan los poderes milagrosos que los fieles le atribuían en relación con fertilidad y virilidad. De ahí que se describa el ritual de “sobar las partes pudendas” (órgano sexual) del equino de manera imaginaria, pues la escultura carecía de ellas, ya que un sacerdote en el siglo pasado las eliminó sin permiso de la feligresía.
Propone el documento que, en la nueva talla del corcel, se reinserte el pene en estado pasivo y testículos tomando como base fotos existentes del animal y de otros casos escultóricos del apóstol en Temoaya y Chiconautla. Y es que tal recomendación no se llevó a la práctica, como tampoco la propuesta de que los pobladores sigan manipulando y vistiendo a la escultura.
De igual manera, se expone la importancia de que cada fragmento --“hasta el más pequeño”-- del jinete y su caballo que no puedan ser reinsertados en ambas esculturas, puedan resguardarse dentro del estómago del animal o en una caja a colocarse al interior del basamento final de las reliquias, como refuerzo simbólico. Igual esto no se cumplió.
Consultado por Proceso, el antropólogo Julio Glockner considera entendible la reacción de los pobladores pues el Santiaguito no es una escultura museística, sino una imagen religiosa con la cual los fieles establecen un “diálogo subjetivo”:
“Tocar su capa, sus botas, es para contagiar el poder que irradia esa imagen sagrada. Este contacto físico es una tradición que viene desde la época prehispánica”.
Y cree que el instituto debiera valorar esa cercanía de los devotos con su santo, o su restauración será “un despropósito”.
El padre Sombrerero dice que insistirá ante el INAH para que se cumplan las recomendaciones de los antropólogos, y que también, dentro de un tiempo, pedirá autorización para volver a poner sus ropajes a Santiaguito.
Y otro factor que contribuirá a este proceso de asimilación de la imagen es la restauración del templo, que a casi seis años sigue como lo dejó el sismo --precisa su guardián--. El enorme boquete aumentó los daños al interior, pues lo mismo ha entrado la lluvia, el sol, tizne de la zafra de caña, aves, murciélagos, ceniza del Popocatépetl… (𝘱𝘳𝘰𝘤𝘦𝘴𝘰.𝘤𝘰𝘮.𝘮𝘹).
#𝗤𝘂é𝗱𝗮𝘁𝗲𝗘𝗻𝗖𝗮𝘀𝗮. 🏡 💙

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