martes, 28 de septiembre de 2010

Columna

Entre la verdad y la ficción
APOCALIPSIS DEL LENGUAJE.
«Un cobarde es incapaz de mostrar amor, hacerlo está reservado para los valientes» -Mahatma Ghandi-
Nuestro mundo moderno y de diseño ha perdido la facultad de decir las cosas por su nombre. Somos eufemistas, estamos parados en el vilo de la sustitución de una palabra o frase por otra para disimular la crudeza, vulgaridad o gravedad de la original, es decir, dulcificación.
Vivimos en un mundo en el que nadie llama a las cosas por su nombre. Decimos que el sabor de un mejunje de tres estrellas michelín tiene un sabor sorprendente, en lugar de decir que sabe mil demonios, llamamos a la eutanasia muerte digna, a los comunistas ecosocialistas, a tu pareja ahora se le llama acompañante, llamamos película familiar a aquella que es para idiotas e incluso hemos cambiado por paciente al enfermo de toda la vida. Nada tiene el nombre que le corresponde porque suena duro o no gusta.
El lenguaje coloquial lo utiliza para esquivar realidades que impresionan fuertemente a los seres humanos: la muerte, la locura y el sexo. Un ejemplo de esta dulcificación es que la palabra «cadáver» queda proscrita y en su lugar hay que referirse a «cuerpo». También se evita tener que decir «morir» y parece más fino referirse a que las personas «fallecen», aunque sea de forma violenta. Los «muertos» en un accidente o atentado no son tales sino «víctimas».
El zapatero, por ejemplo, pondrá de letrero a su establecimiento «clínica del calzado», y el panadero llamará orgullosamente a su panadería «boutique del pan», y el delegado de limpieza o de basuras es todo un «jefe del área de eliminación de residuos sólidos urbanos». Especialmente sensible es el lenguaje de la publicidad: así, por los anuncios de aparatos gimnásticos puede uno enterarse de que no tenemos culo, ni siquiera nalgas, sino glúteos, que alguien también llamó eufemísticamente donde la espalda pierde su nombre o hipocorísticamente (infantilmente) pompis. Joder o follar, considerados palabrotas, se disimularon invistiéndose del galicismo hacer el amor, que en la inmediata posguerra se usaba sólo como sinónimo de «cortejar» o «tirar los tejos». A los homosexuales se alude como gente que entiende, es del ramo o tira aceite.
Sin embargo las cosas son lo que son y no dejarán de serlo porque les cambiemos el nominativo que las define.
Somos eufemistas. Una sociedad alejada de la realidad, para convertirnos de facto en el apocalíptico. En economía pasa parecido. Nos hemos pasado años llamando de mil maneras a la crisis, a la recesión, a este déficit ahora se le llama «mal necesario» por ejemplo.
Carlos Zeferino Torreblanca Galindo, no es grosero, ni prosaico, solo anda «Zeferineando»; es decir lanza cuita.
En vocablos sociales: invidentes en lugar de ciegos; personas con sobrepeso en lugar de obesos; personas de color en lugar de negros; económicamente débiles en lugar de pobres.
Expresiones de carácter político: daños colaterales por víctimas civiles; métodos de persuasión en lugar de tortura. Traidores, por «no compartir ideas avanzadas»; corrupto, intruso con dinero ajeno. IEEG, institución afásica y disléxica en proyectos de recuperación de normas éticas originados por la tensión política.
Y así por lagas nebulosas; porque ahora ando Falconiando.

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